12 jun 2011

Adrián/Adriana (2)




Un relato de: Krakkenhere.

La llegada de Silvia a mi vida, ha llegado a ser como una bocanada de aire fresco, en mi nueva forma de disfrute personal; ¡qué distinto es compartirlo con alguien, que a hacerlo en silencio y con la puerta cerrada! Mi obsesión por lograr que yo proyecte la ilusión de ser una mujer perfecta, ha tomado nuevos bríos. Si antes mi costumbre era el secretismo, a partir de la aparición de Silvia, ella y yo somos inseparables, recorriendo la ciudad: bella, siempre risueña, simpática, Silvia encandiló a mi familia y a todas mis amistades; no tardamos casi nada en convertirnos -para todos-, en la pareja perfecta. “Adrián vale oro: es un primor,…” –le decían mis amigas-, “…yo nunca pude lograr que mi novio siquiera me acompañe a comprarme ropa, ¡y él te compra lo que quieras sin chistar!,…”. Silvia contestaba a esos comentarios con su preciosa sonrisa de labios carnosos y divinos, y con su enigmática mirada.

Casi no pasaba un día sin que recorriésemos las tiendas: con ella aprendí los secretos de vestirme sexy, coqueta, provocadora o casual, según las circunstancias. Al tener ella, casi mi talla y contextura, o era difícil ver –con Silvia como modelo-, cómo me quedaría algún tipo de prenda. Tras comprar ropa y zapatos, casi arrasábamos con todo maquillaje que estuviese a nuestra vista; tras un día de compras, venía la mejor parte de mis días: encerrarnos en mi depa y, cual alegres colegialas descubriendo nuestra propia sensualidad, probarnos juntas la lencería recién comprada. No me importaba gastar todo en ropa para “Adriana”: el verla a ella (a mí), luciéndose sexy desde el otro lado del espejo, lo valía.

Paso a paso, semana a semana, aprendí de ella, absorbiéndolo todo como una esponja: cómo dibujarme los labios correctamente, como depilarme las cejas. Con Silvia descubrí las banditas depilatorias de cera fría, los brassieres con relleno de silicona para las colegialas, los calzoncitos con relleno. Asimismo, mi cuerpo fue torneándose cada vez más: yo era a veces para Silvia como una muñeca viviente, casi su creación; las vendas de yeso modelaron mi cintura, mientras que, lentamente, y por medios que todas ustedes conocen, mis amigas, mis caderas y pechos se iban inflando lentamente, a la vez que mi penecito (ahora le llamo así), ibas dejando de ser una presencia tan notoria como antes. Cada pequeño avance era un triunfo que celebrábamos dichosas, entre abrazos y besos, revolcándonos gritando de júbilo, en mi cama.

Pero no todo era dicha entre mi novia-amiga Silvia y yo: si bien comprendía mi obsesión, llegamos a tener agrias discusiones; la más fuerte fue debido precisamente a mi maldita obsesión por la perfección. Un día no aguante el paso lento del tiempo: ¡quería endeudarme ya, ir a un quirófano y colocarme unas tetas inmensas yaaa!!! Silvia me contuvo; según mi amiga, era mejor que “Adriana” se desarrollase poco a poco, como una nena que ve con sorpresa y satisfacción, como su cuerpecito comienza a desarrollarse, hasta convertirse en una hermosa mujer. Le hice caso y poco a poco, pacientemente (¡algo muy difícil para mí!), vi a través del espejo, cómo mi querida “Adri” (como le decía yo cariñosamente), iba transformándose.

Aún mi vida nueva era secreta: seguía yo trabajando como si nada, pero con la molesta desazón de hacer mis labores,… vestida por dentro con monísimos conjuntos de encaje de “Victoria Secret”,… pero ocultos por la camisa, el saco, al igual que mis divinas medias de seda, ocultas bajo los calcetines. No era nada raro en mí que, a cada instante en que me hallaba a solas, lejos de las miradas en el trabajo, juntaba yo mis piecitos y, olvidándome de calzar mocasines, me paraba de puntitas, simulando calzar zapatos de taco aguja; torneaba mis pies y doblaba una rodilla con coquetería, aunque fuese solo por unos segundos y solo para mí,…

Fueron meses muy difíciles: acepté de mala gana lo que Silvia me aconsejaba, dejar el botox en los labios (¡moría yo por unos labios carnosos como los suyos!) y dejarme crecer el cabello, para más adelante (aunque el corte “italian boy” me quedaba muy bien, y en eso sí hice ceder a mi amiga y confidente); como efecto de lo que tomaba yo para moldear mi cuerpo al de una mujer, mi virilidad dejó de ser realmente efectiva, cosa que Silvia nunca me criticó para nada. Igualmente, mi voz empezó a adelgazarse, para lo cual me tuve que declararme en el trabajo, permanentemente enfermo, producto de una gripe mal curada. Cuando llegaba del trabajo en las noches, presa de una horrenda depresión al sentir (según mi óptica obsesiva), de que no había avanzado casi nada en mi deseo de verme como una mujer, siempre Silvia me levantaba el ánimo: ya sea pintándome las uñas de los pies o afeitándome el pubis hasta que yo lucía un perfecto y casi pre-púber triangulito de vello. Recuerdo con placer, cuando ya pasado un buen tiempo, eché para atrás mi pene disminuido, me junté de piernas y pude ver en el reflejo del espejo, ¡mis ahora anchas caderas y mi pubis casi perfecto, COMO SI FUESE EL COÑITO DE UNA CHIQUILLA!

La primera semana de agosto de ese año, tras lucir para Silvia un precioso baby-doll tipo corsé (mi última adquisición), mi amiga y yo estábamos sentadas en mi cama, semidesnudas, compartiendo una pizza (trasgrediendo mis habituales dietas); tras hablar de vanalidades, Silvia me lo dijo a boca de jarro: que ya no había nada más qué hacer conmigo,… que yo ya parecía, casi por completo, una mujer. ¡Nunca en mi vida una de mis obsesiones me había llevado tan lejos!!!,… ¡nunca había logrado yo el “happy end”, por así decirlo!, pero algo me incomodaba: no me sentía haber llegado a la cima de todo (¡acaso ese: “ya está!, lo era todo!??)

- …Y ahora,… -le dije extrañada-, ¿qué debo hacer?,…
- No lo sé –me replicó con sinceridad Silvia-, ¿quieres que te vean?,…

Apenas lo pensé un segundo. Ya lo había estado pensando durante todo esos meses transcurridos:

- …Si,…
- Si es así, puedo llevarte a una fiesta,… para que te vean,… para que conozcas algunos chicos,…

¡Para qué me dijo eso: ENTRÉ EN PÁNICO!!!, como una criaturita asustada, me tomé de las rodillas, y adopté la posición fetal, rompiendo a llorar. La cabeza me dio vueltas, como un trompo: pasaba de un instante, de demostrar que “Adriana” era una chiquilla tímida y asustada, a mostrar todos los miedos de “Adrián”; que “Adriana” resultaba verse fea para los demás, que si me reconociesen, que si me viese alguien del trabajo,… o lo que mi familia diría si lo supieran. ¡Silvia se portó como un ángel: me consoló y me llenó de mimos, tranquilizándome:

- …¡No es para tanto!,… tranquila “bebé”,… -me dijo-, si no lo deseas, no tienes que hacerlo,…

Mi cabeza era un lío: ¡quería y no quería! Tras hablarlo por horas, llegamos a un acuerdo: Silvia haría para mí una fiesta, e mi propio depa: solo algunos conocidos suyos y nadie desconocido vendría. Acepté, a pesar que en ese momento, me sentía yo –y a pesar de lo que mi amiga me decía-, “que yo era fea y que a nadie le gustaría como me veo”

- No eres fea y tú lo sabes, “Adri”,… -me dijo entonces-, verás que eres bella para muchos: piensa, HAY MILLONES DE HOMBRES QUE NO TE CONOCEN EN ESTE MUNDO, a más de uno, le gustarás,…

Quedamos finalmente en que yo lo pensaría y decidiría cuándo haríamos esa reunión. La idea me rondaba la cabeza día a día, pero no me animaba: sentía que no era yo completamente “perfecta” (según mi forma de ver las cosas), y que no me atrevería a lucirme a los demás,… aunque la sola idea me estremecía casi hasta el límite, casi hasta dejarme sin respiración. Pude tardarme meses en decidirme, si no hubiese sucedido algo inesperado: un domingo, estaba yo sola en casa; Silvia estaba visitando a un familiar enfermo. Como cualquier mañana dominguera, me alistaba yo a cocinar el almuerzo. Dado que Silvia ya había cambiado mis costumbres, ya no estaba yo haciendo mis quehaceres en vestido y tacos: vestía yo unos jeans a la cadera, un top de tiritas azul, luciendo mis hombros, y unas sandalias casuales, como para exhibir mis deditos pintados de rojo. Asimismo, estaba yo maquillada discretamente, y con mi cabello natural, castaño, a lo “italian boy”.Lo único fuera de lo común era que esa mañana me había puesto unos lentes de contacto cosméticos, por lo que yo lucía unos bellos ojos azules (los había comprado hacía poco y trataba de acostumbrarme a usarlos)

Ocupada en mis asuntos, descubrí con molestia que se me había acabado el gas para cocinar: llamé por teléfono y pedí un balón de gas. Ni siquiera se me ocurrió cambiarme cuando sonó el timbre: como lo más normal del mundo, abrí la puerta: el chico repartidor del gas era un joven de no más de 25 años, apuesto, y que apenas me miró, sus ojos cafés reabrieron inmensos:

- …Buenos días, Señorita,… -exclamó medio balbuceante-, ¿dónde se lo dejo?,…
- …En la cocina,… -, le dije como si nada.

¡En ese instante reaccioné: ME HA VISTO COMO ADRIANA!!!!, no les miento: casi me da un infarto y me quedaba ahí tirada, tiesa. Pero lo que me turbó más fue lo que siguió: ¡el chico enfiló hacia la cocina de mi depa, como si nada, sin dejar de mirarme y sonriéndome! No sabía yo qué hacer, si pedirle discreción o qué,… y a la vez me estremecía toda: me sentía excitada, a la vez que aterrada,… como varón que soy (o más bien dicho: que fui,…), sé perfectamente cómo mira un hombre a una chica que le agrada, ¡y así me miraba el tipo! Mi cabeza era un lío, mientras pensaba a la vez, que me sentía dichosa y complacida por su mirada franca (¡y a la vez me maldecía a mí misma: mierda!,… ¿por qué no me vestí mejor?!) El chico se desvivió en cambiar el balón y dejar todo en orden. Ya en la puerta del depa, insistió en darme la tarjeta de la empresa donde trabajaba:

- …Cualquier cosa que necesite señorita,… estamos para servirle: me llamo Carlos,… por cierto,… pregunte por mí,… -, dijo antes de irse, para luego soltar un tremendo suspiro.

¡Solo por ese suspiro lo hubiese besado, lo hubiese amado, no sé,… secuestrado y no dejarlo ir jamás!!! Apenas se fue, llamé a Silvia; me había decidido: quería yo que la fiesta fuese la próxima semana. La frase de mi amiga, me martillaba la cabeza: “hay millones de hombres en este mundo que no te conocen,…”

Finalmente fue sábado en la noche: no digo nada de la semana transcurrida por que ni recuerdo lo que hice; mi mente solo pensaba en aquel sábado. Desde muy temprano, Silvia y yo nos dedicamos exclusivamente a los preparativos: comprar bebidas, bocaditos, limpiar el depa, etcétera. El día pasó como si nada, pero apenas comenzó a atardecer, cada segundo que transcurría me pareció eterno:

- …Anda a vestirte “Adri”,…-me dijo Silvia-, yo me encargo del resto.

Recuerdo cada paso que hice, como en cámara lenta: tomé una ducha realmente larga, acariciando mis suaves y algo curvilíneas formas, fue una ducha extraña,… como si cada gota de agua se fuese llevando para siempre una pequeña parte de Adrián. Tras secarme, comencé el ritual de vestirme: digo ritual por que, al menos en aquella ocasión, fue para mí casi como una iniciación; todo el cuerpo me temblaba de emoción. El temblor de mis manos desapareció tras enfundarme las piernas con sedosas pantyes negras; luego siguió el liguero, del cual ahora sí dominaba todos sus secretos: alzando una pierna, curvando al máximo mi culito redondo, desde atrás ajusté la tira de liguero a la media: perfecto, como debe ser, quedando tirante y en medio de la pierna. Poseguí con la otra pierna, para luego ponerme el sostén: Silvia había escogido para mí uno –también negro-, de encaje, tipo corsé algo apretado y que me hacía lucir unos senitos parados y de veinteañera, a la vez que afinaba mi cintura. Luego continué con las bragas: un delicioso colaless que era por detrás apenas una delgada tira en medio de mis nalgas. Ya terminado mi ritual de ponerme mis interiores, busqué con la mirada mi vestido: no estaba por ninguna parte; debía estar donde lo dejé, pro nada. Era un vestido de una pieza, color negro, de minifalda.

Mientras buscaba en mi cuarto a penumbras, volteé la vista hacia la puerta entreabierta: ahí estaba Silvia mirándome; traía algo en la mano:

- Usa este, cariño – me dijo-, te lo mereces,…

¡Casi lloro de la emoción: Silvia me entregó su vestido, el que vistió cuando nos conocimos, el rojo brillante, largo y abierto a media pierna! No sabía cómo agradecerle, dándome cuenta que mi amada Silvia me había leído el pensamiento, casi desde el principio en que nos conocimos:

- Tómate tu tiempo en arreglarte. Yo me encargo de la fiesta: sal cuando gustes,…

Ya vestida con ese precioso atuendo y calzando unos zapatos taco aguja y que le hacían juego, me tomé mi tiempo en maquillarme: uñas y pestañas postizas, sombras, colorete,… cada paso lo hice con suma dedicación: debía verme perfecta. Mientras me maquillaba, escuchaba atentamente: Silvia abría la puerta y se saludaba con nuestras visitas, haciéndola correctamente de anfitriona de la casa. No se tardó mucho tiempo en que yo también escuchara risas, brindis y música; continué con mi arreglo personal. Me sentí completamente dichosa al ver mis “nuevos labios”, gruesos, pintados a rojo fuego. Aquella noche decidí usar una peluca. Era una de color castaño, larga hasta los hombros y ondulada. Finalmente me pude ver en el espejo: Adriana estaba completa, perfecta: era una alta y espigada muchacha,… una hermosa mujer. Tras colocarme los lentes cosméticos azules, me senté a esperar: “sentía” yo que, debía aguardar al momento adecuado para salir a la fiesta.

Pasó casi una hora y media: afuera, todos se divertían. Dentro de mi dormitorio, yo estaba aún ahí dentro, sola, sentada frente al espejo, aguardando nada. La verdad es que mis temores me invadían de nuevo: era el miedo a no sentirme satisfecha, después de tanto esfuerzo realizado. Finalmente Silvia vino a rescatarme de mí misma:

- ¿Adri, qué pasa?, te estamos esperando,…

No le respondí. Solo me seguí viendo en el espejo.

- …Bueno,… sal cuando te sientas a gusto,…

La puerta se cerró suavemente, Afuera, la reunión continuaba. Tardé casi unos 20 minutos más en acopiar todo el poco valor que me quedaba; todo mi ser vibraba sin parar mientras me ponía de pie. Finalmente me decidí a salir,…

(CONTINUARÁ,…)

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