6 jun 2011

En el piso de la cocina



Un relato de: Krakkenhere.

Fabricio ascendió mortificado los escalones del edificio rumbo al tercer piso. “¡Qué lata, otra vez lo mismo!”, se dijo a sí mismo mientras enfilaba al departamento de Clarita, su vecina del 314. Alto, moreno, soltero y muy hábil con las manos, siempre era recurrido por todas en su edificio, cuando algún desperfecto casero les apremiaba. “…Podría empezar a cobrar por esto, pero,…. No, no podría,…” Se decía a sí mismo mientras alzaba el dedo para pulsar el timbre. Asi era: Fabricio, el eterno buena gente del edificio, que siempre ayudaba a todos y a todas por nada.

¡RIIIIINGGG!!!

Clarita escuchó el timbre y se levantó de la cama, presta a abrir. Sabía que debía ser Fabricio, sino ¿quién más la buscaría un sábado en la noche? La pequeña joven vestía muy casual: unos jeans celestes medio holgados, zapatillas, sus medias cubanitas, y encima una camiseta holgada blanca. Su melena larga y ondulaba estaba recogida a ambos lados de su cabeza con dos ligas, ¡parecía una niña grande!,… pero su facha no le importaba: el buenito de Fabricio nunca se interesaba por esas cosas.

Tras detenerse frente a la puerta con un saltito, Clarita abrió la puerta; tuvo que alzar la vista como de costumbre, al hablar con un hombre, y en especial con Fabricio: eran realmente polos opuestos: ella, blanquísima, finita, bajita, de 1.65, de piel blanquísima y caderas estrechas y pechitos apenas visibles bajo su camiseta,… y eso que estaba sin sostén. Fabricio por su parte, era un moreno de piel muy oscura, ojos grandes y vivaces, alto, de 1.85, pelo ensortijado y apretado, labios gruesos, manos gruesas y torso musculoso; vestía encima solo su overol de obrero, camiseta raída y zapatillas de basquetbolista, casi ajadas por completo. Portaba su infaltable caja de herramientas.

- Hola Fabri,… -, le dijo Clarita con su vocecita tintineante, y sin ningún temor ante su amigo y vecino.
- Hola Clarita,… -le replicó sonriente Fabricio, tratando de disimular su hastío-, ¿el desague de la cocina?
- …Sí,… - exclamó Clarita, avergonzada-,… es el desague de la cocina: no corre el agua, ¿vamos?,…

Fabricio enfiló hacia la cocina del depa de Clarita: ya había estado tantas veces ahí que lo conocía perfectamente. Clarita cerró la puerta como siempre: con llave y picaporte; el barrio es peligroso de noche. Ya en la cocina, Fabricio acomodó toda su inmensidad en el suelo de la cocina, abriendo la puerta del mueble bajo el lavado. Clarita se apoyó contra el refrigerador, expectante. “Hummm,… toda la vida es lo mismo,…” –decía Fabricio para sí mismo, pensando mientras con la llave inglesa desajustaba el tubo-, “…¡no debería ser yo tan buena gente!,… mírenme,… arreglando tuberías un sábado por la noche,…” Mientras su vecino oteaba bajo su lavado, Clarita le veía mientras sonreía: “…Menos mal que tengo a Fabricio, sino, ¡qué haría yo acá, sola, si se me malogra algo!,… él es taaan confiable y taaan buena genteeee!!!”.

Fabricio apenas necesitó de unos minutos para arreglar el estropicio: como era de costumbre, el lavado solo estaba tapado. Tras resolverlo y ajustar todo, levantó la vista, mirando desde abajo a su vecinita, que estaba apoyada en la refri.

- …A ver, abre la llave.

El chorro de agua cayó sonoramente y siguió su camino por la cañería. Clarita cerró la llave sonriente, mientras debajo suyo, el inmenso hombrón que era Fabricio, se limpiaba las manos sonriéndole, mostrándole todos los dientes, cálido, amistoso, alegre como siempre.

- …¿Y cuánto te debo?,… -, hizo la pregunta de costumbre Clarita, sabiéndose bien la respuesta.
- …Ehhh,… ¡no es nada!,… -, replicó Fabricio, como siempre, soltando un sonoro suspiro, poniéndose de pie y para satisfacción de Clarita por el favor.

Por unos segundos en la cocina se hizo un silencio pesado e incómodo para los dos: no respiraban agitadamente ambos vecinos,… pero por un segundo, ni uno ni el otro sabía qué decir.

- …Y,… ¿necesitas algo más, Clarita?,… -, preguntó Fabri, algo ansioso, sin dejar de mirarla fijamente.
- …Ehhh,…

Clarita estuvo a punto de responderle, pero no pudo: ¡como una tromba Fabricio se le fue encima, empujándola contra la refrigeradora!!! La pequeña mujer quedó aterrada al ver semejante hombrón, empujándola como si nada con una sola de sus manos inmensas. Los ojos de Clarita se abrieron enormes al ver cómo esa manota le tomaba firmemente del cuello, rodeándolo por completo, ahogándola.

“¡NOOOO, NOOOOOOO!!!”, quiso gritar Clarita, pero no pudo: su voz estaba siendo ahogada, mientras su peor temor se hacía realidad: ¡con su otra mano Fabricio, su vecino, le subió la camiseta, exponiendo sus temblorosos pechitos ante sus ojos!!! Los ojos de su vecino, ese negro enorme, se clavaron con enferma lujuria sobre sus pechitos diminutos,… sobre sus pezoncitos paraditos por el frío de la noche, ¡Clarita se quería morir, NUNCA NADIE SE LOS HABÍA VISTO!!! Las manitas, los piecitos de la pequeña víctima volaban con desespero contra la mole que la tenía firmemente aferrada, ¡LE ESTABA MANOSEANDO LAS TETAS, SE LAS ESTRUJABA SONRIENDO Y ELLA NO LO PODÍA IMPEDIR!! Clarita respiraba agitadísima, soltando golpes sin parar, tratando de cubrirse, sin lograrlo: esa manaza enorme, de dedos gruesos hacía con su cuerpo lo que le venía en gana. En un segundo, la pequeña Clarita logró respirar: Fabricio, le soltó el cuello por un instante para apretujarle con ambas manos las tetas:

- …¡Qué haces!!!!,… –apenas pudo chillar Clarita, antes de que la mano inmensa de Fabricio le tapase la boca por completo.

Aterrada, sin forma de pedir ayuda, Clarita comenzó a soltar gritos apagados: ¡FABRICIO, CON UNA SOLA MANO, LE ABRIÓ EL JEAN Y SE LO BAJÓ DE UN TIRÓN!!! La pobre chiquilla dobló las piernas desesperada: frente a su abusador, estaba con el pantalón en las rodillas, exhibiéndole contra su voluntad sus piernitas blancas y delgadas,… y su calzoncito blanco. Comprimida contra el refri, Clarita trataba de luchar en vano: la zarpa negra volvió a bajar y sus bragas fueron tiradas con violencia contra abajo, dejando su preciosa intimidad expuesta, temblorosa y accesible completamente para su vecino, “NOOOOOOOO,… ME VA A VIOLAR, ME VA A VIOLAAAAAAAR”, quiso gritar con todas sus fuerzas, pero quedó apagado en no más que un gemido gutural y apagado,… que nadie iba a escuchar.

Las lágrimas se le saltaron de sus ojos mientras sentía, estremecida de pavor, cómo los dedazos de Fabricio le apretaban dolorosamente sus nalgas, mientras él bufaba, resoplaba como un animal salvaje. Clarita lo empujaba, trataba de apartarlo de ella, pero sus escasas fuerzas terminaban en nada contra su torso musculoso y sudoroso. Clarita también trató de correr, de huir, y ahí se dio cuenta con pánico de que no podía: ¡sus jeans y su calzoncito, ya en sus tobillos, ERAN COMO UNA ATADURA QUE NO LE PERMITÍA ESCAPAR!!! Con un rápido movimiento, Fabricio metió su antebrazo entre las piernas de su semidesnuda y aterrada vecinita; girando el cuerpo y empujándola a la vez, la hizo caer al suelo boca abajo, a sus pies.

Clarita cayó al suelo y se le vació el aire de los pulmones de golpe, ¡EL FRÍO PISO ENTRÓ EN CONTACTO DE GOLPE CON SUS TETAS, SU VIENTRE, SUS CADERAS Y PIERNAS DESNUDAS, QUITÁNDOLE LA RESPIRACIÓN!!! Ya a merced de su violador, la pequeña trató de incorporarse, pero le fue inútil: el negrazo ese que la quería poseer a la fuerza se arrodilló rápidamente sobre ella, obligándola a quedarse ahí debajo, temblando de miedo y de frío.

¡El peso de él sobre su delgado cuerpo era insoportable!!!; Clarita intentó incorporarse, gritar pidiendo auxilio, pero Fabricio, como todo un experto, tomó su camiseta medio subida, desde adelante y se la volteó sobre el rostro de golpe: la indefensa muchacha se vió entonces imposibilitada de gritar: ¡SU VIOLADOR LE AJUSTÓ ASÍ EL CUELLO DE LA PRENDA EN LA BOCA, COMO UNA MORDAZA!!! Soltando sendos lagrimones, Clarita se encontró ya impotente de todo: Fabricio le tomó con fuerza desde atrás ambas muñecas con una sola de sus manos enormes, asiéndola desde atrás, e inmovilizándola por completo. Clarita cerró los ojos, sollozando: sentía dolor en las muñecas, el peso de Fabricio sentado sobre sus caderas,… y su mano apretujándole las nalgas. El corazón parecía saltársele del pecho a la pobre chiquilla al escuchar el “ZIIIIP” que anunciaba que Fabricio se abría el zipper, extrayendo su pene, que ella imaginaba brutal.

Fabricio extrajo su verga enorme, erecta al máximo y chorreante ya de leche. Por un instante alzó la vista por encima del mueble de la cocina: vió un pote de mayonesa, nuevo, en medio de las compras de Clarita. No lo pensó mucho y lo tomó.

“¡AAAAAAAAAAAGHHHHH!!!”, quiso gritar Clarita, a través de su mordaza, ¡FABRICIO LE METIÓ ALGO GRUESO POR SU ESTRECHO ANOOOOOO!!!! Llorando a mares, la indefensa Clarita, tirada en el piso de su cocina, se estremeció de pies a cabeza, sintiéndose profanada tan cruelmente, ¡empezó a gemir desconsolada, sintiendo algo espeso, grasoso y frío introduciéndosele en las entrañas!!!!, ¡era como un doloroso y abundante supositoriooooo!!! Fabricio veía con loco placer cómo el estrecho culito de Clarita rebalsaba mayonesa por entre sus nalgas temblorosas. Al rato, el pote de mayonesa quedó a un lado, casi vacío.

Clarita temblaba, lloraba, gemía y babeaba con desespero. Trataba de recoger sus piernas y no podía: sus jeans y sus braguitas eran como una soga que le apretaba los tobillos firmemente. Sus manos casi ya no las sentía, apretadas fuertemente en su espalada por Fabricio. Cuando pensó que ya nada podía ser más doloroso, Clarita soltó un grito animal ahogado, casi saliéndole del alma:

- ¡¡¡Mmmmggghhhhmmmm,… AAAAgggghhhhhh!!!,…

¡ERA UN DOLOR HORRIBLEEEEEE!!!! La pequeña Clarita casi quedó privada del dolor: a pesar de la abundante mayonesa inundándole el estrecho conducto, el grueso y nervoso aparato de Fabricio se le introdujo con dolor, lentamente, abrasándole las entrañas, Clarita lloraba a mares, apretando los dientes, sintiendo esa verga enorme separándole a presión las nalgas, haciéndola crujir por dentro, soltándole descargas, latigazos furibundos de dolor y extraño placer, recorriéndola toda. Pensando que nunca acabaría, finalmente Clarita sintió el golpe seco y fuerte, contra el hueso y contra sus nalgas, de los huevos grandes y calientes de Fabricio; entonces la tortura comenzó: “¡AHHHHHH, NOOOOOOOOOOOOO!!!”, quiso gritar a todo pulmón, mientras sentía en embate rápido y brutal del pene enorme del negro, saliendo hasta dilatarle el esfínter con su gruesa cabezota, para luego enterrársele hasta lo más hondo, ¡LA IBA A MATAAAAR!!, pensaba la pobre, mientras sentía el poderosísimo golpeteo contra su frágil y violado cuerpecito. Los embistes salvajes de Fabricio, prendido casi con las uñas de sus delgadas caderas, hacían que todo su cuerpo se frotase con fuerza contra el suelo bajo ella: Clarita se sentía morir, al sentir la dolorosa fricción de sus pezones erectos y su conchita contra el linóleum. Pasó muy poco antes que los gemidos de dolor de Clarita se volviesen en llanto de vergüenza y desespero; sin desearlo, si conchita friccionada soltó un potente chorro que la humedeció toda: se había mojado en medio de la violación de la que era víctima, presa de un raro e insano latigazo de placer.

Tras instantes que le parecieron una eternidad, Clarita comenzó a convulsionar: dentro suyo, sentía cómo esa inmensa verga que le rompía el culo comenzó a palpitar, dilatándola más; tras un segundo la pobre gritó, chillando desconsolada: una potente marea de lechada la inundó por dentro, casi reventándole el cerebro de dolor y de placer. Fabricio finalmente había abusado de ella de la forma más salvaje y enferma,… y entonces escuchó la voz de si vecino otra vez:

- …Clarita,… Clarita,… -le dijo con dulzura-, ¿en qué estás pensando?, contéstame,…
- …¿Eh?,…

Finalmente Clarita salió de su marasmo: se había quedado muda por unos segundos. Seguía apoyada a la refri, mirando a Fabricio, con una tremenda cara de boba. Fabricio su vecino, terminaba de limpiarse las manos con un trapo, extrañado:

- …Te preguntaba si necesitabas algo más, ¿recuerdas?,…
- ¡AH, SI!,… nada,… nada Fabri,… -, le replicó su vecina, algo avergonzada.

Como ya no había más que decir, Fabricio enfiló a la puerta: Clarita le siguió como de costumbre; tras un “chau” mutuo, su vecino se retiró mientras ella cerraba lentamente la puerta.

Fabricio descendió los escalones, rumbo a su habitación solitaria, maldiciendo su suerte: nunca podría decírselo, si seguía siendo dominado por su eterna timidez:

- ¡Puta madre!,… siquiera le hubiese dicho si quería salir conmigo algún día,…

Clarita cerró la puerta como siempre: con llave y picaporte; el barrio es peligroso de noche. Se apoyó en contra la puerta, soltando un enorme suspiro. Sola como siempre, mortificada y resignada, enfiló hacia la cocina. Tomó el pote nuevo de mayonesa. En silencio caminó hacia su dormitorio a oscuras, mientras se desabrochaba el jean. Ya a cuatro manos abrió su velador y extrajo su una vez más, consuelo de sábado por la noche: un inmenso consolador negro, grueso y nervoso. Cerrando los ojos y soltando un suspiro, comenzó a ponerse mayonesa en el ano, cual si fuese supositorio. Cuando sintió una vez más esa cabezota dura y gruesa en extremo abriéndola por detrás, soltó un suspiro profundo, mezclado con un gemido, mientras cerraba los ojos, para luego exclamar ansiosamente.

- ….¡Fabricio,…. Por favor,… NO ME HAGAS ESTOOOOOO!!!!,…

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