26 may 2011

Dí que eres mi putita,...



Un relato de: Krakkenhere.

Me encantaba sentir como su cuerpito delgado temblaba levemente, mientras bajaba sus pantalones hasta el suelo, dejándoselos como una improvisada atadura en sus tobillos: lo tenía ya completamente desnudo, estando yo a sus espaldas, viéndole con sumo deleite; me encantaban sus piernas larguiruchas y delgadas, sus timiditos hombros inclinados hacia delante,… y su precioso culito, redondito, aún virgen y suave como piel de bebé.

Tomé su cintura de chiquillo con ambas manos, ¡soltó un gemidito de miedo, al sentir mis manos tomándole con firmeza!; toda su piel blanquísima se le erizó por completo: vibraba, si, tenía frío, pero a mi no me importaba,… solo me importaba acabar de una buena vez con la virginidad de su estrecho agujerito.

Lo acerqué hacia mí, y desde atrás le tomé con una mano su verguita: apenas tenía algo de vello encima, era una pilita diminuta, laxa y junto con sus pequeñas bolitas, entraba junta en mi mano: le acaricié las bolitas y poco a poco, su penecito empezó a crecer, mientras empezada a soltar jadeitos que se incrementaban, se entrecortaban mientras él meneaba la cabeza de un lado a otro, tratando de decirme que me detenga; ¡lástima!, hoy estamos solos y no habrá vuelta atrás.

Su verguita se erectó por completo y así, apenas cabía entre mis manos: rodeándola con los dedos, se la empecé a masturbar; él respiraba agitadísimo, estremeciéndose, contrayéndose casi de la vergüenza de que yo le masturbe,… y que tal vez muy pronto derramase su lechada en mi mano. Sin parar de sobársela con fuerza, empecé a menear mis caderas, sobándome contra su culito; ¡cómo se desesperaba!, sí, se desesperaba, al sentir a ese enorme intruso, duro, mucho más grande y duro que su pilita, y que se meneaba amenazante atrás suyo, abriéndole de cuando en cuando las nalgas.

Le ordené que se apoye contra la pared, y él me obedeció: sabía bien que me tenía que obedecer en todo. Me hubiese gustado que separase las piernas por completo en esa primera vez, pero prefería que, con el pantalón en los tobillos, no pudiese huir; ni modo, le iba a doler, le iba doler muchísimo,… ¡y me ponía a cien hacerle sufrir!

Sin parar de masturbarle, pero cuidando que no se viniese de inmediato, escupí en mi otra mano y lubriqué la cabezota de pene que le iba a meter; estaba bien gruesa y bien dura, como para que mi putito tembloroso nunca olvide ésta, su primera vez,…

Le separé una nalga con fuerza, para tener total acceso a su anito: se notaba estrechísimo y eso me encantaba, casi gritándole, “¡relájate!”, empecé a empujar y empujar y a empujar, haciéndole saltar las lágrimas de dolor:

- …¡NOOOO, NOOOOO,… PARAAAAAAA!!!,…

Me rogó todo lloroso, con su carita coloradota y congestionada por el dolor; no me importaba: solo me interesaba ver, en la penumbra del dormitorio, cómo sus nalguitas redonditas y delgadas, se iban abriendo inexorablemente, deformándose con mi vergota negra y dura, que desaparecía dentro de su culo, y que con cada chillido de dolor de él, le iba dilatando el ano.

Chilló como nunca lo había oído chillar: chilló como una niña en realidad, mientras yo, veía con gozo infinito, como esos 18 centímetros iban entrándole por completo; a la mitad, sentí como si ya no pudiese entrarle más, pero me equivoqué: un par de enviones más y le entró completa, pudiendo sentir yo el gozo enfermo de tenerle ensartado así por el culito, hasta que mis caderas chocaron contra su culito ya desvirgado, ¡al fin me lo estaba cogiendo, como tantas veces había soñado: al fin su culito era mío!!!

Se la tenía metida hasta el fondo y con su verguita prendida aún con una de mis manos: se la saqué hasta la mitad de su arrasado recto y se la empujé por primera vez hasta el tope: en ese momento si vino, soltando un caliente y líquido chorro de leche en mi mano.

¡Era delicioso ver cómo se venía de gozo al sentir una verga clavándosele!; a partir de ese instante, y sin importarme su dolor, me dediqué a cogerlo de las caderas, casi clavándole mis dedos en las corvas, mientras le empezaba a dar yo un salvaje y durísimo mete-saca.

- …¡NOOOO, NOOOOO,… POR FAVOOOOOR, ME DUELEEE,… ES MUY GRANDEEEE!!!,…
- …¡CÁLLATE!,… -le ordené, casi escupiéndolo-, ¡AHORA DÍ QUE ERES MI PUTITA!!!,…
- …¡SOY TU,… PUTITAAAA!!!,… ¡AYYYY: SOY,… TU,… PU,..TI,… TAAAA!!!!,…. -, comenzó a repetir sin parar de llorar.

Así fue nuestra “primera vez”: salvaje, enferma,… deliciosa. Le dí con toda el alma aquella noche, en que sus padres salieron a una fiesta: nuestros uniformes de secundaria, tirados en el suelo, fueron nuestros únicos cómplices silenciosos; así, jadeando como una descosida, “mi putita”, mi novio de secundaria, me entregó así su colita,… yo reía, gozaba y gemía como loca, con mi cabellera larga volando libre con cada embestida que le daba con el del dildo que compré para estrenarle la cola, mientras de mis tetitas entonces adolescentes, goteaban mi sudor sobre su espalda,… y mientras no paraba de pensar, en que la próxima vez, haría, para mi gozo, que él se vistiera por completo, con mi uniforme de colegiala.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...