9 jul 2012

El caballerito Diego



Un relato de: Krakkenhere.

- ..Siempre fui así, ¿sabes?, desde pequeñito me vistieron en casa como un muñequito de torta: saco y corbata no eran suficiente para mis padres, sino también chaleco y amén de educarme estrictamente en buenos modales y trato de gente, hizo que desde siempre todos los que me conocían me llamaran “el caballerito Diego”, y aún ahora, a mis años. Lamentablemente, aparte de usos y conocimientos ya el común de la gente, hoy son casi decimonómicos, mis queridos padres no pusieron mucho empeño y disciplina en mi educación formal, por lo que el título de Administración de empresas –que es mi carrera-, no me sirvió para nada, y menos en el desastre que tuvo el país dos gobiernos atrás ¿recuerdas?; si ingenieros y doctores no conseguían mas que un trabajo vil de taxistas a medio tiempo ¿qué iba yo a hacer?, asi que solo por mis buenos modales, terminé trabajando de empleado de una zapatería,…

Ella me escuchaba y de rato en rato me clavaba la mirada, esos ojos celestes preciosos y me sonreía, a medias prestándome atención, y a medias, mostrando algo de indiferencia, la cual realmente no me importaba,…

- …En esos años de crisis, laborar en una antiquísima y algo solemne zapatería, que para ese entonces había conocido tiempos mejores en el siglo XIX, era casi un suicidio; ya casi nadie gastaba en zapatos de primerísima calidad, y prefería la gente, usar esos vulgares zapatos sintéticos, elaborados en los países asiáticos,… pero la verdad, me sentía feliz en esa tienda ubicada en pleno centro: la última de una cadena ya en franca desaparición,… no me importaba el bajísimo sueldo, las escasas comisiones, solo me importaba que ahí podía desenvolverme con mis educados modales y recibir elogios de damas ya mayores y que si saben valorar el trato de un caballero y gente de una posición respetable en la sociedad, los que era ya casi la última clientela de la zapatería. Así fue precisamente que la conocí a ella: la señora Cox. Ella era una de las pocas clientas menos de 30 años que teníamos; iba religiosamente a nuestra tienda dos veces por semana, y nunca salió de la misma sin llevarse al menos dos pares de zapatos y un par de botas, ¡y tenía un gusto exquisito!, nadie como ella para reconocer de una mirada rápida a las vitrinas, nuestros mejores modelos llegados de Milán y el modelo perfecto para su deliciosa y juvenil forma de vestir,… ¿te molesto contándote todo esto?,…

La hermosa rubia que me hacía compañía arrugó su naricita coquetamente:

- Para nada cariño; sígueme contándome y relájate. Estás muy tenso,…

- …La señora Cox no pasaba de los 30 cuando la conocí –prosegui-, y el viejo dueño casi saltaba de alegría al verla atravesar la puerta,.. aunque siendo sinceros, él y todos los demás empleados más que adorarla por ser excelente cliente,… pues , y perdóname si sueno vulgar “se les caía la baba por ella” y no era para menos: ella es una hermosura como pocas: alta para la mujer promedio del país, espigada, cabellera de un castaño intenso y vivaz, rostro juvenil, nariz respingada, ojos color miel, labios carnosos, realmente apetitosos, cuello largo y fino, un par de senos perfectos, bien alzados e intimidantes, cintura estrecha, caderas firmes y hasta se podría decir, algo escandalosas, trasero casi italiano, jeje,.. piernas bien torneadas y tobillos estrechos,.. y sus pies, ¡oh!, piecesitos casi orientales, diminutos, con dedos finitos, completamente femeninos y uñas perfectamente pintadas, siempre de rojo carmesí,…

- …¿Estás enamorada de ella todavía, verdad?,… -me interpeló mi compañera ocasional.

- …Lo estoy y no lo niego: es divina. Apenas nos conocimos, ella de inmediato me prefirió de entre los empleados hasta el punto de no comprar si yo no le atendía y yo creo, no era para menos: modestia aparte, siempre he pensado que el trato de un verdadero caballero es algo que no se puede comparar y menos con mis antiguos compañeros: la señora Cox tiene, aparte de una belleza sin igual, una personalidad arrolladora, risa franca y contagiosa y excelente trato de gentes, lo cual a mis compañeros de trabajo los dejaba lelos: el señor García –el empleado más antiguo y mayor-, le temblaba todo cuando le atendía, Carranza no podía dejar de verle los pechos, cosa que a ella obviamente le incomodaba, Vargas, un machista imposible, no soportaba que ella le ordenase, cual amazona a un bruto rebelde ¡y el joven Villegas ni hablar!, era de tan malos modales, que apenas ella llegaba a la tienda, solo atinaba a decir “!uy: creo que ya se me paró!”, y como el dueño temía perder a nuestra mejor clienta, prefirió que yo le atendiera; a mis primeras palabras y gestos, la señora Cox abrió sus ojos inmensos y con una amplia sonrisa, y sin más, encantadísima, me dejó guiarla a los probadores,…

- …¿Y nunca se aparecía por la tienda la señora del cuento con su marido?,… digo: hay cada sacolargo que para qué te cuento, pero nunca falta otro que sí sea de cuidado,…

- La señora Cox era divorciada –expliqué-, se casó muy joven mas por conveniencia que por amor: una desagradable costumbre aún vigente en las clases altas; al poco tiempo, descubrió que su marido era un bruto sin cultura de ningún tipo y adusador, asi que se divorció sin más ni mas y así cuando la conocí, estaba sola, en edad muy apetecible y con una nada despreciable fortuna; a su herencia familiar se agregó lo que el divorcio le proporcionó su divorcio ya que el bruto en cuestión era tan millonario como ella,… en fin, simplemente se me volvió una rutina semanal, por varios años, el atender a la señora Cox: no puedo negar que mis comisiones aumentaron mis magros ingresos, empero, algo más empezó a ocurrir: como todo caballero que se respete –y como me enseñaron-, solamente la veía yo “adecuadamente, mas no mas allá de lo necesario”, pero dado que gran parte de mi trabajo era arrodillarme ante su monumental figura y ayudarle a calzarse zapatos por horas –es buena conocedora de calzado, pero como toda mujer, remolona para decidirse-, y casi sin darme cuenta empecé a casi exclusivamente verle los pies: como te dije, eran divinos, perfectos y de una blancura casi nívea que enceguecía; ella me conversaba sin parar, mientras que yo la atendía diligentemente y no pasaba de “¿están bien estos zapatos, señora Cox?”, “sí, señora, no señora Cox” y cosas así por el estilo; a ratos, la señora Cox me interrumpís y me decía “caballerito Diego,… -ignoro cómo se enteró de ese apodo-, ya no me diga usted señora Cox: dígame Marie,… hasta señorita ¿me haría ese favor?,..”, a lo cual yo le respondía que era incapaz de tomarme semejantes confianzas: afortunadamente, nunca dejaba de sonreírme a pesar de decirle eso y de tratarla como acostumbraba; mis compañeros de trabajo, luego que ella se iba cargada de cajas, me increpaban “¡idiota!, está tirando lenguas por ti, ¡qué mas quisiera yo que semejante mujerón!,…”, mas no podía siquiera pensar en atreverme a mas, amén de que nadie sabía lo que yo sufría,… esa rutina, de descalzarla, tomarle del talón y de la punta del pie con infinita delicadeza y luego calzarla con un nuevo modelo, una y otra vez, el quedarme de rodillas ante ella, que daba unos pasitos a derecha y otros a izquierda, doblaba el pie y me dejaba verle desde atrás, para preguntarme “¿qué tal se me ven desde atrás?” (refiriéndose a los zapatos, claro está), empezó a crear en mi una obsesión desconocida: empecé a anhelar que viniese a la tienda, era feliz hasta el hastío de atenderla, de tocar la suave piel de sus pies, me quedaba lelo viéndole los tobillos,… ahhh!, el que juguetease con sus deditos en unos zapatos abiertos, de fiesta, me alegraba por una sema, ver su empeine alzado en unos taco aguja,… me enloquecía y me hacía tartamudear,… y ni qué decir del triste momento en que se iba: tras unos adecuados minutos, me metía en el baño de empleados: todos pensaban que era lógico por las horas transcurridas pero la verdad, era para deleitarme a solas oliendo mis manos, aspirando hasta que desapareciera, el delicioso aroma de la piel de Marie,…. Hummmmm,…. Conforme pasó el tiempo, descubrí que mi obsesión crecía y me costaba ya casi controlarme: una semana no vino la señora Cox –estaba de viaje-, pero sí nos visitó una clienta ya mayor con su nietecita de 16 años: quería comprar unos zapatos para una fiesta; ¡sus piecesitos angelicales eran casi una copia idéntica a los de Marie!,… apenas pude contener mi turbación mientras le atendí,… puesto que, extraño en mí, sentí que mi miembro se engrosaba y erectaba sin poderlo yo controlar, bajo mis pantalones,… cuando se fue, me encerré en el baño, me abrí la bragueta con desespero,… temblando todo yo, y como no hacía desde que era adolescente,… me masturbé con rabia, mordiendo mi corbata pues sabía que iba a soltar un gemido animal en cualquier instante, hasta eyacular un chorro de esperma inmenso, que cayó al suelo del baño ,… mientras yo lloraba de vergüenza,…

- ..¡Mírenlo pues: tenía sus secretitos guardados el caballerito, jijijiji!,… - exclamó ella, mi interlocutora, mientras me hacía poner rojo de vergüenza con sus palabras.

- …Y así pasaron casi tres años: tres años de recibir muy atento a la señora Marie Cox, deshacerme en atenciones, pasarme horas calzándole sin parar casi toda la existencia de la zapatería, deleitarme al contacto y la cercanía de sus divinos pies, cual el único deleite de mi vida y luego sufrir en silencio su partida,… hasta la próxima visita. Pero finalmente llegó el día fatal; una semana de verano, Villegas, el más joven de entre los empleados, anunció que se casaba y entre todos –salvo yo-, se decidió organizarle una de esas vergonzosas reuniones llamada despedida de soltero,… como dictan las costumbres de camaradería entre camaradas de trabajo, accedí a ir; la reunión fue en un nigth club de muy mala reputación: yo nunca fui dado ala bebida, y mis compañeros arremetieron contra el joven Villegas y contra mi: nos obligaron a beber sin parar y a cada ronda, a licores más fuertes e infames. Ya de madrugada, entramos a un reservado del local; por una puerta que daba a un pequeño escenario con un tubo en medio, apareció una tremenda morena apenas vestida con un bikini plateado y el cuerpo semidesnudo cubierto de purpurina. Todos la veían alelados mientas esa mujer de pechos enormes y trasero “a la cubana” bailaba para nosotros, y de rato en rato, entrelazada con ambas piernas, cada vez más alto en el tubo, evolucionaba dando vueltas gimnásticamente desde arriba hasta abajo del tubo, para luego acostarse en el suelo, abriéndose de piernas y enseñándonos sin pudor alguno, su entrepierna,…

- …Hummm, qué bien ¿y te gustó la morena?,… -, interrumpió guiñándome un ojo.

- …Mis compañeros se la comían con los ojos: yo solo tenía ojos para ver sus pies: sus zapatos eran definitivamente burdos, pero de taco transparente, altísimo y a ella le quedaban fenomenalmente; ver su pies morenos, en esos calzados plateados, me tenían obnubilado: mi pene se endurecía sin control y me desesperaba la idea de tocárselos,… acariciarlos,… besarlos,… mil y una ideas recorrieron mi mente. Afortunadamente –temía que mis amigos me descubrieran-, logré escabullirme de lugar, mientras mis amigos tomaban en sus brazos a varias féminas del lugar y desaparecían tras una puerta que llevaba a unas habitación; Villegas también llevándose cargada, a la ya desnuda por completo, belleza morena.

Suspiré largamente recordando esa noche y el día siguiente; la chica que me acompañaba no dijo nada: solo puso cara de “¿y que más pasó?”.

- Aquella noche fue terrible para mi: tras mi primer y fatal borrachera, mis sueños fueron a la vez maravillosos y de pesadilla: soñé con Marie. Estaba yo de nuevo en ese local de perdición, pero completamente solo y la veía a ella, en el escenario: vestía la vestimenta plateada de la morena, y en ella se veía espectacular; sus pechos casi la hacían explotar por arriba y la parte inferior apenas dejaba algo a la imaginación ¡pero sus pies: calzaban los zapatos baratos de la bailarina, pero aún así sus pies eran la joya de ese espectáculo onírico!!; Marie empezó entonces a bailar,… solo para mi: aún dormido y soñando, sentí mi pene durísimo, como nunca antes: entonces mi sueño me llevó a disfrutar lo que anhelaba: la señora Cox, contoneándose lascivamente, se acercó a mi y con la mayor coquetería del universo, se descalzó lentamente, dejándome sin aliento, para luego verme yo sentado más cerca de ella, sintiendo cómo sus largas y blanquísimas piernas me rodeaban, acariciando mi rostro alternativamente, tocándome desvergonzadamente el pene, acelerando mi corazón; fue un sueño largo, muy largo y terminó borrosamente mientras Marie metía uno de sus deliciosos pies en mi boca, el cual yo lamía y chupaba cual nene al pecho de su madre,… al despertar, con la tremenda resaca que tenía, apenas logré bañarme, vestirme impecablemente como siempre y llegar apenas atrasado a la zapatería: el dueño estaba furioso ya que todos sus empleados estábamos con una cara que ya te puedes imaginar: mis compañeros la pasaban realmente mal; era un caluroso dia de verano y como nunca, teníamos un buen número de clientela en esa jornada. A las 4 de la tarde, apareció Marie; se notaba que venía del club de playa del que era socia; vestía un short apretado, color naranja, una blusa blanca muy veraniega, un sombrero de playa y unas simples pero muy elegantes sandalias. La cabeza me daba vueltas –producto de la borrachera, el calor y la presencia de la señora Cox, todo junto y revuelto-, pero aún así mantuve mi entereza y le atendí. Ya de rodillas ante ella, empecé a calzarle los zapatos que me pedía: iba a una fiesta del club naútico esa noche. Al tercer o cuarto par, mi mente empezó a divagar: de un instante al otro, me encontraba en la playa, bajo un sol abrasador y Marie, sentada frente a mi en una poltrona, me extendía su pie: lentamente le quité el calzado “hoy he caminado mucho,…” me confesó y yo, tomándola del talón de la punta del pie, empecé a acariciárselo con infinita ternura; “…mmm,.. se siente muuuy bien,…” me dijo. La calidez de su pie era un tónico para todos mis malestares y desaparecieron por completo. No le veía a los ojos pero podía escuhar sus suspiros de satisfacción “…mmm,…señor Diego,… mmm,… es usted taaaan atentoooo,… mmm,…” lentamente, ya vencidos todos mis miedos y temores acerqué mi boca a su pie: mis labios se abrieron lentamente, a la vez que cerraba los ojos; mi lengua salió tímidamente, temblorosa, buscando, tanteando en el aire, en pos de la fruta prohibida mientas mi nariz se llenaba del olor de su piel, dulce y con tonos de sal, de sal de mar,… empecé por besarle los dedos, uno por uno: al sentir mis labios, ella recogió los dedos, sorprendida,.. asustada, como si fuesen caracoles ante lo desconocido. No me detuve, acerqué de nuevo su pie a mi boca y ahí sí, me lo meti dentro; con mi lengua empecé a recorrer las separaciones entre sus dedos diminutos, lamiéndolos, ensalivándolos por completo, sorbiendo luego mi saliva con sabor a ella, a Marie Cox, mi amor y deseo,… mmmm,... de rato en rato entreabría los ojos y la veía desde abajo; estaba prendida de ambas manos, crispada a su asiento; el cuerpo hacia atrás, con sus enormes pechos subiendo y bajando alternativamente, la cabeza tirada hacia atrás, los ojos cerrados y su boca rojísima, que apenas podía ver, soltaba deliciosos gemidos de gusto y placer,... al rato y al verle de nuevo la descubrí acariciándose la entrepierna por ecnima de su prenda,… definitivamente lo estaba disfrutando y mucho. No fue un pequeño instante lo que duró; fueron largos minutos disfrutando de sus preciosos pies: chupaba con desenfreno sus dedos para luego darles suaves mordiscos; le besé el empeine cual esclavo ante su ama, lamí con el desespero de sediento en el desierto su planta, mostrándole así mi total sumisión ante ella y luego recorrí toda su extremidad con mi lengua ansiosa; finalmente empecé a chupar su dedo gordo, metíendomelo bien adentro, sorbiéndolo hasta que me chorreaba la saliva por la barbilla; para mi, era mejor y es mejor que el pecho más perfecto, que el pezón más sucuento; en ese momento la volvía oír de susurros a chillidos ya casi sin control: “… ahhhh,… mmmmm,… señor Diego,… mmmmhhhh!,… caballerito Diegoooo,… aaaaaaah!,…. ¡DIEGO, PARA,…. PARAAAA!!!,… me corrooooo!,….” Solo tuvo qué decir eso para que yo, rápidamente me abriese el pantalón y extrajera mi pene erecto al máximo y a punto de explotar; ya con el miembro fuera, la escuché suplicar cada vez más quedo: “,…me vengoooo,…. Ahhhhmmmmm,…. Me vengoooooooo!,….” Marie soltó un grito salvaje y al instante yo solté mi lechada a lo bestia, a sus pies, en el alfombrado, ¡Y AHÍ EMPEZARON LOS GRITOS!; madres escandalizadas con sus hijas, alguna viejitas víctima de un soponcio, mis compañeros de trabajo petrificados con la boca abierta y mi jefe dando de alaridos,… y en medio de todo, Marie y yo, con los ojos abiertos al máximo y sin saber qué hacer. De más está decir que yo acabé casi de inmediato de patitas en la calle,…

- ¡Vaya!, pues qué historia,…

- Así es,… -, sentencié.

¡AAAAAAHHHHHH!!!!,….

Al acabar mi relato, la preciosa prostituta se detuvo precisamente de masturbarme el miembro con sus divinos pies desnudos cuando sintió que yo ya iba a explotar: mi abundante lechada de semen hirviente se desparramó por sus pies, entre sus deditos apretados, en su planta y empeine, y casi hasta sus tobillos: mi exclamación de satisfacción, gutural y dichosa, la hizo reír.

- …Pues al parecer, el que te botaran a patadas de esa zapatería no te vino nada mal,… –me dijo tras darme la espalda por un momento, regaládome una visión de su precioso e inmenso culo enfundado en un apretadísimo y diminuto vestido de coctel color turquesa, mientras se limpiaba sus pies con una toalla. Acabó y me regaló muchísimo más placer, al regresar a mi lado, sentarse de nuevo en la cama, frente a mi, y lentamente empezó a calzarse sus diminutos zapatitos de tiritas-,… es decir, a mí no me escogiste precisamente por mi carita,..

Sonreí y le eché una mirada de esas, de perdona-vidas: en realidad, era preciosa. Al darse cuenta de lo que dijo, se río:

- ….Es decir, tú sabes: ni yo ni este hotel somos precisamente lo que llamaríamos “económicos”,…

- Efectivamente me ha ido muy bien -admití, mientras le entregaba una buena cantidad de dólares. Se los había ganado-,… sobre todo desde que Marie, antes de casarnos, compró la tienda y en un par de años reconstruimos la cadena de zapaterías, por cierto ¿no quieres ir a visitarme a la tienda del centro?, tengo unas botas largas de taco aguja en color burdeos que sé que te gustarán muchísimo: ve antes de la hora de cierre y te atenderé,… personalmente,…

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