3 jun 2011

Adrián/Adriana (1)



Un relato de: Krakkenhere.

Soy muy obsesivo en todo en lo que me meto: eso me ha servido para destacar en el pasado como un excelente estudiante y trabajador,… pero también me ha complicado la vida, llevándome a vivir cambios dramáticos de tiempo en tiempo. Lo que paso a relatarles, es un ejemplo clarísimo, del grado al que me puede llevar mis tendencias obsesivas, y en este caso en particular, sumergiéndome por completo en una nueva vida.

Todo comenzó con mi antigua novia, Susana: era una relación común y corriente; nos conocimos en una fiesta y, tras salir varias veces, nos volvimos pareja. El “punto de quiebre” se dio la primera vez en que tuvimos relaciones sexuales: Susana, esperando que ese fuese un momento especial, lució para mí, un coquetísimo y sexy conjunto de ropa interior, de seda suave y lustrosa, color negro y de encaje; ¡fue delicioso acariciar su cuerpo torneado, cubierto con esas prendas! Acaricié sus nalgas, apenas cubiertas por sus bragas, casi llegando yo a eyacular solamente por el placer que me regalaba al tacto con la prenda. Fue una noche especial, pero me marcó de golpe: me volví un obseso con la lencería femenina: conforme la relación avanzaba, yo no paraba en regalarle a mi novia con toda la ropa interior sexy en la que se posaban mis ojos: ligueros, baby-dolls, camisones diminutos, transparentes, pantyes a media pierna, etcétera, etcétera, etcétera.

Susana estaba encantada al principio, pero poco a poco comenzó a desagradarle la cosa: yo solamente me excitaba si ella vestía esas prendas, y muchas veces, yo solamente disfrutaba con eso, llegando a no penetrarla.

Tratando de engreírla, le cité a una cena romántica en mi depa una noche, y le entregué un regalo especial: ¡la que se armó!, como se imaginan, mi regalo era más de lo mismo: un baby-doll rojo de encaje, con ligero y pantyes a media pierna que le hacían juego. Susana se fue, tirando la puerta con furia; yo me sentía incomprendido. Aquella noche, ya a solas, comencé a beber: vacíe casi todo el licor que tenía en casa, hasta que me puse a ver el baby-doll; ¡era realmente divino y no entendía yo por qué me lo rechazaba! Estaba yo a la vez embriagado y excitado: ¡no sé en qué momento me entró en la cabeza esa loca idea!, estaba yo tan obsesionado con el placer que sentía al acariciar sedas, pantyes o encajes que me decidí: ¡total: estaba yo solo en mi depa!,… así que sin más me quité los pantalones, zapatos y medias y me fui calzando las pantyes.

¡WOOOW!!, exclamé para mí mismo: ¡esa sensación de “frescor” era deliciosa!; casi temblando –por la emoción-, posé mis ambas manos en mis piernas,… ¡se me erizó el cuerpo al sentir la suavidad de mis muslos enfundados con esas medias! De más está deciros que el pene se me puso tieso en el acto. No lo pensé ni un segundo: me desnudé por completo en un santiamén, comenzando a luchar para ponerme el baby-doll Mi enamorada era casi de mi talla, pero aún así, la prenda me apretaba el tórax un poco. Proseguí con el ligero, y me demostré a mí mismo, lo inútil que era yo en aquel entonces con esa prenda. Finalmente tomé las braguitas y me las puse: suponiendo más que sabiéndolo, me esforcé en acomodarme el pene hacia atrás. Tras calzarme esa apretada prenda, y como si lo hubiese hecho toda la vida, junté las piernas, me quebré de cintura y alzando el culo, me comencé a acariciar mis propias nalgas: ¡qué delicia: sentía yo mi propio culo: lo sentía como si fuese el de una mujer!!!

Excitado al máximo, me fui al dormitorio: disfruté como loco revolcándome con la lascivia de una hembra excitada, acariciándome el cuerpo, el pecho, la cintura, las piernas, las nalgas, mientras me masturbaba como loco; eyaculé como nunca en mi vida, unas tres veces, antes de quedarme dormido. A la mañana siguiente, desperté y me vi al espejo: ¡me sentía realmente mal!!!,… pero no por vergüenza; ¡me daba pena verme como era yo! Era simplemente yo un varón en interiores de mujer; piernas velludas, cintura ancha, caderas casi inexistentes,…pelo en pecho, bigote,… ¡no parecía yo en nada a esa delicia femenina a la cual había yo acariciado con los ojos cerrados, hasta la locura la noche anterior! Había encontrado yo una nueva dimensión del placer, y ahí comenzó mi nueva obsesión: deseaba yo que la ilusión que me había dado tanto placer, fuera perfecta.

Al principio, me obsesioné con los zapatos: en mi lógica, nada mejor que una mujer en lencería sexy, calzando tacones altos, mostrando a la vista, un pie diminuto, sexy y elegante (como en las pornos) Tras recorrer decenas de zapaterías, finalmente escogí un modelo y me atreví a comprarlos (…¡es difícil conseguir zapatos talla 42!) La dependienta se sorprendió por la talla, así que le mentí: “…es que mi novia es alemana”, le dije. Azorado, emocionado al límite, llegué a mi depa y me encerré en mi dormitorio. Había escogido unos zapatos rojos, de taco aguja; ¡casi me parto el alma aprendiendo a caminar!, pero aún así, me pasé la noche encantado, vestido otra vez con el baby-doll rojo, caminando frente al espejo, y viendo con placer mis pies enfundados en medias de seda, y elegantemente alzados, viéndose muy coquetos, muy femeninos,… pero tras mi disfrute –verme, disfrutar y luego masturbarme-, venía de nuevo la desazón: aún la ilusión no era perfecta al cien por ciento.

A partir de ese momento, enloquecí: siguieron unos zapatos de tiritas (de esos en que las tiras se cruzan y se atan, desde tobillos hasta debajo de las rodillas), en color dorado. Luego siguieron unas botas de cuero negro, altas, hasta encima de la rodilla (comencé a decir al hacer tales compras que “…trabajo en una compañía teatral: yo soy el encargado del vestuario”) Igualmente comencé a ampliar mi “ajuar”: pantyes blancas, rojas, a media pierna o completas; medias de agujeritos, en fin; poco a poco, los baby- dolls y sostenes de encaje iban llenando mi ropero,... aunque mi verdadera manía eran las bragas: de tiras, hilo dental, transparentes, cola-less ¡TODO!!! Cada noche era una sucesión de placer en solitario, probándome shorts, minis, blusas, tops, jeans a media cadera, para luego revolcarme en la cama, masturbarme con mis bragas diminutas estiradas al máximo en mis tobillos, con mis piernas alzadas -como para que yo las viera-, en pantyes y zapatos de taco,… mmmm,…

Pero no me sentía satisfecho por completo: quería yo ir “más allá”. No tuve problemas en afeitarme las piernas y, luego, todo el cuerpo. A la mala aprendí a pintarme las uñas (de los pies: mi obsesión era aún, en aquel entonces, mi secreto,…) Igualmente aprendí a maquillarme, así que sombras, rímel y pestañas postizas pasaron a engrosar mi inventario de aditamentos para mi goce nocturno y exclusivamente personal. Mejorar mi piel, volverla más suave, fue bastante fácil: hoy en día nadie se extraña con que un varón use afeites de todo tipo ¡Casi muero de la felicidad cuando adquirí mi primera peluca por Internet! Obsesivo como soy, al poco tiempo tuve una excelente colección: pelirrojas, azabaches, rubias,… largas, rizadas, ¡poco a poco la ilusión era casi perfecta!!!

Mi comportamiento en aquel entonces, no me delataba en nada: para nadie fue extraño que desapareciese mi bigote de la noche a la mañana. Igualmente, el que mostrara yo de pronto mi interés en las mujeres, tampoco llamó la atención: todos mis amigos y amigas, pensaron que mi reciente ruptura me había afectado demasiado. Progresivamente pasé a vestirme de mujer y quedarme así todo el tiempo que pasaba en mi depa; ya no me masturbaba: disfrutaba solo sintiéndome así vestido. Mi vida social también se vio afectada: ¡para qué buscar compañía, si tenía yo a alguien, casi perfecta “esperándome en casa”, todas las noches! Casi sin darme cuenta, comencé a llamarme a mí mismo– en mi versión femenina-, como si tuviese “otro yo”: si yo me llamaba Adrián, a “ella”, la llamaría “Adriana”. Lentamente, se fue creando en mi cabeza el binomio Adrián-Adriana:

Adrián salía a trabajar, a ganarse el sustento,… y el dinero para comprar los regalos preferidos de Adriana: lencería, zapatos, maquillaje: todo lo que ella quisiese. Disfruté enormemente la primera vez que salí a la calle, vistiendo por dentro por completo, lencería. Fue una tarde en que salí así a la esquina, a comprar cigarrillos; ¡quería reír a carcajadas, pensando en la cara de estupor del viejo ese, el dueño de la tienda, si me pudiese ver “vestida para follar”! Fue una excursión fugaz, pero ampliamente satisfactoria: descubrí que sentía placer en imaginarme a todo el mundo viéndome “así”: sabía bien yo que, bajo mis ropas informales y varoniles, o bajo mi uniforme de empleado de saco y corbata, mi cuerpo enfundado por esas sexys ropas, se iba creando (a punta de ejercicio y algo de dieta), poco a poco, un bello cuerpo de mujer.

Ya casi todo el tiempo que pasaba en casa, transcurría estando yo vestida de mujer: hacía yo la limpieza del depa o veía televisión, vistiendo minifaldas, tops y yendo de un lado al otro de mi pequeño mundo maquillado y con peluca: ya no me masturbaba; solo disfrutaba estar “vestida así” (si: comencé a hablar de mí misma en femenino) viéndome de rato en rato en las decenas de espejos que ahora me rodeaban por todas partes. Al llegar la hora de dormir, me vestía con infartantes y escandalosos baby-dolls, coquetos, vaporosos, transparentes y rosados,… como si todas las noches aguardase yo, una visita especial en mi cama. Ya empezaba yo a pensar en buscar hormonas o algo parecido, para lograr que la figura de mi cuerpo, comenzase a tomar curvas más apetecibles.

Todo hubiese seguido así, indefinidamente, a no ser por la aparición en mi vida de Silvia: la conocí en un matrimonio y simplemente me encandiló: morena alta, de formas generosas y torneadas, era una hermosa mujer de piel canela, ojos negros y melena azabache ensortijada,… ¡y lucía un espectacular vestido largo rojo sangre, de tela brillante y abertura en la pierna! No sé si fue el vestido o ella, pero no me detuve hasta conocerla aquella noche; en cosa de horas, ya éramos inseparables: nos fuimos directo de la fiesta a mi depa.

Ya en soledad, descubrí que Silvia era como una fiera desencadenada: apenas cerré la puerta, ella se me abalanzó encima; con una furia inaudita me abrió el saco y la camisa. Deseba verme desnudo. Desvistiéndonos con torpeza y besándonos, entramos al dormitorio, ¡fue un alivio para mí la habitación a oscuras, por que sino, Silvia hubiese descubierto que en vez de un boxer, yo llevaba puesto un cola-less color turquesa!

Finalmente nos revolcamos desnudos en la cama: ¡a Silvia le enloquecía la piel suave y sin vellos de todo mi cuerpo!!!; yo por mi parte, estaba excitadísimo,… ¡pero era por la envidia que sentía al ver sus tetas enormes, su ancho culo y sus piernas bien torneadas! Tampoco puedo negar, que mientras acariciaba su piel, suave como de durazno, no dejaba de ver su vestido divino, tirado ahí a nuestros pies,…

Penetré a Silvia, cerrando los ojos y acariciando sus curvas, imaginándome que esos senos firmes y redondos, esas nalgas, eran los míos. No sé si Silvia me descubrió en ese instante, pero sin decirme nada, lo hizo: ¡con un rápido movimiento, me introdujo uno de sus finos y largos dedos en el ano!

- …¡OOOhhhh!!,…

¡Me sacó el aire de los pulmones: CASI ESTREMECIÓ CADA MOLÉCULA DE MI SER!!!; yo no esperaba para nada aquella intromisión, tan brusca y sin ninguna lubricación. Apenas su dedo me penetró, empecé a jadear muy agitadamente, muy parecido a como cuando te metes en una piscina de agua helada, ¡pero era algo completamente distintooo! La cabeza me daba vueltas, casi mareado yo por aquella nueva catarata de placenteras sensaciones,…

- …No te molesta, ¿verdad, amor?,… -, me dijo entonces Silvia, jadeante en medio de la penumbra, y sin detenerse para nada: movía sus caderas frenéticamente, tratando de que mi verga se le enterrase más y más en su concha,… y al mismo tiempo me hundía su dedito cada vez más en mi estrecho ano.
- …¡NOOO!!!,…. ¡Ahhh!,… ¡para nadaa!,…. ¡para nada!,… -, le repliqué azorado, sin saber qué responderle,… y a la vez deseando que no se detuviese.

Me sentía yo, entre exhaltado, jubiloso y completamente descolocado,… es decir, yo era hombre,… o bueno,… no estaba bien,… ¡PERO ERA TAAAAN DELICIOSOOOO!!!; no sabía cómo responder o qué decir, pero Silvia se veía complacida: me mordía el cuello y empujaba sus caderas contra las mías, insaciable, ansiosa de gozar más y más. Nos acostamos de costado, sin dejar yo de mantenerla ensartada (¿o era ella la que me tenía así a mi?) Tomados por la cintura, ambos gozábamos: ella con mi pene, y yo con su dedo. Poco a poco, Silvia tomó más confianza, ¡sin pedirme permiso ni nada, introdujo otro de sus dedos en mi: YA ERAN DOS!!

- …¡AAAhhhh!!,…¡mmghfm!!,… ¡AHHH!!!,…

La sensación fue ahora más bien dolorosas, pero no tardó casi nada en ser altamente placentera: mi estrecho conducto comenzó a ser dilatado por Silvia, quien a pesar de que me preguntaba insistentemente si me incomodaba, aún así lo hacía con más vehemencia, ¡y yo le respondía prácticamente, de que siga!!! Motivado por quién sabe qué, yo también le metí casi con furia un dedo en su orificio posterior, ¡pero Silvia lo aceptó de buena gana, gimiendo y gozando de placer!!! Motivada por mi proceder, Silvia prosiguió desvirgando mi ano: a sus dos dedos, les siguieron otros más: ¡no paró hasta meterme cuatro de sus delgados deditos en mi culo!, yo estaba como loco, cerraba los ojos, jadeaba como si tuviese taquicardia, encogía los dedos de mis pies, ¡me abría de piernas para que entre más adentro!, casi al instante, escuché con sorpresa mis propios gemidos: ¡eran no de un varón, sino de una mujer,… de una jovencita dichosa de ser penetrada!!!

Tardé mucho en descargar mi lechada dentro de Silvia, lo cual ella agradeció sobremanera, pero yo sabía la verdad: yo había llegado asentir verdadero gozo, no con sus curvas o con su coño,… sino con sus dedos en mi ano. Ya descansando lado a lado en la cama, conversamos de todo un poco; Silvia entonces me preguntó qué más disfrutaba yo del sexo,... ¡diablos, no sé cómo me atreví a decírselo!, tras confesarle mi placer en solitario, accedí a mostrarme ante ella de esa manera. Tras retirarme del dormitorio (llevando algunas cosas, claro), regresé a mi cuarto ya completamente transformada: Silvia vio así por primera vez a Adriana: me puse para ella mi mejor baby-doll, un vestido azul eléctrico, de falda con vuelos, pantyes y tacones altos; me puse una peluca castaña, corta, y me maquillé especialmente, para la que yo consideraba más amiga y confidente que pareja. Al verme de pie, tímida frente a ella, Silvia casi saltó de la cama, aplaudiendo y mostrándome su satisfacción.

- …¡Estás divinaaaa!,…
- … Gracias,… -le dije con timidez-, ¿en serio no te molesta?,…
- ¡Nooo, para nadaaa, amor!,… - me dijo-, en verdad, supuse algo parecido cuando te ví,… ¡estás increíble!,…
- …No me mientas,…-le respondí, mientras trababa yo de cubrirme con vergüenza, descorazonada-,…. no me siento bien: no parezco mujer,… no me veo bien,…
- Pues para haberlo hecho sola, lo haz hecho muy bien,… -replicó-,… ¿quieres que te ayude?,…
- …¿Te refieres a?,…
- ¡Si, claro!: para algo estamos “las amigas”, ¿no?,…

¡El maquillaje se me corrió sin remedio por las lágrimas!; mi amiga Silvia y yo nos fundimos en un cariñosos abrazo: ella, completamente desnuda y sentada en mi cama, y yo, vestida de nena y abrazándome con fuerza a su cintura. Finalmente, había encontrado alguien con quién compartir esta obsesión que me domina, y con quien finalmente puedo mostrar esa otra parte de mí, y que crece cada instante dentro de mi ser: Adriana, ya no se sentía incomprendida,…

(CONTINUARÁ,…)

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