13 may 2013

La primera y última vez de Abna



Por: Krakkenhere.

La tarde iba cayendo finalmente: en realidad, el ocaso parecía que ese día llegaba más rápido de lo normal, pensó Abna, pero la verdad es que ya estaba harta de estar todo el día en esa colina, y sólo deseaba ir ya a casa, comer y dormir. Sin grandes ánimos en realidad, se incorporó de debajo del raquítico árbol que apenas sombra le dió durante la jornada y tras soltar un largo suspiro, con un gesto y un silbido, ordenó a su fiel perro, que se pusiese a reunir a las cabras. 

Abna le miró un rato, con pena, hacer su labor en medio de alegres ladridos; su pobre y raquítico can era,… tan pobre como ella, que ni nombre siquiera tenía: una vez pensó en bautizarle como “Beor”,… mas por dejadez y costumbre, el chusco se quedó simplemente con “perro”. En días como ese, llenos de soledad y sopor, Abna no podía evitar sentirse más triste, negativa, desgraciada y pobre. Ya reunido su escuálido hato de animales, Abna comenzó el lento regreso a la ciudad, allá abajo, en el valle cerca al mar. 

La suave brisa del atardecer refrescó a la joven: sólo vestida por su túnica, sin nada debajo, un pañuelo roído atado sobre su cabeza y sus casi destrozadas sandalias pro el uso, Abna cerró los ojos un momento, disfrutando cómo su piel se refrescaba, mientras recorría la parte media de la colina, donde en la temporada pasada, pastaba feliz a sus cabras, “…¡en esos tiempos, era yo feliz!”; ahí jugaba años atrás con otras niñas que pastaban los respectivos animales de sus padres,… mas todo había cambiado con el pasar del tiempo: primero fue Hadad; de un día para el otro, apenas meses después que sus pechitos de nena empezaron a crecer, las sorprendió a todas, luciendo en la colina una túnica nueva, y su cabello adornado con coloridas cintas. Luego fue Lea, la nieta del carpintero: alta como una mujer mas con la mente de una niña, les mostraba feliz de la vida, un día, sandalias de lino, otro, un cinturón de metal esmaltado, y otro, un hermoso velo con flores bordadas,… para luego dejar de llevar de juntarse con ellas en la colina y quedándose con grupos de fiesteros abajo, junto al arroyo. 

Al final sólo quedaron Abna y Las hermanitas: Maceda y Rina: eran muchísimo más niñas que Abna,… pero aún así, no paso mucho antes que primero se mostraran ante ella, con vestiditos nuevos, aretes en sus orejas y pulseras en sus brazos. Abna se escandalizó cuando las vió por última vez, con sus cabelleras bien peinadas y sus boquitas pintadas, esa tarde en que trataron de llevarla a la ciudad, halándole ambas de los brazos: “…¡ven con nosotraaaas!,…- le dijeron eufóricas, entre risas extrañas-, “te pondrán bella y comerás cosas riquísimaaas!,…” Obviamente, Abna se negó de plano –las palabras de su padre le pesaban como piedra en la cabeza-, y desde ese momento, sus días pastando sus cabras en la colina se habían vuelto más solitarias que nunca,… 

Sabía bien Abna, que los ojos de todos en la cuidad se posaban en ella cuando volvía a la ciudad: el sol de la montaña no había oscurecido su piel juvenil, adolescente; desde la cosecha pasada, se había vuelto más alta –para su edad-, sus cabellos largos, negros y ondulados, eran envidiados por jóvenes y viejas y ya le costaba mucho trabajo ocultar las formas cada vez más notorias de sus pechos y caderas, bajo su roída túnica de pastora. Lo que ocurría en la ciudad no era ni un secreto a voces: todo el mundo lo sabía y lo aceptaba, y a Abna cada vez le era más difícil tener cualquier conversación con la gente de la ciudad sin turbarse por completo; igualmente, cada vez le era más difícil hablar al respecto con su padre: al poco de irse todas sus amigas, trató de hablarle al respecto,… de sus dudas y de las ideas que le asaltaban la cabeza de vez en cuando: “…¡NUNCA: HAY QUE RESPETAR LA LEY!”,… bramó. “…¿La Ley de Dios o la Ley del hombre?,…” le preguntó entonces ella,… y un sonoro cachetadón acabó con la discusión. A Abna aún le dolía el rostro de sólo recordarlo,… y nunca supo si su padre se indignó por cuestionar la Ley divina, ó por decir 2la Ley del hombre”, la ley de la ciudad,… o la vieja Ley de los hombres, la que ya nadie respetaba,… 

Ya llegando a la base de la colina, al bosquecillo frondoso junto al arroyo, sus pensamientos desaparecieron al escuchar las risas, las expresiones soeces alegremente soltadas al viento y la música de flautas: ahí estaba aún reunido, el grupo de Beón, el hijo del mercader: el odioso jovenzuelo –apenas 4 o 5 años mayor que Abna, estaba ahí con sus amigos y acompañantes desde el inicio del día, y más obligando que pidiendo de buenas maneras, había hecho que la pastora le “vendiera” temprano, cuando subía con sus animales a la colina, tres cabritos de los mejores, para que sirvieran de almuerzo del grupo: de ellos ya sólo quedaban huesos dispersos alrededor de la fogata. La pequeña odiaba con toda su alma al abusivo Beón, mas no podía regresar a casa sin la compensación por sus animales. Con precaución se acercó al grupo de festejantes. 

No era para menos: hijo del más rico comerciante de la ciudad, Beón se creía onmipotente; Abna se sobresaltó al aproximarse al grupo: no muy lejos de la fogata, yacían en el césped, ebrias por completo, desnudas totalmente, tres chiquillas; las reconoció en su beodez, ya que eran hijas de vendedoras del mercado. Inconscientes por completo, tiradas ahí y allá con las piernas abiertas, mostraban evidencias de que Beón y sus amigos les habían hecho lo que quisieron,… sus entrepiernas mostraban claramente abundantes humedades pegoteadas y al menos una, oscuras manchas de sangre reseca,… Beón como de costumbre, apenas vió llegar a Abna, trató de cogerla de sus juveniles carnes; su pareja le jaló a su lado casi de inmediato: mostraba sin descaro sus pechos desnudos, usando el vestido que las mujeres de la gran isla del oeste decían que vestían; Abna la reconoció. Era Lea, su antigua compañera. Ella alejó a Beón de la pastorcilla no por amistad,… más bien lo hizo por lógica conveniencia. Agarrando con firmeza su cayado, y entre exigiendo y casi rogando, Abna tardó casi hasta el ocaso que el hijo del mercader le pagara: al final se alejó del grupo, portando tres míseras monedas de cobre “¡no era ni un tercio del precio verdadero!”, se quejó para si Abna,… pero sabía que en el fondo, sabía que regresaba a casa ganando: había perdido al menos solamente tres cabritos,… y no algo más valioso para ella,… 

Preocupada, sintiendo muy dentro de su corazón que “algo” malo podía ocurrir, Abna decidió no ir a casa por la calle principal como de costumbre: al caer la noche, la ciudad se volvía demasiado peligrosa para todos. Optó por llevar a sus ahora mucho más escasos y preciados animales, por una calle paralela, mucho más oscura y casi completamente formada por porquerizas y establos. A ratos Abna pensaba una y otra y otra vez en lo mismo ¿por qué ella no podía ser como los demás?,… es decir, nada ganaba siendo la pastorcita a la que todos miraban raro,… por seguir las creencias de sus padres que eran las suyas, si,… pero,… cada hora, cada día con lo que veía en la ciudad,… el ver a todos, lo que hacían, sin culpa alguna, haciendo en el fondo su real gana,… disfrutando, gozando y viviendo muchísimo mejor que ella y que sus padres,… era lo que le hacía dudar constantemente. Simplemente ya no creía en que seguir “Las Leyes” de las que nadie hablaba ya -pues hasta los ancianos de la ciudad, o habían cambiado, o simplemente se fueron cansados de ir contracorriente-, no valía la pena pues nunca veía ella llegar, las prometidas bendiciones por actuar asi. 

El ruido de flautas y tamboriles, las risotadas, la atronadora cacofonía típica de una ciudad en fiesta contínua llegaba a sus oídos, incrementándose más y más: su fiel can y sus animales, ya acostumbrados a esa barahúnta, la seguían mansamente por el estrecho callejón a oscuras; Abna, en silencio absoluto, ocultándose de los adultos, finalmente decide cruzar por en medio de un viejo establo vacío, saltando casi sin esfuerzo su bajo muro de piedras; sus animales, tras ella, cruzaron igual sin dificultad alguna, por entre un par de agujeros en la mísera pared, que ya se caía sola de casi vieja. La joven pastorcita suspiraba aliviada: unos pasos más y ya estaría en casa, con sus padres, descansando frente al fugo, disfrutando de una escasa pero caliente comida,… mas ya no llegaría tan pronto como deseaba; en medio de la oscuridad, en el establo abandonado, el ruido de unas piedras rodando, el eco de unos pasos y un escupitajo, seguido de una voz aguardentosa, familiar para ella –gruesa y a la vez, temible-, le obligó (porque estaba obligada a obedecerle), a detenerse en seco: “….holaaaa, preciosa,…”. 

El delgado cuerpecito de Abna se estremeció en un segundo y por la fuerza de la costumbre, se detuvo en seco donde estaba, como si sus piernas se hubiesen vuelto de pronto árboles con raíces muy enterradas en la tierra. No respondió, ni siquiera volteó a ver quién le hablaba. Ella lo sabía muy bien: era Beón El viejo; el comerciante mas rico de la ciudad caminaba lentamente hacia ella, corporizándose desde en medio de la oscuridad del establo; ante su sola presencia, su ralo ganado llenó el lugar de ruidos y bulla: hasta sus animales se ponían nerviosos antes la presencia del mercader. Nunca supo Abna si le estuvo asechando desde que entró a la ciudad o si el viejo ese estaba de pura casualidad ya en el establo orinando, vomitando o durmiendo la borrachera eterna que llevaba,… o todas esas cosas a la vez. 

“…¿Qué haces de noche por aquí,… en un sitio tan peligroso,… solita,….mmmm,…. Mi pequeña,..?”, le dijo desde atrás suyo, relamiéndose de gusto, arrastrando lentamente cada palabra,… ¡mientras su mano regordeta, llena de anillos de oro le recorría lentamente, con asquerosa desvergüenza y confianza, la espalda, los hombros,… su cintura, sus caderas,…. Su culito incipiente,… para meterse sus dedos en medio de sus nalgas casi infantiles!!,…. Ohhhhh!!!,… el contacto de los dedos del mercader era a la vez repelente y estremecedor: ¡ABNA SENTÍA CASI QUE AL SENTIRSE TOCADA POR ESOS DEDOS ASQUEROSOS, SU RAÍDA Y MÍSERA TÚNICA DESAPARECÍA AL CONTACTO, HACIÉNDOLE SENTIRSE DESNUDA POR COMPLETO!!! 

“…¡Llevo los animales de mi padre a casa, Señor!,… es tarde y me esperan en casa,… ohhhh!,…. Es lo único que tenemos,… Señor!,… ¡SNIF!!,… mis padres me esperan en casaaa!,… ¡SNIF!!,…” -, repetía una y otra vez Abna, hecha casi una zombie,… desesperada, aterrada,… sufriendo por la vergüenza vivida,… empezando a llorar a mares, sin poder evitar que el borracho mercader, le metiera mientras hablaba, la mano por debajo de su túnica y que con desverguenza total, le manosee su virginal entrepierna una y otra vez,… para luego disfrutar con loco placer el oler sus dedos rechonchos, empapados y olorosos de su aroma de hembrita joven,… “mmmhhh,… eres linda, mi niña!,…” le replicó el viejo, sin parar de manosearla. La pastorcilla se sentía morir,… viéndose asi vejada: se sentía como sus cabritas cuando otros viejos asquerosos como ése, les metían los dedos en sus estrechos agujeritos en el mercado, para luego olerlos a placer, antes de comprarlos,… con el objetivo de saciar sus placeres.

Los animales de Abna se apretujaban en una esquina del establo y balaban nerviosamente: así son los animalitos, pensó la pastorcita: intuyen lo que va a pasar. 

“…Tranquila, pequeña: no te pasará nada ni a ti ni a tus animalitos,…” –le dijo mientras le apretujaba con fuerza, sus pechitos ya crecidos, acercándose a su cara y envolviéndola toda con su aliento apestoso de licor-, “el honor de tu padre también regresará intacto a tu casa,… mas debes cumplir con la Ley de la ciudad: lo sabes,…” 

Abna se estremeció; sus ojos enormes, se le dilataron aún más, presa del pánico: había escapado a la Ley desde hacía mucho tiempo, mas ahora precisamente debería cumplir ante uno de los más importantes hombres de la ciudad,… y a pocos pasos de la salvadora seguridad de su casa,… 

“…No te preocupes, pequeña,…” –continuaba Beón El viejo, tranquilizándola con sus palabras,… a la vez que no cesaba en recorrerle todo su cuerpecitos con sus manazas, forzándola a apartar sus manos de sus partes pudendas,… buscando quitarle de una vez esa túnica, porfiando por gozar de sus carnes juveniles-, “….sé lo que piensas: no llegarás a casa con las manos vacías,…”

Los ojos de la joven Abna se abrieron aún más: el mercader le tendió la mano: ante ella, relucían, tres monedas de plata,… ella ni lo había pensado; sus antiguas amigas le habían hablado de eso, si,… de una moneda de cobre, de dos,…. Hasta de tres,… ¡pero TRES monedas,… Y DE PLATA!!,… todo le daba vueltas en la cabeza a Abna; lo que su padre pensaba y en que creía por un lado,… y por otro, su deseo aún oculto de dejar de ser diferente a las demás. No sabía la pastorcita cómo asentir, como negarse,… al final, apenas sintió la mano del viejo sobre su hombro, como una silenciosa orden de agacharse, Abna simplemente se dejó llevar en silencio cómplice, lentamente hacia el suelo, apretando en su mano temblorosa, las tres monedas. 

Mansamente se dejó obligar a ponerse a cuatro patas en el suelo fangoso del establo abandonado –como los animalitos, pensó-; mansamente se dejó separar las piernas, alzar el culo,… y mansamente, aunque en medio de sollozos, se dejó alzar su túnica, dejando expuestas, al desnudo, sus piernas, sus nalgas, su sexo virginal,… su cintura e incluso sus tetitas y sus pezones erectos por el frío de la noche. La larga cabellera negra de Abna y su túnica, casi por completo en su cuello, llegaban hasta el suelo, embarrándose de barro y mierda de cerdo semi seca: en ese momento sí empezó a llorar, al sentir por primera vez, esa sucesión de raras sensaciones,… ¡EL VIEJO LE TOMÓ CON AMBAS MANOS LAS NALGAS Y SE LAS SEPARÓ HASTA HACERLE DOLER, PARA LUEGO METER CASI TODA SU CARA ENTRE ELLAS!!!!,… Abna sintío de golpe todo a la vez: un mareo que casi la desmaya, una marea de calor recorriéndola desde su cola hasta la cara,… si toda su carita llorosa le ardía,… su entrepierna, virgen aún, “le dolía” –como ella lo interpretaba-, se le mojaba como jamás había sentido,… hasta el grado de temer orinarse sin remedio,… pero lo pero fue la mezcla de vergüenza y pánico ¡AL SENTIR LA LENGUA DEL VIEJO QUE, EXPERTA, LE RECORRIÁ LA RAJA DEL CULO Y SE QUEDABA LARGOS RATOS HUMEDECIENSOLE CON SU SALIVA, SU ESTRECHÍSIMO AGUJERITO POSTERIOR!!!,… Abna no paraba de llorar: quería gritar con todas sus fuerzas “¡noooo: eso no está bieeen,…. Es pecadooo!,…” mas sabía que, en su ciudad, esa palabra,… era muchas veces, motivo de pena de muerte,… 

Los sollozos desesperados de la pastorcita se mezclaban continuamente con los chillidos nerviosos de sus animales,… a la vez como las contínuas risotadas de hombres y mujeres, que llegaban desde una casa cercana, en fiesta: la jovencita sentía cómo se ponía colorada de la vergüenza,… escuchando esas risotadas, como si le dijesen. “…¡miren a Abna: MIREN LO QUE LE ESTÁN HACIENDOOO, JAJAJAJA!!!”; toda ella temblaba: la lengua del mercader se le introducía cual una ágil serpiente en su ano cada vez más,… y sentirla dentro suyo, aunque sea un poquito, la hacía sufrir unos temblores terribles que le recorrían toda,… pero que a la vez le eran placenteros,… 

Le pareció una eternidad mientras sentía cómo esa lengua, húmeda, casi babosa e imposible de contener, le recorría nalgas, ano y sólo ocasionalmente, su estrecha y apretadita vagina: Abna no se explicaba cómo, tras esos besos asquerosos, chupetones sonoros a veces, y luego, largas y desesperabas introducciones de la lengua del mercader en su diminuto ano, éste,… se iba ensanchando, lenta, pero sí notoriamente para ella,… haciéndole a instantes cada vez mas frecuentes, sentir el frío aire de la noche, también introduciéndosele,… 

Los pensamientos confusos de Abna se silenciaron de golpe en su cabeza al escuchar de nuevo la voz de Beón el viejo, ordenándole: le dijo que se tomase ambas nalgas con sus manos y que se las separe. La pastorcita se iba a incorporar pero una mano firme la obligó a enterrar la cabeza en el fango, y asi entendió lo que debía hacer sin chistar. Abna, sin levantar la cabeza de la mugre, se esforzó para, con sus manitas temblorosas, cogerse el culo, y poco a poco ir separando sus temblorosas nalguitas húmedas, estremeciéndose al sentir, sin poderlo remediar, el frío chiflón nocturno en medio de ellas,… ¡si alguien hubiese podido ver su carita compungida, la hubiera notado toda de rojo intenso,… avergonzada como estaba Abna cuando no pudo evitar el grueso pulgar del viejo pervertido, introduciéndosele rudamente por su estrecho agujerito!! 

Abna, gimió, sollozó –primero lentamente,… luego con más intensidad y desespero,..-, en el momento en el que su delicado agujerito cedió cuando ese grueso pulgar y se le introdujo hasta su tope; el dolor progresivo aumentó cuando el vejete ese, con ese pulgar, le auscultó casi por dentro, porfiando en dilatárselo. Gimió y lloró más abiertamente al sentir a gruesa cabezota palpitante, presionando,… y presionando,… ¡Y PRESIONANDO MÁS Y MÁS!!,…dilatándole su estrecho conducto, entrando poco a poco, cada vez más adentro,… los gritos de la joven pastorcita no se escucharon en medio de la bulliciosa, escandalosa y eterna noche de parranda en la ciudad, cuando la gruesa cabeza venció toda oposición que le daba su débil cuerpecito y se le introdujo por completo por el ano; el mercader jadeaba por el esfuerzo y por el loco placer de desvirgar a la jovencita por el ano, estremeciendo con sus resuellos a los nerviosos animalitos apretujados al otro extremo del oscuro corral de piedras,… 

Abna dejó de sostenerse con ambas manos las nalgas al sentir, presa del pánico, cómo esa hirviente y gruesa tranca de carne, le separó dolorosamente sus temblorosas nalguitas, dilatándola al máximo, haciéndola crujir por dentro,…. ¡haciéndole saltar las lágrimas de los ojos, víctima de un dolor espantosoooooo!!!!; jadeante, gimiente, la llorosa pastorcita era invadida por una sensación de terror al sentir toda esa cosa dentro, moviéndosele dentro,…sintiendo el dolor que le recorría toda la raya del culo, al tensársele la piel de ese pliegue,… sientiendo el dolor que le recorría cual descarga de rayos que le saltaban desde dentro, procedentes de los huesos de su pelvis,… y sintiendo también el extraño dolor que le surgía de pronto de los tensos músculos de sus pantorrillas, tensas de puro nervios, en medio de esa extraña y pavorosa experiencia: Abna sentía que la cabeza le estallaba, que el corazón se le saltaba del pecho,… pero no podía hacer nada; nada, más allá que gemir con desespero, apretar con más fuerza aún las monedas en su mano, y enterrar la cara en el barro. 

Los minutos pasaron muy lentamente; el mercader la tenía bien asida por las caderas y la obligaba a un salvaje vaivén, metiéndole y sacándole la verga por su ano desvirgado: la pastorcita no dejó de llorar, pero sí se fue serenando al sentir, con cierto grado ya de familiaridad paulatina, cómo se iba extrañamente acostumbrando a sentir por dentro, cómo esa verga enorme se retiraba, hasta quedarse como trabada la cabezota en su esfínter, para casi de inmediato introducírsele toda de nuevo, poniéndose más dura, y entrando aún más adentro,… cada vez entraba con más facilidad, llenándola de una extraña sensación de placer que se incrementaba paulatinamente, conforme también escuchaba tras suyo, los jadeos de desespero y excitación del viejo ese,… Poco a poco Abna descubría que podía menearse al ritmo que le imponía ese hombre, que recobraba el control de su agujerito posterior,… y que en cierta medida, a voluntad, podía hacer que el mercader jadeara con más fuerza, crispándose,… desesperándose,... a la vez que sentía que su rajita aún virgen, se le mojaba completa y placenteramente,.. 

Beón El viejo se crispó de pronto, se aferró con fuerza al cuerpecito semidesnudo de Abna, casi como si fuese a escapársele: la pastorcita se aterró al sentir el mar de semen caliente llenándola toda por detrás; por un instante, no supo si había hecho ella algo terrible,… o si realmente había hecho lo que esperaba de ella el mercader. Casi de inmediato, el viejo extrajo su verga chorreante de su culito: ¡a Abna le dolió, la hizo gritar!, y casi de inmediato se dejó caer sobre el fango, temblando de la cintura para abajo,… y sintiendo con vergüenza que, no podía controlar cómo su culito manaba esa lechada semi-espesa,… Abna se tranquilizó a continuación: Beón la tomó del suelo, la alzó casi sin esfuerzo del suelo y, mascullando en su beodez, le besó; la lengua del hombre se le introdujo en la boca, sus gruesos labios succionaron los suyos,… la pastorcita se dejó meter la lengua hasta el fondo, se dejó manosear toda,… mmmm,… cerró sus ojitos, mientras pensaba “¿asi era besar entonces?,…”; la secuencia de nuevas sensaciones la tenía por completo obnubilada,…. Y el haber oído al mercader diciéndole con su lengua de trapo, “bella”,… “deliciosa”,… le dio una cierta tranquilidad ante lo ocurrido. Abna asimismo quedo perpleja al recibir del mercader ¡tres monedas de plata más!!,… a la vez que él le susurraba de manera cómplice un “…ven mañana al mercado: te espero en mi tienda más grande,… tengo un vestido para ti,…”, mientras le acariciaba su culito adolorido.

Mientras miraba cómo el viejo beodo se alejaba casi cayéndose, abandonando el establo de piedras, rumbo a la casi eterna juerga de la ciudad. Abna se quedó un rato más en la sombra, limpiándose,… y en un estado de extraña pasividad,… casi de tranquilidad, al saberse que ya no era distinta a los demás de la ciudad; finalmente, aún contra su voluntad, había finalmente experimentado lo que todos burlonamente, ya consideraban “la tradicional muestra de afecto de la ciudad”; la pastorcita se sentía finalmente “liberada de un gran peso”,… y en verdad ya no le importaba mucho el que sus casi anciano padre opinara al respecto: mientras arriaba de nuevo a su raleado grupo de animalitos nerviosos, empujándoles a salir de ese establo abandonado, rumbo a una de las calles principales de la población, oía el tintinear de todo ese dinero que llevaba en la bolsa: seguro era muchísimo más que suficiente, como para acallar toda posible recriminación que pudiera recibir en casa.

Adolorida, con paso tembloroso, pero sintiéndose totalmente despreocupada por lo que ocurriese, Abna se echó coquetamente para atrás su larga cabellera hacia atrás con la mano, dirigiéndose de nuevo hacia su casa; no le importaban ni mucho menos le asustaban los borrachos con los que se cruzaban por la callejuela: es más, de cierta forma se sentí como uno más,… por fin, una más en la ciudad,… 

Era ya muy tarde, pensó Abna: “…el vecino de al lado ya debe haberse ido a recorrer las tabernas y ya no podré guardar mi rebaño en su establo,… y hay muchos ladrones en la ciudad,…”; en medio de esa preocupación, la pastorcita vió venir hacia ella, al vecino de enfrente: eran personas realmente buenas; “…quizás pueda pedirles que me permitan, sólo por esa noche, guardar mis animales en su establo,..” 

Abna quiso pasarles la voz, pedirles ese favor, más no puedo: el vecino, su esposa y sus dos hijas, pasaron por su lado corriendo, muy asustados, aferrando contra sus cuerpos, unos pequeños bultos. La pastorcita se extrañó de verles comportarse así, ellos que siempre eran tan amables; más, le extrañó que el viejo Lot sacara por la calle a sus hijas, tan de noche,… pero aún más se extrañó la joven, al ver que parecían seguir a dos individuos, que iban casi media calle arriba de ellos, y que jamás había visto por esos lares: se les notaba extranjeros,… pues sus túnicas blancas eran de un blanco que realmente,… enloquecerían de la envidia incluso a la más opulenta mujer de la ciudad. 

El viento arreciaba; las nubes se ennegrecían: se avecina una tormenta, pensó Abna. Despreocupada, siguió su camino, sin preocuparse ni siquiera por ese extraño granizo rojo, chispeante, que caía a su alrededor y que ponía nerviosos a sus animalitos,… la pastorcita sólo pensaba en el hermoso vestido que imaginaba, se haría regalar por el mercader mañana,… todo lo que compraría con el dinero que ahora tenía en abundancia,… “¡Y si mi padre me bota de la casa no me importa!,… -pensó para sí misma-, “…si eso pasa, mañana mismo me voy a la ciudad de junto, y busco a mi hermana mayor,… de la que todos acá dicen,… que allá en Gomorra, le va de lo mejor,…”

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