30 jul 2012

Ana Kari, la perrita (2)



Un relato de: Krakkenhere.

Llegué muy temprano a la capital: la gente de la inmensa urbe iba de un lado para otro en su ajetreo salvaje por las calles, mientras el sol recién calentaba. Apretando mi mochila con mis poquísimas pertenencias, rápidamente me dí cuenta que en físico y cuerpo, no tenía yo nada que envidiarles a las niñas bien, con uniformes de colegios privados, con las que me cruzaba por doquier,… pero me sentía de lo peor: ¡todo el mundo me empujaba sin más por la calle, casi molestos por mi torpeza para caminar por en medio del gentío citadino!,… los ojos se me aguaban, sintiéndome torpe,… provinciana. Mi joven y descontrolada líbido me había arrebatado de golpe todo lo que yo tenía, y ahora me arrojaba a la gran ciudad, sola, desamparada. Apenas podía pararme un instante en una esquina, apretaba mi mochila contra mis pechos con fuerza, cerraba los ojos y soltando sendos lagrimones, decía quedamente un nombre que se me atragantaba en la garganta:

- …. ¡”Sansón”!!,… ¡snif!,…

Tras pasar horas vagabundeando como una zombie, y tras atreverme a preguntarle a la gente –y recibir esa mirada de lástima de todos-, poco a poco enfilé al Cuartel del Ejército: ahí trabajaba mi hermanastro, César; la única persona que yo conocía siquiera de nombre, en aquella inmensa ciudad. Casi a media tarde y sin nada en el estómago, atravesé el barrio pobre donde se hallaba el cuartel: ahí, todas las mujeres –jóvenes y no tanto-, se agolpaban en grupos en las puertas de sus casas, y me miraban con odio. La proximidad de una instalación del Ejército cerca de un barrio pobre, era para ellas como maná caído del cielo: a las que eran putas no les faltaba trabajo,… y las otras aspiraban conseguir un militar que las mantuviese. Por tanto, la presencia en “su barrio”, de una nena rubilinda como yo, era de lo más despreciable.

Tras recibir miradas fieras de esas tipas, enfilé a la caseta de guardias, a la entrada del cuartel. Tras preguntar por mi hermanastro, me hicieron pasar. Pude sentir perfectamente las miradas de los soldados de la guardia, casi relamiéndome con sus ojos mi culo redondo y goloso; en otras circunstancias hubiese gozado yo de aquella sensación, pero me sentía tan desamparada en aquel momento, que nada me importaba. Al cruzar por el patio de maniobras, más bien me aterré; desde las filas de los batallones que hacían ejercicios tronaron silbidos, exclamaciones y frases de todo calibre:

“Zorrita”, “culito rico”, “mira lo que tengo para ti, putita”,… y mil cosas más; los oficiales ni siquiera les mandaron callar. Una de esas obscenas frases me descontroló por completo: “perrita rica”,… me estremecí por completo, sintiendo cómo mi coñito descargaba electricidad por todo mi cuerpo. Como si me convirtiese de pronto en una animalito, mis sentidos se activaron de inmediato: aquel lugar olía a macho por todas partes,… casi podía sentir el aroma sexo de macho, de cientos, casi miles de ellos, rodeándome. Casi me desmayé de la avalancha de sensaciones que recibí en ese instante. Ya en una sala de visitas del cuartel, me senté a esperar a César: él saldría después de que arríen la bandera. Mientras esperaba pacientemente, más de una oficial se acercó a conversarme: no les preocupaba mi deplorable estado, sólo deseaban ver la forma de poder contactarme luego. Me pidieron mi número de cel, pero yo no tenía. Más de uno se despidió acariciando, mis mejillas o mi cabello: “…si necesitas algo, búscame”-, era lo que todos me decían. Hubo uno muy atento que me trajo algo de comer.

Pasado un buen rato, la corneta sonó y ví como la bandera era arriada. Un cuarto de hora después, apareció por un corredor desierto, haciendo sonar sus pasos, César, mi hermanastro. Era muy alto, casi 1.95, aparentaba unos 28 años y todo en él era brutalidad pura: macizo, puro músculo fibroso, nariz partida y una piel casi marrón, quemada por el sol. Sudaba sin parar y apestaba a macho en celo. Lo que me espantó fue su fiera mirada: era la mirada de un loco, de alguien que no le temía a nada, ni a nadie. Frente a él, yo me sentía lo más diminuto del mundo.

- …¡Y TÚ QUIÉN ERES!,… -, me dijo con su voz ronca.

- …Ana Kari,… Ana Karina,… -le respondí temerosa-,… soy tu hermana,… tu hermanastra,…

Casi conteniendo los sollozos, le dije que mi padre –nuestro padre-, me había echado de la casa (no le dije por qué, obviamente); él me miraba como a un bicho raro: éramos muy dispares,… él alto, yo bajita,… él moreno, yo blanca, rubia, ojos verdes,… pero él sabía perfectamente quién era yo y de dónde venía. Nunca supe el por qué me aceptó en ese instante: tal vez fue lástima o el que le hice recordar, cuando a él mismo lo echaron de mi casa.

- ….Mmm,… ven,… -, me dijo mirándome con desprecio, como si mirase a un perrito callejero.

Caminé detrás de él por casi una hora, recorriendo los barrios más míseros de la ciudad. Finalmente llegamos a una vetusta casona colonial, que amenazaba con venirse abajo. En ese tugurio se amontonaban decenas de familias, a cada cual la más pobre. Tras subir unos escalones rechinantes, César abrió la puerta del que sería mi nuevo hogar: ¡casi me echo a llorar al ver ese lugar!; eran apenas unos cuartos polvorientos y mugrosos. Su casa apenas eran una sala, un dormitorio, un baño diminuto y un altillo; demasiado en las antípodas de lo que había sido el enorme y elegante caserón en el campo, donde yo había crecido.

- ….ESCÚCHAME BIEN, POR QUE NO LO VOY A REPETIR,..-, bramó César con dureza-, en MI casa sólo hay dos reglas: “o hay comida para todos o para ninguno”; esto es lo que hay y a esto te acostumbrarás si te quedas acá. Y la otra es que acá no come quién no trabaja; empezarás a tener este lugar limpio y reluciente,… luego veremos en qué te pones a trabajar,…. ¿entendido?,…

Asentí con la cabeza. César me miraba con rabia contenida; definitivamente yo no le agradaba para nada. En ese momento, miré su uniforme: llevaba bordado su apellido,… “Castro”,… pero ése no era el apellido de mi padre; supuse entonces que ese sería el motivo de su enojo conmigo. Sin decirme nada más, me aventó a la cara una burda frazada militar, y me señaló el altillo: ahí dormiría yo. Tras una espartana cena en silencio, nos fuimos a dormir. Ni siquiera tenía yo una ventana en el altillo para soñar con un futuro mejor,… sólo una pared cuarteada. En las siguientes semanas me fue muy difícil acostumbrarme, ¡me levantaba a gritos a las 5, para hacerle yo el desayuno!; tras salir corriendo al cuartel (30 minutos exactos después), me quedaba sola, en ese horrendo lugar: haciendo de tripas corazón (en casa de mis papis nunca hice nada), luché por limpiar ese cuchitril, así como sudé a mares para cocinar con la miseria que me dejaba César para hacer el mercado,… hacía todo con tal de no sentir su ira: me aterraba mi hermanastro.

Antes de un mes mis pocas ropas estaban ya en un estado deplorable, ¡parecía yo una pordiosera!, pero ni eso alejaba las miradas de los demás: mis enormes pechos me seguían causando problemas; cada vez que iba y venía del mercado, era constantemente abordada por hombres, viejos y jóvenes, o que se afanaban por tocármelas, o que sin pudor, me hacían todo tipo de ofrecimientos: ¿cuánto por una mamada?, ¿cuánto la media hora?, ¿cuánto por el culo?,… para todo el barrio, yo era la “perrita” del Sargento Castro, y todos deseaban también gozar de mi cuerpo, pero nadie se atrevía a proponérselo a mi hermanastro: todos le temían.

Por mi parte, esas propuestas no me encendían: estaba demasiado deprimida. Sólo había una cosa que me descolocaba: por las noches, en mi cama, escuchaba los furiosos ladridos de los perros de la ciudad,… y de solo escucharlos, mi cuerpo vibraba sin control: recordaba las salvajes y deliciosas cogidas que me daba “Sansón”, allá junto al arroyo y simplemente no lo soportaba,…

Guardando absoluto silencio, me quitaba las bragas: mi coñito se mojaba al escuchar los salvajes ladridos de los perros callejeros. Cerraba los ojos y acariciándome el clítoris, me veía a mí misma, desnuda, rememorándome a mí misma, en medio de los pajonales del bosquecillo de junto al pueblo,… a cuatro manos, siendo penetrada con furia animal, por esa deliciosa verga salvaje que me quitó la virginidad y me llevó hasta las cotas de la locura,… ¡ooooohhh!!! ¡Me masturbaba como una demente, llorando a mares, frotándome la concha hasta irritarla, hasta venirme sin remedio!!!,… hasta caer desfallecida. Entonces era yo muy infeliz, y ese era mi único consuelo.

No voy a negar que las propuestas que los hombres de la barriada me desagradaban, pero tras un tiempo ya las veía como la única forma de salir de mi miseria, pero luchaba yo contra eso a pesar de todo. Deseaba yo estudiar de nuevo: se lo propuse a mi hermanastro una mañana:

- ¡Bah!, ¿para qué?,… –dijo molesto-,… si para puta nomás vas a servir,…

Aquella respuesta comenzó a rondarme la cabeza insistentemente, durante varios días, hasta que llegó el fin de mes. Mi hermano me dijo que era día de pago y que volvería tarde, pero que aún así esperaba su le tuviese lista la cena. Para ese día, la poca ropa que yo había llevado a la capital ya estaba hecha una desgracia, por lo que me decidí lavarla toda (total, no iba yo a salir a ninguna parte,…), por lo que a media tarde me quedé solo con vestida con unas braguitas blancas y diminutas, haciendo los quehaceres del hogar, y cuidándome bien de no acercarme en el ir y venir, a las únicas dos ventanas de cuarto de mi hermanastro, apenas tapadas de las miradas del exterior por dos diminutas y casi transparentes cortinitas: a pesar de mi líbido reprimida, de mis deseos de sentir una verga penetrándome, aún tenía miedo de la gentuza esa que me rodeaba, y por eso era que me comportaba así; como si yo jugase a ocultarles a los vecinos mis piernas torneadas, mi culito redondo y apenas cubierto por esa prenda,… mis senos grandes y paraditos por el frío, en fin, mis desnudeces de piel blanquísima en extremo. No puedo negar que daba yo brinquitos en puntas de pie por toda la habitación, riéndome para mí misma, sintiendo vibrar todo mi cuerpo: ¡estaba yo segurísima que mis vecinos me auscultaban desde las ventanas, gozando con mi cuerpecito!,… y no podía yo –ni deseaba-, evitar el sentir el cosquilleo insistente que crecía en mi entrepierna,…

Pasaron las horas y finalmente se hizo de noche; en vano esperé a César a la hora de la cena. Sin más que hacer, comí y me metí en la cama, cubriéndome apenas con mi mísera frazada. De afuera, de la quinta, llegaban al oído risas escandalosas, música a todo volumen e imprecaciones de todo tipo: al parecer, todos en la quinta se divertían en ese fin de semana. Tardé en quedarme dormida y si bien entré en un sueño muy profundo, ya de madrugada desperté de nuevo: mi hermanastro había llegado.

- ¡…ANA KARI!!!,… -, me llamó a grandes voces con su vozarrón aguardentoso-,… ¡LA COMIDA!!!!,…

¡Dios!, ¿qué iba a hacer?, mi ropa aún estaba húmeda, colgando por todo el depa. Ante el miedo que me daba escuchar a César gritando, cogí lo primero que tuve al frente, para taparme: una viejísima camiseta de comando de mi hermano, tirada por ahí. Me la puse encima a toda prisa y la verdad es que no me tapaba casi nada: casi hecha jirones, y con la palabra “EJÉRCITO” estampada al frente, esa prenda me llegaba a media pierna por abajo y, con el cuello roto, asemejaba un escote que dejaba a medias a la vista, mis enormes pechos, alzándola por el frente. Pensando que era mejor que nada, bajé a la cocina a atender a César, haciendo sonar las pisadas apresuradas e mis piecitos desnudos.

Apenas comencé a calentarle la comida a César, sentí su mirada clavada en mí: estaba completamente borracho y sentado en la mesa, se reía al verme así vestida, babeando, viéndome las piernas apenas cubiertas por la camiseta. Mi hermano me veía con loco deseo,… y una tremenda excitación, incontrolable y lasciva. No necesitaba verlo: lo sabía; la salvaje líbido despertada dentro de mí por mi precoz despertar sexual, me permitía “tener ojos en la espalda”, y saber qué pensaban o deseaban los machos a mi alrededor. ¡Comencé a respirar agitadísima: todo el cuarto se llenó de golpe de olor a macho en celo, lo podía percibir perfectamente!!! Azorada, tímida, temblorosa, me acerqué a la mesa, apenas controlando el temblor de mis manos, con las que sostenía apenas el plato.

- ….Jejeje,… -me dijo entonces César, mostrándome todos los dientes, aumentando mi terror-,… qué buena estás así,… hermanita,…

No le respondí nada, ¡por que estaba aterrada!!!; la excitación que me provocaba su mirada de demente aumentaba a cada instante,… ¡pero era mi hermano: éramos hijos del mismo padre!!! Traté de no acercarme a él demasiado al tenderle el plato en la mesa, pero fue inútil.

- …¡NOOO, PARAAA!!!,… ¡estás borrachoooo!!!!,..

¡César me atrajo a él por la cintura, rodeándome con uno de sus enormes y musculosos brazos!!, podía sentir yo su respiración jadeante, apestando a licor barato, casi abrasando la piel de mis pechos,… descargándose a oleadas sobre mí como un animal. César no entendía razones y era demasiado alto y fuerte como para que yo pudiese impedir nada.

- …¡JAJAJA!!,… -río, para luego exclamas, como si se tratase de convencer a sí mismo-,… estás muy buena así,… hermanita,…

- ¡NOOOO, DETENTEEE!!,..

¡¡Su enorme mano, callosa y asquerosa, comenzó a recorrer mis delgadas piernas, para luego apoderarse como una brutal zarpa de mi diminuta vulva; no me pude contener: me mojé al sentir uno de sus dedazos metiéndoseme con fuerza por entre mis labios vaginales!!!!! César reía con fuerza, casi escupiéndome en la cara, mientras yo sollozaba, desamparada. Con una fuerza descomunal tomó mi camiseta con ambas manos: ¡¡LA REVENTÓ, LA HIZO TRIZAS!!! En un santiamén estaba yo desnuda frente a César que reía como loco, viendo cómo yo trataba de taparme los pechos desesperada y sin parar de gritar.

Pero mis gritos no servían para nada: en aquel barrio de delincuentes y prostitutas, gritos pidiendo ayuda como los míos, era cosa de todos los días. Quería escapar de ahí en ese preciso instante, pero no pude: mis piernas no me respondían y lo única que podía hacer era tratar de cubrirme lo más que podía. Entonces César se levantó de su silla y como si me diese un regalo, se quitó primero su camisa camuflada, exhibiendo para mí su torso perfecto, musculoso y cubierto de cicatrices, para luego finalmente, como si se luciese ante una prostituta cualquiera, a bajarse los pantalones y liberar su miembro ya erecto: me quedé muda y paralizada.

¡Era enorme: lo más grande que haya visto yo o hubiese imaginado jamás!!! Su verga era inmensa, mucho más de 19 cmts, gruesa, nervosa, palpitante, de cabeza ancha y colorada,… he visto muchas con el correr de los años, pero la suya era animal, brutal en su erección. Apenas se la vi, quedé como un pajarillo del campo ante la serpiente: como ida, como si no existiese nada más en el mundo,… y a la vez, excitada y aterrada por completo.

Mi brutal hermano no me dio tiempo para más: descontrolado, tiró en un segundo todo lo que había sobre la mesa para a continuación cargarme en vilo y aventarme con fuerza contra la mesa, boca abajo; ¡yo lloraba sin parar, sintiendo mi cuerpo erizado por completo, a punto de ser ultrajada!!! Mis braguitas blancas fueron rotas en tiras por sus manazas que recorrían con ansias locas mi culito y tembloroso, para luego prenderse con fuerza de mi cabellera rubia, alborotada, obligándome a la fuerza a tumbarme sobre la mesa, indefensa. Mis piernecitas colgaban del borde de la mesa: era yo un animalito prisionero, esperando el zarpazo final,…

César me abrió las piernas a su antojo, dejando a su disposición mi conchita mojada al extremo, casi goteando jugos de mi abundante mata de vello. ¡Podía yo sentir cómo hacía sonar su lengua contra su paladar, expresando el gusto que sentía mi hermano de tener mi coño húmedo ahí frente a sus ojos, listo para ser penetrado. Lloré, supliqué en todo momento, hasta le instante en que me callé por completo: cuando me enterró la verga.

¡Me penetró de forma tan brutal que me abrió de un golpe la entrepierna aún más, desgarrándome!!!!; no grité como una poseída, no rompí a llorar, no reaccioné casi para nada: su embiste fue tan salvaje que me “partió” el dolor,… su verga inmensa me golpeó por dentro con tal fuerza que me sacó todo el aire, para casi al instante dejarme desmayada por unos segundos. Eso fue lo único que me arrancó de la garganta al penetrarme por primera vez:

- ….¡AAAAAHHHH!!,…

César no se detuvo ahí conmigo: ¡me hizo salir del desmayo clavándome su pieza enorme, a una velocidad asesinaa!!! Mi rostro estaba completamente recorrido por sendos lagrimones, mientras mi entrepierna abierta era salvajemente herida por mi hermano, remeciendo con cada dura y profunda embestida de mi hermano, mi pobre cuerpecito, haciéndolo convulsionar; ¡Dioooossss, la siento dentro de mí como si me pegase en la nucaaaa!!!, ¡como si el dolor me taladrase el cerebroooo!!! Yo no podía ni gritar, ni gemir: la tremenda fuerza de la rápida sucesión de descargas de placer que recorrían mi cuerpo, parecían una descarga de dolor-gozo al mismo tiempo,… ¡era como sentir un orgasmo con cada penetración!!!!

- …Ah,…ah,… aaah,… ah,… aaah,… -apenas susurraba yo, casi muerta del puro placer que descargaba ese animal dentro de mí, con su enorme tranca.

Mi hermano no cesaba en empujármela dentro, como si no hubiese mañana,… con fuerza tal como para arrimar mi alma hasta el fondo de mis entrañas. Era una bestia completa: jadeaba, sudaba a chorros sobre mí, gritando como un demente:

- …¿Eso querías, no perraaa?!!!,… ¡desde el primer día querías esto, perra!!!,… ¡AHHHH!!!,… ¡GOZA, GOZA, GOZAAAA!!!!,...

Hecha yo un mar de lágrimas lo escuchaba, mientras todo mi ser se mojaba para él “¡siiii: soy una perra, gozo como una perra, como la más perra del mundo estoy gozando con tu verga, hermanoooo!!!”-, quería decirle eso, pero el solo resistir su gruesa pieza dentro, consumía todas mis fuerzas. ¡Maldito: me hiciste correr más de seis veces antes que tú acabaras!! Ya por efecto del alcohol o yo no sé qué, mi hermano tardó muchísimo en venirse: gozaba como loco casi partiéndole la rajita estrecha a su hermanita de padre, la provincianita.

Antes de descargarse dentro de mi su lechada, me alzó de la mesa como un trapo: sin dejar de tenerme clavada, me alzó de mis piernecitas inertes, para luego dejarme caer,… ¡deslizarme ensartada en su enorme aparato, hasta golpear sus huevos era un placer deliciosoooo,… enfermo y delicioso!!! Solo grité cuando sentí la pegada final de su esperma caliente, abrasándome por dentro: si era por que me había desgarrado por dentro o por que su verga animal me había dado una fricción casi animal, no lo sé,… sólo sé que me ardía por dentro como los mil diablos!! Finalmente César me tiró a mi catre, desnuda y rebosando leche por entre las piernas,… me tiró contra la cama como cualquier cosa.

Al día siguiente se fue al cuartel como si nada: ni una palabra de la noche anterior, pero yo ya sabía que todo eso apenas comenzaba. Esa noche cenamos y nos fuimos a dormir,… pero en la madrugada vino a mi catre; ¡estaba yo a su merced: NO SÉ SI ÉL LO SABÍA, PERO YO DESEABA QUE VINIESE A MI!! Gocé como una loca, gimiendo de placer hasta casi ahogarme siendo cogida por el animal de mi hermanastro, mientras los perros del barrio ladraban sin cesaaar!!!! César había minado todo deseo de resistencia existente dentro de mí, y nuestras sesiones de sexo salvaje se repitieron continuamente, para placer suyo,… y mío. Poco a poco, absolutamente todas mis ropas terminaron hechas jirones en cuestión de dos semanas, siendo sustituidas por harapos que mi hermanastro me daba,... y escandalosos hilos dentales que me regalaba. Sin que me obligase, comencé a despertar de madrugada y en silencio entraba al baño, mientras él se duchaba: con infinita ternura le enjabonaba, dedicando largos minutos a acariciar más que enjabonar su enorme y divina verga: aún relajado, mi hermanastro tenía una pieza que era como el brazo de un niño; me encantaba tomarla con ambas manos, acariciarla, verla detenidamente,… Estaba yo obnubilada con su aparato: me había convertido en la perrita sumisa de mi hermanastro, César, el primer hombre que me cogió,…

Para él no era yo más que una “cosa”: en su trato conmigo no había nada de amor o algo que se le pareciera, pero no me importaba; era yo dichosa, feliz de ser “la perrita del Sargento Castro”, ¡hasta sentía celos cuando se iba de bares o de putas, y regresaba ya de amanecida!!,...

- …¿Vas a regresar tarde?,… -, le decía yo en esas ocasiones, poniéndole carita de cachorrita asustada.

Nunca me respondía: mascullando algo, me mandaba a rodar y hacía lo que le venía en gana. Esa se tornó mi vida: atenderlo, llevar la casa, ser cogida brutalmente,… y luego ignorada. Pensé que esa sería mi vida a partir de ahí, pero me equivoqué: un domingo desperté muy tarde –César me había cogido hasta quedar extenuada la noche anterior-, y vi con sorpresa que estaba yo sola en casa: mi hermanastro se había ido sin decirme nada. Acostumbrada como ya estaba a sus salidas, me puse de pie para preparar el almuerzo, pero,… ¡toda mi ropa había desaparecido!!! Intrigada, no me quedó más que hacer mis labores desnuda. Llegó la hora del almuerzo y no vino, así que almorcé a solas. Ya llegada la noche, me acurruqué en mi cama, hecha un mar de conjeturas y preocupada. Estaba a punto de dormir un poco cuando la puerta del cuarto se abrió de golpe, en medio de carcajadas estruendosas: ¡era César, completamente borracho que llegaba y con tres tipos!!!

Me estremecí de pavor al sentir el picor en mi nariz: ¡como una perrita, mi olfato no me engañaba!,… ¡era ese olor acre, intenso y salvajemente desesperante para mí: lo había sentido yo antes, ERA AROMA A HOMBRE, AROMA A CUARTEL!!! De golpe la atmósfera de nuestro pequeño cuarto se volvió densa para mí: densa y embriagante. César había venido con tres hombres,… tres amigos suyos del cuartel. Me abracé con desespero a mi frazada, sintiendo mi coñito inundado, y temiendo lo peor,…

César fue en mi busca, subiendo los escalones viejos y chirriantes del altillo: su mirada de depravado me estremeció a la vez que me hizo saber sus intenciones.

- ¡PONTE ESTO Y BAJA!-, me ordenó a la vez que tiraba algo a mis pies.

Apenas bajó, de vuelta a la sala, donde sus ruidosos y ebrios amigos lo esperaban, me apresuré a obedecerle. Pocos minutos después me hallaba yo frente a ellos cuatro, temblorosa y apenas vestida con una camiseta encima: era una prenda gris, que llevaba estampada el frente la palabra “MARINA” y un escudo estampado a un costado. César y esos cuatro soldados me comían con los ojos, disfrutando de lo que tenían al frente: una chiquilla blanconcita, bajita y delgadita, de tetas enormes como globos, piernas y caderas bien formadas y carnosas, culo apretado, respingón,… rubia, de ojos verdemar,… apenas vestida algo por una camiseta de la odiada -por ellos-, Marina de Guerra. Yo temblaba sin control, sintiendo sus miradas de deseo, encima mio.

Sus tres amigos me comían con los ojos: eran dos Sargentos y un Cabo; los tres eran de más de treinta años, de piel cobriza, torsos firmes, tan altos como mi hermanastro, y por su mirada adivinaba yo que eran igual de lascivos e insaciables que César,…

- Ponte en cuatro acá y chúpamela,… -, me ordenó con fiereza César, mientras se acomodaba en la silla, sacando su enorme aparato de dentro de sus pantalones y ofreciéndomelo.

Hasta ese momento no se la había chupado, pero de solo vérsela tiesa, jugosa para mí… comencé yo a comportarme como un robot: obediente, silente, me arrodillé frente a él, regalándoles a los otros tres el espectáculo de mi culo de nalgas blancas y redondas, y mi conchita ya mojada y de vellos castaños. Al acercar mi cara a la verga de César, mi sensible nariz me alertó, haciéndome llorar: ¡no sólo olía a verga de macho,… sino también a concha de puta burdelera!! Llorosa, no pude contenerme: amaba su aparato y deseaba tenerlo en mi boca. En medio de un silencio que casi se podía sentir,… suspiré, cerré los ojos y abrí los labios, introduciéndome su animal aparato en la boca.

¡Casi me corrí al sentirlo dentro de mi boca!, empecé sorbérsela como pude, sintiendo su punta palpitar, rodeada por mis labios; casi instantáneamente me acostumbré al sabor salado de la verga de mi hermano,… mmm,… ¡apenas podía respirar, pero lo estaba gozandooo!!,… suspiraba yo con más intensidad, mientras que los músculos de mi rostro se iban acostumbrando lo suficiente, como para tratar de metérmelo todo en la boca, pero fue inútil: era tan larga la tranca de mi hermano, que no podía albergar mucho de su pene en mi boca. Los movimientos de caderas que yo hacía mientras tanto, como simulando ser penetrada, excitaron al máximo a sus amigos. César les dio entonces permiso de gozar con mi cuerpo:

-¿Ven?, es toda una puta,… disfrútenla,…

¡César me tomó con fuerza de los cabellos, inmovilizándome, evitando que escape!; ¡uno de sus amigos saltó sobre mí: DE UN TIRÓN REVENTÓ LA CAMISETA QUE YO QUE LLEVABA, DEJÁNDOME DESNUDA, CON MIS ENORMES TETAS SU DISPOSICIÓN!!! Quise gritar, llorar, pero no me dieron tiempo: casi al instante, el tipo ese me introdujo con salvajismo su verga:

- …¡MGhhhmmmmM!!!!,…

¡Me empecé a mover mis caderas como una desquiciada, tratando de que esas dos piezas se me enterrasen por completo hasta fondo de mi ser!!! Viniéndome una y otra vez, hice que el tipo ese se corriese dentro de mí en apenas minutos: casi atorada por la verga de mi hermanastro en la boca, aún seguí moviendo las caderas a pesar que mi concha insaciable ya había exprimido por completo a su amigo; ¡los otros dos casi se pelearon por violarme, al verme moviéndome como perra en celo, deseando más verga!

Aquella noche fue una larga sucesión de empalmadas por la boca y la concha: César y sus amigos se vaciaron dentro de mí varias veces cada uno, llenándome la boca y la raja de leche,... clavándome sus dedos y dientes en las nalgas, en las tetas, el cuello,.. en todo mi cuerpo. Si no me desvirgaron por el culo, es por que mi hermanastro lo impidió: deseaba “guardar” mi único agujero virgen, para un momento especial. Ya desfalleciente, tirada en el suelo, dichosa, vi a César recibiendo los elogios de sus más que satisfechos amigos. La noticia corrió por todo el cuartel: al poco, las tardes y las noches fueron para mí, una larga sucesión de uniformados de todos los rangos, viniendo solos o en grupos a la casa -siempre con mi hermanastro-, y siempre dispuestos a gozar de “Ana Kari, la perrita del cuartel”,…

Nunca llegó a incomodarme el asunto: yo gozaba de vivir así las cotas más altas del delirio, disfrutando del sexo al máximo; si antes me excitaban al máximo los ladridos de los perros de la ciudad por las noches, ahora gozaba escuchándolos, mientras un salvaje animal de uniforme me cabalgaba con furia, haciendo crujir mi cuerpo y mi viejo catre, hasta el delirio,…

(CONTINUARÁ,…)

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