11 ago 2011

Papi, mírame (1)



Un relato de: Krakkenhere.

Me llamo Héctor y cumplo 38 años en diciembre; este último año y medio ha sido demasiado para mí, y si les cuento todo lo que me pasó y lo que me pasa, es para quitarme ese peso que llevo en el pecho, y que ya necesito desahogar de alguna manera. Tras luchar contra la vida desde muy chico, había logrado yo todo lo que uno desearía en la vida: una carrera exitosa, un puesto, y muy bien pagado en la filial local de una multinacional, una hermosa mujer – mi novia desde la secundaria-, y que luego se convirtió en mi esposa. Al poco de casarnos, llegó el lucero de mi vida: mi hija Liz: el vivo retrato de su mamá. Es cierto eso que dicen de que, cuando uno es feliz el tiempo parece volar, por que así fue: años de dicha, felicidad y prosperidad para mí y mi amada familia,… 

La terrible noticia llegó sin avisar, una mañana a mi oficina: un sobre enorme, puesto en mis manos por el representante de una firma de abogados. Adentro, una carta de mi esposa, junto a una decena de notificaciones. El amor de mi infancia, mi amada esposa, mi sol, ¡me avisaba que se divorciaba de mí: se había escapado,… con mi abogado!!; la misiva me cayó como un mazazo, dejándome atontado, pero lo suficientemente cuerdo, como para oír a ese otro abogado, parado frente a mi escritorio: representaba a una serie de empresas, todas desconocidas para mí. Jennifer (mi esposa), y mi maldito abogado, aprovechando de que confiaba en ambos, habían vendido y revendido todo lo que poseíamos (la casa, el depa en la playa, los tres autos, mi pequeño piano-bar: es decir, todas nuestras inversiones), así como también habían vaciado mis cuentas y me habían endeudado al máximo, con mis tarjetas de crédito. 

El tipo ese, representante de “mis acreedores”, me informaba que me quedaban 30 días para pagar o terminar embargado hasta el alma; el alma,… si,… eso precisamente tenía en ese momento yo hecha pedazos: con la cabeza embotada, a mí no me importaba el dinero en ese momento; me estaba matando el saberme traicionado. En un instante, me pareció ver una mueca burlona en la cara del tipo ese: le rompí la nariz en tres direcciones distintas y el resultado fue obvio,... 24 horas detenido y un juicio más en mi haber. 

Aún recuerdo la carita de mi pequeña, mi Liz, cuando regresé a casa al día siguiente; ya lo sabía todo, y era demasiado para ella: su madre quién sabe dónde, su padre despedido y endeudado y su pequeño mundo hecho trizas,… adiós al colegio selecto, a los gustos caros, adiós a todo. Fueron días difíciles: en pleno derrumbe anímico mío, yo me la pasaba ebrio casi todo el tiempo ó dopado por los antidepresivos; solo recuerdo a Liz llorando a mares todo el día, con sus mejillas pálidas e inundadas por las lágrimas,… era una imagen tan dolorosa que quise desaparecerla por completo de mi mente. Para no hacerla larga, en menos de cuatro semanas, mi hija y yo tuvimos que dejar la casa (gracias a turbias maniobras legales de mi ex esposa), y nos instalamos en un pequeño y poco elegante departamento en la periferia; a duras penas había conseguido yo un mísero puesto en una aseguradora, gracias a un compañero del tiempo de colegio. Mi pequeña tembló azorada al ver por primera vez el humilde y feo hogar y el futuro incierto que se nos avecinaba; me abrazó en silencio, como pidiéndome que le prometa que nunca la dejaría. 

Teniendo un mar de deudas por pagar, envié a Liz seis meses a visitar a su tía (mi hermana), y a sus hijas; Liz adoraba a sus primitas, que la veían como una hermana mayor. En aquel tiempo separados, trabajé como un demente: quería darle a mi hija todo lo que pudiese,… pero lo único que logré fue llenar algo nuestro depa de muebles baratos, apenas lo suficiente para estar cómodos; las deudas no habían menguado casi en nada. Las madrugadas me las pasaba llorando, sufriendo la traición y nuestra miseria. Volví a beber. Finalmente pasaron los meses y aquel día, al escuchar el timbre, corrí a la puerta: mi nena había regresado. Grande fue mi sorpresa cuando la puerta se abrió: 

- …¡Paaaapiiii!!!,… 

Mi pequeña saltó a mi cuello y me inundó de besos pero,… algo había cambiado; mi pequeña niña estaba ahí, sí, pero estaba distinta: había “dado un tirón”, algo pequeño, pero muy notorio para mí. Al abrazarme hasta casi dejarme sin aliento, la noté más lozana de rostro, más larga su cabellera rubia,… y al abrazarla noté dos cosas más: había engordado (seré sincero: sus caderitas se habían ensanchado,…), pero lo que me turbó fue sentir contra mi pecho sus dos protuberancias, ya perceptibles. Mi Liz había comenzado a desarrollarse. 

Tratando de disimular mi turbación por tener que enfrentar a partir de ahora, también con velar por una jovencita, le mostré nuestras escuetas comodidades de nuestro nuevo hogar,… ¡se me caía la cara de vergüenza, mostrándole su dormitorio, remodelado con gran esfuerzo! (¡qué distinto a su antiguo dormitorio de princesa!,..); como leyendo mi pensamiento, me abrazó por el cuello de nuevo y me estampó en la mejilla ese beso de amor que solo una hija te puede dar: 

- Te quiero papi,.. –me dijo sonriendo-,… siempre estaremos juntos,… 

Las siguientes semanas fueron como una brisa fresca, comparadas con las anteriores: Liz reía después de mucho tiempo; su risa lozana le daba calidez a nuestra pequeña y fea casa. Ella volvía a ser mi pequeña, inocente, y mis preocupaciones se disipaban. Mi nena jugaba “a llevar la casa” los domingos: yo comencé a disfrutar el verla tarareando, yendo y viniendo de la cocina a la sala, vestida solo con una camiseta holgada, sus pantuflas y medias de colores caídas,… en realidad ni me importaba lo fatal que cocinada. Aunque a ratos no podía evitar el sentirme incómodo, al ver que Liz tenía ciertas actitudes muy raras; de un momento a otro dejaba de estar alegre, y muy seria, me echaba una mirada intrigante: se quedaba un buen rato clavándome la mirada, conteniendo la respiración,… era una mirada muy madura, y que me intrigaba por completo. Cuando le preguntaba en qué pensaba, sólo tenía una respuesta para mí: 

- …Nada. 

Como si Liz adivinase mi depresión, las noches en que yo me sentía de lo peor, sin decirme nada se escurría de su cama a la mía: con infinita ternura, se abrazaba a mi espalda; la calidez de su cuerpecito me daba el alivio que me permitía casi de inmediato dormir como piedra. 

Para ese momento, todo era felicidad para los dos, pero las cosas comenzaron a tener un giro dramático. Un sábado en la tarde: yo y Liz estábamos en casa. Yo en la sala, revisando unos papeles del trabajo. Ella estaba tomando una ducha. De pronto, un agudo y prolongado chillido me hizo ponerme de pie: ¡era Liz, que gritaba de pánico!!!, hecho una tromba me abrí de golpe la puerta del baño,… el espectáculo que ví me dejó petrificado: 

- ….¡Papi: MIRA!!!,… 

Liz estaba dentro de la tina, bajo la ducha: estaba completamente desnuda, con sus cabellos dorados completamente revueltos y mojados,… su carita de reina estaba descompuesta, y con su manito temblorosa, me apuntaba hacia su entrepierna. A mi pequeña le estaban creciendo una pequeña -pero ya visible-, matita de vello en su pubis: eso era lo que le había sorprendido. El cuerpo de ella estaba desarrollándose cada vez más,… y eso la turbaba. Yo por mi parte, no sabía qué hacer en ese momento: parado ahí, viéndole: sus piernecitas aún eran flacas, pero sus caderitas ya se estaban ensanchando, dándole forma también a su apretada cintura,… sus senitos empezaban a redondearse, mostrando ya unos pezones rosados, diminutos y muy paraditos, y su coñito,… su coñito me turbaba en extremo: mostraba un pequeño triángulo de vellos dorados, justo encima de su rajita, la cual exhibía unos diminutos labios vaginales asomándose. 

Viéndola así, desamparada, tomé una toalla y envolviéndola, la cargué a su dormitorio; ya en su cama, comencé a secarle, mientras le trataba de tranquilizar: ¡diablos, fue la conversación más difícil de mi vida!; explicarle acerca de la sexualidad, de los cambios en su cuerpo, de hombres y mujeres,… todo mientras la tenía yo sentada en mis rodillas y secaba yo con desespero su cuerpo mojado. Liz escuchaba atentamente todo lo que le decía, mientras yo sudaba a mares: sobando la toalla con vehemencia por encima de sus incipientes formas (más cubriéndola que otra cosa), no podía dejar de pensar en su cuerpo desnudo; el haberla visto así, de golpe, me tenía completamente descontrolado,… amén que sentir el peso de su frágil figura sobre mis piernas, me estaba consumiendo por dentro: debo admitir que mi bulto comenzó a endurecerse, aumentando aún más mi turbación. 

¡Mi explicación sobre las verdades de la vida debió ser fatal!!; afortunadamente, Liz se puso de pie. Tras verse un rato en silencio en el espejo de su velador, volteó y tapándose con la toalla, me dijo: 

- …Entonces,… ¿es normal?,… 

Le afirmé con la cabeza, mientras sentía el alivio de que mi Liz era de nuevo, mi pequeña inocente. De pronto, mi beba se abrió la toalla y dejándola caer al suelo, me mostró de nuevo su cuerpecito desnudo; ¡separó un poco una pierna, y casi como masturbándose frente a mí, tocó con uno de sus dedos uno de sus labios vaginales, casi abriéndolos para mí!!!,… 

- …Pero es que,…. papi, mira,…. 

¡Casi me da un infarto!!!; Liz, sin ningún pudor, mi nena jugueteaba delante de mío con su coñito, sin darse cuenta de la desazón que me provocaba,… o tal vez si,… 

- …¡Mira,… mejor vístete y hablamos luego!,… -le dije azorado, muy nervioso y tratando de no ver-,… ¡o mejor háblalo con tu tía!,… 

Alzando los hombros, como quién no quiere la cosa, mi pequeña comenzó a buscar qué ponerse: yo me puse de pie y rápidamente salí de su cuarto, cerrando la puerta. Tratando de no ver, tratando de no pensar,… 

Pasé varios días presa del insomnio: me revolvía incómodo en mi cama; mis sueños eran asaltados constantemente por imágenes perturbadoras,… recordaba a mi ex esposa a cada instante, para luego ver en sueños a Liz, desnuda, anhelante, deseosa,… cada vez más, la iba yo encontrando casi idéntica a su mamá, y es que Liz ya casi tenía la edad (y el cuerpo), que tuvo mi ex cuando la conocí y me enamoré de ella. Mil truculentas e impensables imágenes se agolpaban en mi mente, y yo trataba de reprimirlas casi dándome de cabezazos. Me entregué de nuevo a la bebida. 

A partir de entonces, todo comenzó a ser distinto; con más frecuencia me sorprendía a mí mismo, viendo de una manera distinta a mi Liz: casi día a día sus formas se hacían aún más notorias,… sus pechos se alzaban ahora demasiado prominentes para su edad, mientras sus caderas y su culito se iban formando. Cuando llegaba del cole, me le quedaba mirando, viendo cómo tiraba sobre el sofá su mochila, luego su saco del uniforme,… para luego quitarse la corbata y desabotonar su blusa un poco. Más de una vez me recriminé tras mirar sus tobillos, y luego subir la vista,… como queriendo yo atisbar por debajo de su falda,… ¡como si fuese yo un escolar con las hormonas revueltas! 

Liz siempre llegaba alegre a la casa, bailoteando sin parar,… como llamando mi atención. Despojada ya de su uniforme, vestía atuendos juveniles, si,… pero completamente turbadores para mí: diminutas camisetas que, por efecto del crecimiento de su busto, se alzaban, dejando a la vista su ombliguito; jeans apretados ó shorts que lucían sus espigadas piernas,… y su culito redondo y paradito. Siempre parecía aburrida, para luego, sin más, saltar a mis brazos, colmándome de mimos y besos, ocasionando que yo me pusiese nervioso en sobremanera, cada vez que sus pechitos, ahora grandes y paraditos, se comprimían contra mi espalda o contra mi rostro. “Te quiero, papi”, “nunca te dejaré solo,…”, o “...siempre estaremos juntos, papi”, eran sus frases cuando se abalanzaba sobre mí. 

Casi el mismo tiempo, el ir al baño se volvió otro martirio para mí: dado lo pequeño del depa, muchas veces colgábamos algo de ropa para secar en la ducha. Casi siempre, la ropa interior de Liz colgaba ahí, a mi vista: me percaté de entonces de dos cambios: uno, la paulatina desaparición de su ropa interior “de niña” (formadores y braguitas blancas, con motivos estampados infantiles o lacitos), para dar paso a pequeñas tanguitas de colores, y con algo de encaje. El otro cambio me era completamente insoportable: ¡su ropa ya olía a un aroma “de mujer”,… de hembra,…! Tuve que prohibirle, con mil excusas, que se siente en mis piernas, o a que se escabulla a mi cama por las noches. 

- …¡Por qué ya no me tratas como antes??!! -, me recriminó ella; la verdad es que yo ya no daba para más,… 

Traté de buscar a hablar con alguien de este problema, pero la vergüenza pudo más. Igualmente, pensé en conversar con Liz,… pero me fue imposible. Se me atragantaba la garganta cada vez que lo intentaba. En realidad yo no sabía si mi nena sabía lo que hacía o no, y eso me tenía completamente atormentado. 

- …¡Papi: mira!,… -, me soltó un día, cuando me arreglaba yo para salir al trabajo. 

Volteé y me encontré a Liz pegada a mí, mirándome fijamente: sus pechitos redondos y paraditos se comprimían contra mi pecho; sus ojitos verdes estaban clavados en los míos. Esa mirada suya, mitad reto y mitad anhelo contenido, me estremeció por completo, mientras yo veía cómo mi nena me desafiaba, mordiéndose el labio. 

- …¿Qué?,.. 
- ¿No lo notaste, papito?,… 

Entonces hubo una pausa incómoda; ¡estuve a punto de tomarla y hacer una barbaridad!!; mi corazón palpitaba desenfrenado mientras Liz no dejaba de verme, casi disfrutando mi estado de pánico y deseo contenido: 

- …¿No ves?,… -me dijo con incómoda picardía, para luego soltar una carcajada-, ¡mira, papi: ya te llego a los hombros: ya crecí, jijiji!!!,… ¿o qué es lo que pensaste?,… 

¡¿Qué pasaba con ella??!!!,… me puse rojo como tomate, mientras luchaba por que no se notase que con su actitud, me había hecho tener una erección más que evidente. Tendió entonces sus brazos hacia mi cuello: apartándola de mí, le dije muy acremente: 

- …Aún eres una nena,… 

Ya de regreso en la tarde, en casa, la evité durante todo el resto del día. Fue un sábado y esa noche hacía un calor infernal. Yo estaba tirado en mi sofá, con la cabeza caliente y a la vez llena de deudas por pagar; como no había colegio, y ella revoloteaba intranquila por el departamento, aburrida a muerte. Tras dejarme un buen rato tranquilo (Liz había notado que yo estaba preocupado), sin decirme nada, caminó hacia mí, y se sentó en el suelo, cruzando las piernas: vestía un short rosado, un top de tiritas rayado y zapatillas blancas. Estaba yo tan preocupado por mis problemas, así que no me percaté hasta que fue muy tarde; Liz se había arrodillado, poniendo su carita de porcelana entre mis piernas. 

- …Papi,… - me preguntó de golpe, sacándome de mis pensamientos-,… ¿estaremos siempre juntos solo los dos o buscarás compañía?,… 

Su pregunta a boca de jarro me dejó sin aire: no sabía yo qué responderle. Cuando quise decirle que tenía más problemas en qué preocuparme cuando comenzó; cual si fuese una gatita en celo, Liz comenzó a acariciar su carita contra mi entrepierna. 

- …Eres el mejor papi del mundooo,… mmm,… -exclamaba sin dejar de sobar su mejilla contra mí, cerrando los ojos-,… te mereces alguien que te quiera,… mmm,.. que te cuideeee,…¡hummm!,… 

¡Los suspiros de Liz me enloquecían, mientras que su carita frotaba con insistencia mi verga, ya tiesa como una roca!!!; la cabeza me daba vueltas sin control, sin saber qué hacer, mientras mi cuerpo era cada vez más dominado por mi instinto: sin poderlo evitar, la tomé por los cabellos, como obligándola a no parar de endurecer mi pieza con su mejilla,… ¡casi le tironeaba de lo pelos, como si quisiera que me la chupe!,… entonces tuve un instante de cordura: ¡no: no puedo hacer esto con mi propia hija!!; casi aventándola a un lado, y sin decirle nada, salí corriendo de muestro departamento, rumbo a la calle. Hasta podría asegurar, que oí su risita antes de dar un portazo a la puerta,… 

Varias horas después, estaba de vuelta yo en mi casa: me la había pasado casi toda la noche a solas en un bar, bebiendo sin parar. A pesar de eso, ninguna de las cosas que turbaban mi mente, me habían abandonado. En mi mente pugnaba aún, el deseo cada vez más incontenible,… por mi hija, a la vez que trataba de reprimir aquellos deseos. Prácticamente estaba yo temblando cuando abrí la puerta del departamento, pero al verla todo se disipó: ¡se había quedado dormida en el sofá, vestida con su pijama rosado, esperándome!. La cargué sin despertarla y la deposité en su cama: ver su rostro angelical, y profundamente dormida, disipó toda idea de mi mente. En silencio me fui a dormir a mi cuarto. 

La descomunal borrachera que llevaba yo encima impidió que me durmiese rápidamente, por lo que me revolvía inquieto en la cama; debo haber estado despierto aún, ya que me día perfectamente cuenta de lo que pasaba a mis espaldas: las cobijas se abrieron, dejando paso a un cuerpo diminuto y frágil,… era Liz. Yo le daba las espaldas en ese momento, pero podía sentir la calidez de su cuerpecito: sus piernas comenzaron a frotarse contra las mías, mientras sus brazos me acariciaban las espaldas, mientras que mi pequeña gruñía, como pidiendo afecto. Casi de inmediato, mientras me abrazaba, mi verga se irguió rápidamente,… como nunca antes en mi vida. 

El alcohol que tenía yo dentro hizo el resto: había pasado meses sin tener a una mujer a mi lado, y las insistentes caricias de mi hija me terminaron hirviendo el cuerpo; ya con la verga casi reventando, giré y le puse a mirar a Liz por un instante. La respiración de me entrecortaba. Mientras ella me miraba en medio de la oscuridad del cuarto, casi soltándome una enigmática sonrisa. Estaba yo ebrio de alcohol y de deseo, y ya no me podía detener,… 

- …Quítate el pijama,… -, le ordené sin más. 

Liz lo tomó como lo más natural del mundo (como cualquier orden de papá, supongo,… no sé); poniéndose boca arriba empujó con los pies las cobijas. Sin decir nada, se incorporó y se quitó la camisa del pijama estampado que llevaba, dejándome ver sus redondas y blancas tetitas de pezones erectos; luego, con toda naturalidad recogió las piernas y se quitó los pantalones, apartándolos con los pies, tirándolos de la cama: no tenía puesta las braguitas, así que en n instante quedó ante mis ojos, completamente desnuda, recostada boca arriba para mí, esperando,… 

Quedé alelado y con la garganta seca en un instante: su estrecha cinturita y sus ahora ya anchas caderas me encandilaron,… pero lo que me dejó impactado fue ver su coñito: habían pasado apenas unas semanas desde que se lo ví por primera vez, pero ahora exhibía una deliciosa y algo frondosa almohadilla de vello dorado. Mi pequeña me echó esa mirada, respirando agitada, haciendo subir y bajar antes mis ojos sus tetas redondas y paraditas, mientras separaba sus piernecitas temblorosas,… sonriéndose,… 

¡No aguanté más; me bajé los calzoncillos, liberando mi verga tiesa como nunca en la vida!!! ¡Ni siquiera le dejé ver la inmensa erección que me había provocado: me le eché encima comprimiéndola contra la cama con mi peso! Por un instante pensé que me suplicaría que me detuviese, pero no fue así. Se quedó callada, sin dejar de verme a los ojos; apenas sentí su piel suave como durazno, enloquecí: ¡como un animal le cogí las piernas y empujé hasta enterrársela!!!!

- ¡AAAAYYYY!!! 

¡Mi Liz pegó un chillido que casi me dejó sordo!!, ¡¡yo mismo casi grité de dolor, al sentir cómo la cabeza de mi verga abría con violencia su rajita apenas lubricada!! Yo temblaba sin parar, sosteniendo con fuerza sus piernas con ambas manos, manteniéndola ensartada; ¡estaba yo descontrolado: SOLO PENSABA EN METÉRSELA MAS Y MAAAÁSSS!!!! 

Al segundo envión, logré clavarle la verga por completo; ¡era increíble, la sensación de su estrechísimo conducto apretándome la verga!!!, ¡me enloquecía cómo me apretaba con las piernas, y sentir que mis bolas chocaban ya contra su culito!!! Era casi como la vez en que desvirgué a su madre, hace ya tanto tiempo,… 

Comencé a bombear cada vez con más ímpetu, enterrándosela por completo una y otra y otra vez: ¡mi hija tiene una concha deliciosa!!!; estaba yo disfrutándolo con locura, mientras que Liz movía con algo de torpeza las caderas, mientras mi pieza salía sangrante de su rajita, para luego hundirse de nuevo, obligándole a soltar, por primera vez en su vida, sus incipientes y cada vez más abundantes jugos. Liz no decía nada: sólo gemía, berreaba como un animalito, abrazándose con fuerza con ambos brazos de mi cuello, y con sus piernecitas colgando, cual muñecas de trapo de mis brazos. 

- …¡Mmmmgm!!!,… ¡mhummm!!!,… ¡mñnmmmhh!!,… 

Sus jadeos animales me estaban desesperando, al igual como su olorcito de hembra sudorosa, y que me iba envolviendo por completo: ¡me la estaba cogiendo y lo estaba disfrutandooo!!!! Aquella incestuosa cabalgata duró bastante, mucho más de lo que supuse, ya que estaba demasiado borracho y excitado. Los minutos transcurrieron sin parar en medio de los gemidos de mi hija, que también gozaba de su primera vez. Pasado un tiempo que a mí me pareció como una hora, sentí el latigazo que partió de mi verga y recorrió en un instante todo mi cuerpo: como una explosión, descargué toda mi leche en su coñito estrecho, ¡mi semen salió a borbotones antes incluso que le sacase la verga!!! Liz soltó un suspiro profundo, para luego temblar sin control, casi convulsionando, y terminar como desmayada sobre mi cama. Saqué mi verga aún tiesa de su desvirgado coñito adolescente, derramando sangre y semen en grandes cantidades sobre las sábanas. Ladeó la cara y cerró los ojos, jadeando sin parar, respirando con fuerza, subiendo y bajando sus tetas deliciosas frente a mis ojos. Me quedé viendo un buen rato como su raja abierta soltaba sin parar esa lechada sanguinolenta que salía de sus entrañas: me sentía como hipnotizado ante tal espectáculo: finalmente había pasado lo que estuve evitando por tanto tiempo. No sé si era la borrachera o la tensión de los últimos días o la excitación o todo junto, pero me eché al lado de mi hija y casi al instante caí rendido. 

A la mañana siguiente desperté algo tarde. Liz no estaba a mi lado y de la sala venía un olor a café. A mi lado estaba la prueba de nuestro delito: una inmensa mancha de líquido seminal y sangre en las sábanas. La cabeza me quería explotar, y valgan verdades, hasta tenía miedo de ver a mi hija a la cara. Cuando finalmente salí a la sala, descubrí que estaba solo; Liz se había despertado antes y de seguro ya estaba en el colegio. Me sentía realmente mal, pero aún así me fui al trabajo. En la oficina lo pasé peor, pensando en todo tipo de cosas, cada una peor que la otra. Al mediodía, pedí permiso y regresé a casa. Abrí la puerta del depa casi con pánico. Aquella tarde hacía un calor del diablo, y fui directo al baño. 

Apenas abrí la puerta, volví a quedarme completamente azorado: frente a mis ojos, estaba Liz; había llegado antes que yo a la casa y se hallaba de espaldas, semiabierta de piernas, apoyada en el lavado del baño, con la cabeza y el rostro cubiertos de espuma de champú: 

- ….¿Papi, eres tú?,… -me preguntó volteándose, con los ojos cerrados ,a causa del champú-,… me estoy lavando el pelo: la idiota esa de la Cecilia Gamarra, me vació una gaseosa encima en la clase de Educación Física,… 

Liz sonreía mientras me lo explicaba, como si nada hubiese pasado la noche anterior,… pero yo no le prestaba atención a sus palabras: mis ojos estaban clavados en su cola. Estaba vestida con su uniforme deportivo; una camiseta blanca (que la tenía tan mojada, que dejaba ver su sostén también casi transparente, por lo mojado que estaba, luciendo sus pezones duritos y encarnados), y unos shorts tan apretados, que casi reventaban por su –ahora-, más notorio y durito culo. Tarareando una canción, Liz siguió lavándose el pelo en el lavado, mientras juntaba los pies, dándole así aún más redondez a su excitante trasero. En esa posición tan excitante, Liz lo meneaba para mí, sin ningún pudor,… yo pensaba hablar con ella, hacerle entender que estaba mal, en fin, parar antes de dañarla,…pero ella seguía ahí, como incitándome: no lo aguanté. 

¡Tiré mi portafolios al suelo y con una furia desesperada me abrí los pantalones y con mi verga otra vez gruesa y dura me le fui encima!; Liz chilló, al sentir mis manos bajándole en un segundo sus shorts y sus bragas, hasta dejárselas en los tobillos: 

- ….¡PAPIIII!!!!,.... –chilló agudamente, mitad de gozo, mitad de miedo, al sentir la cabeza de mi pene forzando otra vez su entrada a su rajita diminuta y apretada-,… ¡PAPIIIIII!!!,… ¡Ahhh!,… 

Su conchita adolescente estaba completamente seca, y mi pieza entró con furia, haciéndole gritar ante tan dolorosa penetración; yo estaba hecho un loco, y gozaba como un enfermo, mientras sus piernas se retorcían sin control,… como si ella dudase en dejarme penetrarla de nuevo o si más bien impedírmelo. La cabeza se me embotó de nuevo, al tomarla de la cintura y clavársela hasta el fondo, ¡DIOSSS, su coño es una maravillaaaa: me aprieta la pieza por completo!!!!; frente a mi mirada, ya loca de deseo, su culito redondo y sonrosado, era y es mi perdición: ¡comencé a metérsela con una velocidad, demencial! Mi hija la recibía completa, alzando su culito con cada embestida y apoyada de manos en el lavado rebosante de agua. 

- ….¡PAPIIII!!!!,... ¡Ahhhh!!!,…¡PAPIIII!!!!,... ¡AAAAAhhhh!!!,… 

Aquella palabra me estaba volviendo un animal: “¡PAPI!, ¡PAPI, PAPIII!!”; Liz no lo decía como una súplica, ¡lo decía con gozo, como una hembra golosa que disfrutaba como loca siendo penetrada! El lavado rebalsaba mientras ella soltaba manotazos sobre el agua con cada embestida mía, machacándole yo sus estrechas y húmedas entrañas, ¡mi verga crecía dentro suyo más y más, mientras ella no paraba de gritar! Agarré sus nalgas blancas con fuerza, con ambas manos, separándolas casi por completo, disfrutando el ver mi verga enorme en proporción a sus caderitas, hundiéndose en su coño mojadísimo, ¡le metí el pulgar en su año virgen y estrecho, casi por completo!! 

 - ...¡PAPIIII!!!!,... ¡OOOHHHH!!!,… ¡PAPIIII!!!!,... ¡AAAAAhhhh!!!,… ¡AHHHHHH!!!!,…. 
- …¡SIIIIIÍ!!!,… ¡SOY TU PAPI, SOY TU PAPIIIII!!!!,… -, comencé a decirle yo jadeante y loco. 

Yo la penetraba aún con más fuerza, con más furia, casi deseando partirla, mientras ella se paraba de puntitas, arqueándose y alzando más su deliciosa colita. Ambos sudábamos a mares; le levanté la camiseta y le saqué los pechitos por encima del sostén, apretándoselos con ambas manos, con rabia, casi cargándola en vilo por las tetas. Mi hija seguía con champú en la cara, pero no paraba de gemir de gozo y de regalarme una amplia sonrisa de satisfacción cuando me vacié finalmente dentro de ella, sonrisa la cual pude ver a través del espejo del baño. La cabeza me daba vueltas, mientras la observaba con detenimiento. Había quedado casi con la cabeza hundida en el lavado, jadeante. Apoyada de manos, con sus ropas en el suelo mojado del baño: estaba abierta de piernas por completo, soltando semen a borbotones por su concha entreabierta y enrojecida por la fricción. Su anito palpitaba con cada respiración suya, como incitándome a poseerlo también. 

Me fui a la sala y me saqué misa ropas, también completamente mojadas. Me serví una copa y me senté en el sofá: el corazón se me salía del pecho y sabiendo que las cosas ya no volverían a ser como antes; traté de pensar en qué hacer. No logré llegar a decidir nada; a los pocos minutos, mi Liz salió del baño,… secándose su cabellera rubia con una toalla. Estaba completamente desnuda y con una seguridad que jamás le había visto, caminó como toda una mujer, contoneándose, rumbo a mi dormitorio. Desde la sala, pude ver por la puerta abierta de mi cuarto, lo que hacía: cual si fuese ama y señora del lugar, se acostó en mi cama, de cara a mí, mostrándome así, todo su delicioso y excitante cuerpo. 

- Papi, ven,… -, me dijo entonces, con una voz ya más bien de adulta. 

A partir de ese momento, se inició esta insana y deliciosa relación entre mi insaciable hija adolescente y yo. Las propinas que le doy ya no las gasta en cines o helados; sin que yo le diga nada, Liz ahora las gasta en hilos dentales, baby-dolls y pantyes o ropa muy apretada y excitante. Ya va más de un año de todo esto, y no sé si parará algún día. Muchas cosas han pasado entre ella y yo, y conforme me atreva a contárselas a todos ustedes, las iré revelando,... 

(CONTINUARÁ,...)

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