7 sept 2011

Secretaria de día, puta de noche (3)



Un relato de: Krakkenhere. 

 Ha pasado ya 20 días desde que entré de lleno en mi “nueva doble vida”, pero no he podido salir en las noches del al última semana por el exceso de trabajo en la oficina,… y estoy a punto de explotar. Necesito con urgencia una verga destrozándome por dentro. Podría, pienso, no sé,… o proponerle o seducir a alguno de mis compañeros de trabajo, pero desisto de siquiera intentarlo; alguno de los muchachos de la oficina me parecen atractivos, pero,… en realidad no le abriría las piernas a ninguno,… a menos que me abordasen en una esquina oscura, y no yo como Vivianita, la secretaria de Recursos Humanos, sino como Sheyla, la puta. 

Afortunadamente ya había logrado zafarme de mis compañeras de la oficina: Camucha y Rita habían desistido de tratar de sacarme todos los fines de semana para “olvidar a Rodrigo”; mis escapadas a solas, las supe disimular, haciéndoles creer que salía yo con alguien, así que ahora recorría a mis anchas las calles de madrugada, conociendo con mis clientes, nuevos hoteles, hostales y tugurios de todo tipo: ya no necesitaba para excitarme, vestida como puta, las cuatro paredes de mi depa: tenía las calles de una enorme ciudad para disfrutar a mis anchas, del placer de ser comida con los ojos, por desconocidos que babeaban viendo mis carnes casi completamente expuestas y disponibles para todos ellos: sus miradas lascivas, sus expresiones vulgares referidas a mí, bastaban para mojarme casi por completo. 

No dejé de leer los clasificados para adultos del diario, para masturbarme a solas: me servían mucho –aparte del goce solitario-, para darme nuevas ideas para disfrutar de mi nueva vida. Ahora más bien jugaba con mi clítoris leyéndolos, a la vez que ponía una peli porno en la tele: mi colección personal ya estaba creciendo casi día a día. Un jueves, mojando mi entrepierna con una de ellas, veía detenidamente –y gozando-, una en la cual a una tipa le daban por el culo a la vez que a otro tipo se la chupaba con desespero; en ese momento recordé que habían cosas pendientes con respecto a mi “oficio”: mi ano seguía siendo virgen y no le había chupado la verga a nadie aún –ni cuando tuve enamorados-; el ver a esa mamona, gimiendo de cuando en cuando, y gritando de loco placer con cada embestida de esa poderosa verga, clavándosele en el ano, me hizo decidirme: mi próxima salida sería dedicada exclusivamente a estrenar mi agujerito. Mientras seguía viendo la performance de la actriz porno, una mirada al diario me dio la idea: dos noticias llamaron mi atención. La primera, reseñaba sobre operativos del ministerio público, en cantinas del puerto. La segunda, anunciaba el arribo, también al puerto -el sábado-, de un buque de la Marina de Guerra; la sola imagen me sacudió en un terrible y potente orgasmo, ¡entregarle mi culo, cual puta burdelera, a uno o más de esos marineros, excitados hasta el salvajismo, tras meses de no tocar mujer!,… no tardé casi nada en explotar en un orgasmo tremendo!!; aquella noche no pude dormir: mis sueños eran de puros brutos vestidos de blanco, arrancándome la ropa, violándome. El viernes debo haber sido insoportable en el trabajo; estaba yo de un genio de los mil diablos, por que no podía yo hacer nada más que esperar que pasase el tiempo. 

Finalmente llegó el sábado y yo estaba como loca, recorriendo mi depa de lado a lado: mientras veía el sol ponerse, repasaba una y otra vez mi apariencia: quería que “Sheyla”, se viese espectacularmente puta esa noche. Tras probarme una y otra cosa, finalmente me decidí: utilizaría esa noche un vestido entallado, de una sola pieza, color verde, de tiritas – mismo color de mis lentes de contacto-, con un escote que llegaba hasta casi el ombligo, y abierto a media espalda; así podría mostrar una teta con un pequeño tirón,… o las dos a la vez. La micro minifalda del vestido casi no cubría la mitad de mi culo goloso y próximo a ser rematado al mejor postor, así que agregué a mis escasas prendas un hilo dental negro y unos zapatos de taco aguja, con tiritas de cuero que se anudan hasta los tobillos; todo eso aunado a mi cuerpo casi desnudo, con unos toques de brillo aquí y allá, mi peluca larga y negra, uñas postizas largas, sombras y rímel sobrecargado, me daba la pinta perfecta para que esos marinos se me echasen encima. 

Llegadas las 9, salí a la calle: estaba tan excitada que ni siquiera tomé la precaución de ser discreta; probablemente mis vecinos se percataron de mí. Tomé un taxi al vuelo, y tuve que convencer al taxista –con una buena paga-, de llevarme directo a los barrios más peligrosos del puerto; tuve que, disimuladamente, secar mi entrepierna con pañuelos de papel más de una vez, durante el largo trayecto: así de excitada me encontraba. Tras solicitarle algunos datos al taxista, finalmente me dejó en una cantina donde las putas sin “territorio”, pueden pescar clientela sin peligro (no tenía yo la intención de acabar esa noche en una pelea de putas, como a veces suele suceder, por la propiedad de las esquinas); el taxista se marchó, tras prometerme que vendía más tarde,… apenas reuniese trabajando, dinero suficiente: para él, yo era puta cara. La cantina en cuestión no podía ser de lo más decadente: un ambiente sucio y ruinoso, abarrotado de mesas, con humo del techo a la mitad, apenas decoradas las paredes con fotos de revistas porno viejas, y una vetusta rocola que, apenas con fuerza, soltaba boleros de esos que “son para cortarse las venas”; era un ambiente realmente excitante para mí, pero lo mejor era la clientela: todas las mesas estaban llenas de marineros rudos y apestosos de alcohol, riendo, con putas sentadas en sus piernas, palmeándolas al verlas pasar, riendo como descosidos. 

Temblando como una hoja –de la excitación-, me acerqué a la barra de la cantina y pedí ron: tomando mi copa, recogí sensualmente una pierna, sabiendo bien que esos tipos (todos en la cantina), me miraban, deseándome; mi pezones se erectaron sin remedio: estaba yo a mi, ansiosa de ser abordada por quién sea. De pronto, una putilla muy joven, que estaba en la barra junto mío, me pasó la voz: 

- Oye, amiga: esos dos quieren con nosotras –me dijo, apuntando a la mesa de enfrente: estaba sentados ahí dos marineros-, ¿vamos?,… 

¡Que si voy con ella!!; como estaba de caliente, hubiese aceptado pagarle a uno de esos tipos por que me coja. Es así que “Sheyla” (o sea yo) y “Rubí”, nos sentamos a la mesa con esos tipos, los cuales me eran completamente apetecibles: no recuerdo sus nombres (casi nunca recuerdo cómo se llaman mis “clientes”), eran marineros: servían en el buque insignia de la armada (al parecer, eso les enorgullecía); uno era bastante joven, apuesto, de pelo cortado al mínimo, cuerpo musculoso, ojos cafés y nariz partida; el otro, mucho mayor, solo puedo describirlo como “cuadrado”: piel bronceada, tórax cuadrado, como de piedra, manos cuadradas y gruesas, rostro cuadrado y mirada lasciva,… mmm,… me excitaba cómo me miraba, clavándome sus ojos, como si me quisiera violar ahí mismo. Riendo, bebiendo, bailando y disfrutando las caricias del marinero de más edad, pasamos las horas: aquellos tipos vaciaban botella tras botella de licor a una velocidad alarmante; yo por mi parte, vaciaba al instante cualquier trago con el que llenaban mi vaso; quería que me hiciesen gritar como una cerda ya!, pero ellos preferían algo de conversación y distracción, antes de ir a un hotel. Cada vez que el marino recorría mis muslos con sus manos ásperas, sentía yo que me venía, y no era para menos: sus risas estruendosas me estremecían por completo. Como no soy de buen beber, al poco rato ya la cabeza me daba vueltas, y ahí descubrí otro motivo de disfrute intenso: cuando debía yo ir al baño, desfilaba para todos los brutos esos, quienes sin ningún temor, me soltaban a boca de jarro los “piropos” más soeces que yo jamás había escuchado, haciendo con eso que el cuerpo me ardiese; asimismo, mientras las otras putas del lugar, les soltaban a ellos bofetadas ante la más mínima caricia, yo por mi parte me dejaba tocar: cada paso mío camino al baño equivalía a seis u ocho manos rudas, cogiéndome le culo, las piernas, la raja, las tetas, haciéndome gozar como loca; en el baño, otras putas cogían con otros tantos marinos, pegadas a las paredes, dándome un delicioso espectáculo mientras estaba ahí, para luego volver a disfrutar, con mi paseo de vuelta a la mesa: aquella morbosa y placentera pasarela de manoseos, la repetí más de una vez, y muchas sin necesidad verdadera. 

Pero había algo más: en la mesa de junto, dos marineros no me despegaban la mirada ni un instante. Eran dos negros, altos, enormes, de mirada dura, ambos con las camisas abiertas de par en par, mostrando tatuajes y cicatrices. Sus miradas lascivas, acompañadas por una sonrisa, algo así como maléfica, me estremecía por completo; borracha como estaba, meneaba mi culo frente a ellos, para luego sentarme y, por efecto de mi diminuto vestido mostrarles mi culo, y mi hilo dental. Estábamos tan cerca, que ellos podían escuchar nuestra conversación,… y yo, sentir su respiración en mi nuca, mmmm,…. 

Tomando la última copa, Rubí estaba sentada en las piernas de muchacho, con las tetas al aire, riéndose escandalosamente, mientras él le lamía los pezones frente a todos; yo por mi parte, disfrutaba como loca mientras el otro marinero hundía su manaza entre mis piernas, mientras me besuqueaba le cuello con desespero. Fue entonces que nos dijeron lo que deseaban: que los cuatro nos fuéramos a un cuarto de hotel, a hacer una pequeña orgía; Rubí habló por las dos, proponiéndoles un precio: para mí daba igual, ya que eso no me interesaba. Los marineros accedieron al monto estipulado: 

- …Pero con todo, ¿no? -, preguntó entonces el marino de mayor edad. 
- Todo lo que quieras papito, menos anal – le replicó la chiquilla-, yo te hago lo que quieras, pero no por el culo: si quieres metérsela a alguien por ahí, búscate un maricón,… 
- …Yo sí lo hago,… -solté yo entonces, en medio de mi borrachera y mi excitación-, y estoy para estrenar,… 

¡Para qué dije eso!, no pasó ni un segundo, y los dos negrazos de la mesa de junto, saltaron de sus asientos como de un resorte: uno de ellos, el más alto, se me abalanzó y de un tirón, me tomó del brazo, haciéndome poner de pie. 

- ¡Yo me la llevo!!-, dijo con su voz tronante. 
- ¡Oye!, ¿qué te pasa? –apenas dijo mi acompañante-, ¡ella,…! 

El vaso que llevaba en la otra mano estalló en la cabeza del marino mayor en un instante, ¡el otro negro la emprendió a puños contra le muchacho, armándose una bronca: SE ESTABAN PELEANDO POR MI CULO!!!; yo estaba como ida y realmente excitada; ni en mis más locos sueños había yo imaginado que podría descontrolar a los hombres de esa manera. Por unos instantes yo fui como una muñeca de trapo, zarandeada de un lado a otro, hasta que sin saber cómo, me hallé fuera del bar, en la calle, siendo arrastrada por ese marino bruto e inmenso y su compañero, a los cuales apenas les llegaba yo a la altura del pecho: estaba aterrada, pero dichosa de que esos machos me llevasen casi en vilo, cual trofeo, hacia donde ellos quisiesen.

- Vamos al descampado -, me dijo el que me tenía prendida, mostrándome todos los dientes, y como si yo supiese qué sitio era ese. 

No tardamos mucho en llegar: tras recorrer varios callejones oscuros, llegamos al descampado: era un espacio abierto, lleno de chatarra de barco, y que estaba entre el barrio del puerto y las fábricas del cercano distrito industrial. Corría un viento helado, pero a esos dos no les importaba: estaban borrachos a más no poder; yo por mi parte, ni sentía frío, al encontrarme a la vez muy asustada,… y terriblemente excitada. Casi no hablamos: el negro que le rompió el vaso en la cabeza la tipo con el que tomaba, me tendió su mano inmensa, mostrándome un montón de billetes: era mi paga si en verdad yo era virgen por el culo (después averigüé que me dió como un mes completo de su sueldo); tomé los billetes temblorosa, tras lo cual no tuve tiempo a nada. Con su fuerza brutal, me dió media vuelta y de un empellón, me hizo caer de bruces al suelo terroso; mientras escuchaba cómo se reían los dos, mientras se quitaban las camisas y se desabrochaban los pantalones; yo apenas pude voltear a verlos, inmovilizada del pánico. 

Por un momento quise correr, pero no pude: apenas hice el ademán de incorporarme, el negrazo ese apoyó sus manos en mis caderas, y con todo el peso de su cuerpo, me aprisionó firmemente contra el suelo. Con un movimiento de pulgares, alzó mi falda hasta mis caderas, dejando al aire mi culo tembloroso; de un zarpazo certero, tiró de mi hilo dental para atrás; ¡grité de dolor, al sentir el ardor de la fricción de la prenda, sacada tan violentamente!!; en ese momento, en que la borrachera desapareció por completo, pensé en rogarles que se detuvieran, pero no había ya marcha atrás: se me saltaron las lágrimas al sentir dos dedazos del marinero, completamente ensalibados, metiéndoseme por el ano, con vehemencia, como queriendo lubricar hasta el fondo de mi conducto así violado. 

- ¡Jejeje!, oye, ¡si era virgen por el culo!, ¡jajaja!!! -, le dijo a su camarada, mientras seguía metiéndome sus dedos dolorosamente. 

En eso se entretuvo un buen rato, riéndose al verme tratando de empujar con mis pies, tratando de avanzar, alejarme de sus dedos,… pero valgan verdades, poco a poco sentía cómo me embargaba un extraño y cada vez delicioso placer, que me adormecía las piernas, al sentir sus gruesos dedos, explorando mi estrecho conducto. Mi conchita se iba mojando sin remedio cuando el dolor comenzó: usando sus dos pulgares, me separó por completo las nalgas, hasta un punto en que pensé que me rasgaría, para luego colocar la inmensa cabeza de su pene en mi ano enrojecido, ¡grité como nunca en mi vida, al sentir su grueso aparato entrando!!!; ¡era horrendo el dolor que sentía, con cada centímetro de su tranca metiéndoseme, desgarrándome por dentro en varios puntos a la vez!!!. Solté a llorar como una niña, chillando, resoplando,… hasta pidiendo por mi mamá, mientras el negrazo se esforzaba por meterla por completo, mientras mi rostro estaba inundado de lágrimas. 

Una vez que logró ensartarme hasta sentir el golpe de sus bolas, el marinero se prendió de mis tetas, atenazándolas hasta hacerme doler, hundiéndome sus dedos, par a continuación dar inicio a un violento mete-saca, ¡quería gritar: ME ESTÁN VIOLANDO, ME ESTÁN VIOLANDOOOO!!!!,… pero de mi garganta solo salían salvajes jadeos, quejidos de puro y enfermo gozo, mientras que comencé a babear, sintiendo a la vez que me estaba matando, y la llegada de un brutal orgasmo, que se cortaba de pronto, convirtiéndose en ardor por dentro, con cada embestida de ese animal. Era una sensación extraña, pero placentera: no sentía mis piernas, una sensación de ardor por dentro, la sensación de estar a punto de evacuar sin remedio; una “bola” mitad jadeo, mitad quejido, que se me atragantaba en la garganta,… una sensación de gozo indescriptible, y a la vez, como que me revolvían las entrañas por dentro,… todo junto. 

- ¡Te gusta que te den por el culo!!!, ¿no puta? –me dijo entre jadeos el marino, sin parar de clavarme. 
- ¡Ahhhhggggg!!!,…. ¡seeeeee!!!!,… -apenas le respondí, casi inconsciente, con un sonido gutural, que en nada se parecía a mi voz-,….. seeeeiii!!!!,…. ¡maaaaaásss!!!!,… 

No paraba yo de llorar mientras ese bruto me desvirgaba el ano de una manera tan dolorosamente deliciosa: su inmensa tranca la sentía yo desde el ano hasta la cabeza,… y esa sensación me encantaba. Sentía que los ojos de me volteaban sin proponérmelo, con cada salvaje penetración, mientras que mis lágrimas y mis babas se convertían en lodo en mi rostro, cada vez que ese negro me tomaba de los cabellos y me enterraba la cara en el suelo, gozando con violarme así; tardó muchísimo en terminar; hasta tuve tiempo de maldecirlo mentalmente: le maldecía por no haberlo conocido antes; me estaba enamorando de esa inmensa verga que me estaba rompiendo el culo. Cuando finalmente descargó su lechada dentro mío, haciéndome gritar como una salvaje, al sentir cómo abrasaba mi herido conducto, ya estaba yo obnubilada con su sudor que inundaba mi espalda, con su aroma ácido y penetrante en extremo. Cuando su enorme aparato salió de dentro de mí, temí que la marea de sangre y semen que brotaba de mi agujero muy dilatado, fuese preludio de perder en ese instante total control sobre mi cuerpo. El negro mientras tanto se reía, guardándose ese aparato divino en sus pantalones, e invitando a su amigo a que disfrute de mi agujero: estaba hecha polvo, sin fuerzas para hablar, pero quería más,… mucho más. 

Ya con mi agujero dilatado y húmedo al extremo, la verga del segundo negro (eran muy similares en tamaño: enormes), se introdujo con facilidad dentro de mí; excitado como estaba al ver a su amigo desvirgar mi ano, el segundo marinero me empezó a penetrar con loca desesperación; era delicioso prolongar toda esa marea de sensaciones, y a pesar que apenas tenía yo fuerzas para nada, este segundo “cliente” me hizo gozar como loca, al clavarme con fuerza su aparato, mientras me vejaba como a mí me gusta: 

- ¡Levanta el culo, puta!!!-, me ordenaba de cuando en cuando, y yo le obedecía a pesar que ya no daba más-, ¡mueve le culo, perra!!!,… 

Duró menos que el segundo, pero no por eso fue menos placentero. Cuando se aprestaba a descargar su verga dentro de mí, se prendió también de mis tetas con fuerza, para luego clavarme los dientes en la nuca, firmemente, pero sin hacerme doler: ¡me sentí como una gata callejera, prendida así por su gato semental, impidiendo que escape!!!; el orgasmo que tuve al terminar el negro dentro mío fue una sucesión de varios, y duró varios minutos; no fuñe el único que tuve: cuando su amigo me desvirgó el culo, yo ya había creado un charco alrededor de mi concha; dada la inmensa cantidad de mis jugos que descargué, desde que esos dos hicieron lo que les vino en gana conmigo. Bañada en semen hasta las rodillas, tirada en el suelo, sucia de barro y semen, y sin poder ponerme en pie, ahí me quedé: los dos marineros conversaban entre ellos mientras se vestían, sin importarles mi persona; me habían pagado, me habían usado y ahí me dejaban, como cualquier cosa,…. mmm,… eso es lo que me encanta más en el mundo. Al rato se fueron sin más, cantando cancioncillas obscena, muertos de la risa. Por la gorra de sus uniformes, sé en qué buque están destacados, pero eso no lo compartiré con ustedes, chicas. 

Tardé buen rato en ponerme de pie: las piernas no me respondían. Ya casi amaneciendo, me limpié lo mejor que pude y salí del descampado; afuera en las calles del puerto, las putas estaban en sus esquinas esperando al último cliente de la noche; yo caminaba como una ebria, sin poder mantenerme en pie. Ellas se burlaban de mí, viendo mi vestido sucio de lodo, con un manchón enorme se semen pegoteado atrás, y un hilito de sangre recorriendo la parte posterior de una de mis piernas, pero no me importaba: había gozado con mi primera experiencia anal. Tardé buen rato en conseguir un taxi, y al llegar a casa, caí rendida: tuve que pedir libre el lunes en la oficina: aduje que estaba resfriada. Los moretones de los dedazos de ambos en mis senos tardaron tiempo en desaparecer; de día era fácil ocultarlos, pero en mi otra “vida”,… 

Igualmente, por varias semanas, mi lacerado agujero me hizo recordar a esos dos salvajes marineros, cada vez que iba yo al baño: inexplicablemente, en esos días, como ahora, ese tipo de dolor, más bien me sabe a un delicioso placer. 

(CONTINUARÁ,…)

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