26 ago 2012

Mi primera vez fue en ese frío abril




Un relato de: Krakkenhere. 

El aroma a polvo y cordita que se siente desde la noche anterior a la mañana, en toda la ciudad, empieza a despejarse; es como si el frío nuevo día asentara el polvo y ese aroma químico, pesado, al que uno se acostumbra es cierto, pero deja aparecer primero el olor a carne quemada y a muerte,… pero no dura demasiado: no sé si el ajetreo de las calles lo espanta o si la mente de uno que apenas piensa en cosas muy básicas (frío, hambre, comida y el debes de empezar a trabajar), es lo que a uno le hace olvidar esas pestes que a veces se sienten más fuertes en ciertas horas del día. 

Me levanté del piso donde dormí la noche anterior y me aprieto contra el cuerpo el pesado e inmenso abrigo de mi uniforme; no me lo había quitado de encima en meses enteros ya, y apenas me cubría del gélido viento de la mañana. Debajo de él, mi veraniega camisa apenas ayuda a combatir el frío: el pantalón, tres tallas más grande que la prenda que debería usar, me baila a cada paso y deja todo tipo de recovecos entre él y mi cuerpo delgaducho, por donde la ventisca intermitente se cuela. Respiro con fuerza tratando de hundir la boca debajo de mi bufanda, pero igual –e igual que todos en la fila-, suelto bocanadas de vaho apenas cálido, dejando asi que un calor que prefiera que no se escapara de mi, nos rodee; vapor de cuerpos cansados, ateridos que piensan solo en comida y en dormir,… en comida y dormir,… 

Los escuadrones que desde la madrugada barren las calles y las limpian de escombros ya hicieron su trabajo y cruzamos por desiertas calles del centro de la ciudad en esa mañana de abril; todo está lleno de polvo de cemento, pero al menos la fila va derecho a nuestro nuevo encargo. Nos arrean a veces con fiereza, otras, los oficiales se dejan llevar por el derrotismo, pero esa mañana nos toca un sargento malencarado, que muestra no tanta marcialidad, pero si se le ve mas con ánimos de acabar con todo ese asunto antes del mediodía y desaparecer de nuestra vista e introducirse, desaparecer en medio de la ciudad, a hallar su destino como el resto,… 

Silenciosamente, como los otros de mi grupo –ancianos que apenas pueden hacer esfuerzo, lisiados, más chiquillos imberbes como yo, muchachitas de menos de 21 que aún nadie sabe dónde colocar y mujeres de mediana edad, ansiosas de conseguir qué llevarse de comer a la boca-, tomo del edificio de junto pedazos de pared demolida, ladrillos sueltos o lo que sea y con esfuerzo infinito los llevo a la esquina de la cuadra esa: nuestra “misión” es, llenar los restos de un trolebús incendiado, arrimado en la esquina de la calle, a guisa de barrera de protección, con todo lo que se pueda; nos tardamos todo el resto de la mañana. Al final, queda frente a nuestros asombrados ojos, la que juro que es y será, la más portentosa y ridícula muestra de la inventiva humana, hecha una ridiculez, creada desde el tiempo de los Neanderthal (o sea, un mamarracho increíble) Mi variopinto grupo, y una que otra persona que ha salido de los sótanos de las casas contiguas a cruzar la ciudad a la carrera y a Dios-sabe-qué, nos quedamos todos juntos boquiabiertos, viendo ese armatoste, sin saber qué hacer ni decir: un anciano bigotón, todo canoso, habló por todos: 

- ...¿Cuánto resistirá?,… 

La respuesta la dió un jovencito de ojos vivaces y que mostraba una cicatriz en una mejilla, recién incorporado a nuestro grupo ese día; no conocíamos su nombre: sólo sabíamos que venía de una cárcel cercana a la ciudad, donde estuvo preso por el vago cargo de “conducta inmoral”: 

- …Dos horas y cinco segundos,..-, sentenció. 

Al preguntarle alguien el porqué de ese tiempo, respondió: “…Iván se va a cagar de risa dos horas de ver esta barricada y luego va a tardar 5 segundos en tirarla abajo,…”. ¡La carcajada de mi grupo de tareas y de los vecinos fue fenomenal!!!; ni siquiera terminó cuando el sargento se abrió paso y con un “gummy” (esos infames porras hechas de pedazos de cable eléctrico, forradas con manguera), y se dedicara a descargar sendos golpes sobre el jovencito ese: solo logró tirarle tres golpes en la espalda –pero suficientes para dejarlo tirado en el suelo-,… ¡y luego el mismo sargento se sentó en la esquina y se echó a reír!!!,… para casi al instante soltar dolorosas carcajadas, llorando sin parar,… era la patética muestra de que él, nosotros y todos en esa maldita ciudad, estábamos ya en las últimas, hartos ya de toda esa locura,… 

Al poco rato, apareció un teniente por nuestra esquina y vió ese deprimente espectáculo: nos alivió que no tomara ningún represalia brutal; inteligentemente, ordenó que todos fuésemos a almorzar. Desde que mi grupo de tareas estaba en esa sección de la ciudad, nos tocaba indefectiblemente ir a recibir nuestras raciones en la cocina móvil de Frau Gretha; todos llamaban a esa unidad así. Estaba, pasara lo que pasara, en una esquina del centro de la ciudad, junto a una batería antiaérea, servida por tres chicas de la Liga de Muchachas, de uniformes que les quedaban grandes y mirada ojerosa,… y que cada mañana eran siempre,… chicas distintas a las que dejábamos ahí tras la cena,... 

Sin ánimos de nada, hicimos la fila: se hacía fila para todo y era normal andar como autómatas para ese acto: un plato de metal, una cuchara y un vaso, también de metal en las manos, y un paso cansino como si todos ahí fuésemos ancianos. Lo que al menos iluminaba nuestras existencias era ver a Frau Gretha, al final de la fila, junto a las ollas inmensas y humeantes, con su cucharón; aparte de ser la imagen de un alimento caliente que aliviara nuestros cuerpos adoloridos, era, para jóvenes y viejos, una imagen algo amistosa en ese mundo gris; no era para nada bella, pero sí representaba, de alguna manera, la estampa de un pasado en el que la gente era gente y no sombras tras una fila o rostros fantasmales apenas aferrándose a la tierra: era blanquísima de piel, de una cabellera rubia casi ceniza pero perfectamente peinada y recogida tras su gorra. Sus ojos eran de un celeste intensísimo, las facciones de su rostro era afiladas, femeninas si, pero con un aire de “pájaro”; para algunos, de grulla,… para otros, de un frío cuervo. Era muy alta, casi altísima –me sacaba a mí al menos, casi cabeza y media de alto-, asimismo era ancha de espaldas y de hombros y bajo su capote gris dejaba notar que su figura era también imponente: caderas amplias y duras, piernas macizas pero que se adivinaban bien formadas y unos senos grandes,… inmensos se podría decir, que tensaban la abotonadura de su ajado uniforme: era extraño; nadie la veía con deseo sexual verdadero –ni los más jóvenes de entre nosotros-, pero todos le teníamos una especial deferencia: a pesar de no ser realmente agraciada, tenía un aire,… que nos hacía al verla, de inmediato pensar en la casa caliente, en el hogar,… en un deseo de que nos abrazara como una tierna madre,… 

Pero Frau Gretha no tenía nada ni de dulce ni de matrona: era dura, tiesa y de trato distante para con todos: a los oficiales superiores les atendía con gélido silencio; a los soldados veteranos –que siempre querían pasarse con ella de listillos-, los arriaba a punta de maldiciones (¡Frau Gretha tenía boca de camionero!), detestaba a los ancianos, y a nosotros, los jóvenes, nos servía rápidamente,… para luego descargar un coscorrón en nuestras cabezas, sin ningún motivo. Antes de que llegara yo a Frau Gretha y sus ollas, lo hizo el imbécil de Franz, sonriente y sin llevar plato ni nada en las manos: 

- …¿Qué trajiste para comer?!,.. -, le tronó Frau Gretha. 
- …Hambre,… -, le soltó Franz, todo suelto de huesos: era un viejísimo chiste de las Hitlerjugend,… que ya a nadie le hacía gracia, y mucho menos a Frau Gretha; casi le partió la cabeza de un cucharonazo y con excelente puntería, le lanzó su pedazo de pan negro, duro como la piedra; ese sería el único almuerzo de Franz. 

Al llegar a ella, recibí de Frau Gretha su acostumbrada deferencia para conmigo: por algún motivo, siempre en mi plato dejaba caer una patata de más, un poco sopa de guisantes más, una tira de carne seca o sino, me daba un pedazo de pan negro más grande, aunque sea un poco. En vez del coscorrón de todos, me despeinaba mi rubia cabellera y me apartaba de un manazo. Nunca supe el porqué de su actitud: era mayor pero no tenía apariencia de tener o haber tenido un hijo de mi edad,… Nadie sabía en realidad nada del pasado de la cocinera; su unidad de servicios, había llegado hace mas de un mes al barrio donde estábamos. Venía del Este,…. Como muchos en esos días. 

Me senté como los demás a comer en una esquina, a la sombra de un edificio deshabitado: nos ordenaron comer rápido y lo hicimos todos; en esos días, si te ordenaban obedecías, sin preguntar nada. Apenas terminamos, nos ordenaron formar frente a la cocina ambulante; se nos unieron en esa extraña reunión unos oficiales de capote oscuro y un grupete de imbéciles Hitlerjugend con uniforme nuevo, reluciente,… y orgullosísimos por las cruces que lucían en el pecho y que habían recibido esa misma mañana; al frente de ellos estaba el tarado de Joseph: lo conocí bien; era de mi edad y era un bastardo miserable. En un campamento años atrás, me había molido a golpes y tirado tres dientes,… solo por el hecho de ser más alto y fuerte entonces, y por la necesidad de mostrarse superior a todos. 

Un oficial empezó a soltar un discurso. La verdad ni yo ni el resto de mi grupo prestaba atención: era lo mismo de siempre; destino, deber, orgullo, honor, patria y todas esas estupideces por el estilo. La verdad, ni la tiesota y formal de Frau Gretha les prestaba atención: seguía repartiendo raciones y luego, como si no fuese cosa suya, empezó a limpiar sus inmensas ollas junto con sus subordinados. Tras media hora de discurso insufrible, el oficial cayó y vino la demostración: otro oficial de su grupo dio un paso adelante: bajo su capote, se notaba que le faltaba el brazo derecho pero no importaba: igual se le notaba fuerte y lo demostró; cual si alzara una varita, con su único brazo, alzó sin esfuerzo un “Panzerfaust” de enorme cabeza y haló el gatillo: el aparato voló aullando, pegó en el muro de un edificio y éste se vino abajo por completo; a pesar del estruendo se oyó un “Ooooohhh” entre todos nosotros: luego empezaron a repartírnoslos. Un tiro, un objetivo; eso pensábamos todos. Hubo susurros en las filas de mi grupo de todas formas; “¿y qué mierda hacemos después con el tubo?,…”, escuché. Y luego: “…díganme dónde hallo al inventor,… yo sé bien por dónde metérselo,…”. 

Nos organizaron en grupos de cuatro; trataban de mezclar a los más jóvenes –que éramos los más-, con los ancianos y los escasos adultos. Frau Gretha seguía en sus quehaceres, seria, dura e indiferente a todo y a todos. Para ala suerte mía, me tocó en el grupo de dos ancianos y el odiado de Joseph. Finalmente, nos dijeron dónde debíamos ir: siete calles por la avenida enfrente nuestro. 

Era hora de dejar ese barrio, mi hogar improvisado por los últimos dos meses; me colgué el arma al hombro y cuando me aprestaba a seguir a los de mi grupo, esa voz tronó tras mío: 

- …¡Oye tú: ven acá y ayúdame con esto!,… -era Frau Greta, alzando una ola inmensa de aluminio, caminando hacia las construcciones derruídas. 

Dudé por una fracción de segundo pero obedecí: mujer o no, su grado era superior al mío y al de todos en mi grupo. No entendía porqué me requería; era tan fuerte que no necesitaba en realidad ayuda de un enclenque como yo para cargar ese peso. En silencio y tomando una asa de la olla, me introduje con ella en medio de una cuadra de edificios hechos escombros, y vaciamos la olla; solo contenía agua y jabón. Frau Gretha dejó la olla vacía y apoyada junto a una fila de ladrillos; yo me paré tieso frente a ella, esperando sus órdenes. A mis espaldas estaba una puerta de madera,… que no conducía a nada, pues de ese edificio sólo había quedado la puerta, el umbral y un poco de muro. 

Nos quedamos en silencio. Yo no entendía nada; alcé la vista para verle; era inmensa. Frau Gretha entonces hizo lo que hacía dos meses era su costumbre; empezó a despeinarme, mientras me miraba fijamente al rostro: su mirada era de cierta ternura y lo acompañó con la primera y única sonrisa que le vi jamás. Aguardaba yo qué me soltara mi coscorrón e irme a mi esquina,… pero eso nunca pasó,… la mano de Frau Gretha continuó acariciando mi cabello,… de una manera extraña y que realmente me puso a temblar,… sus dedos largos empezaron de recorrer mi cabellera a acariciarme en rostro, de una forma en que jamás lo había hecho nadie,… 

¡No sabía qué hacer ni cómo reaccionar!, callada, pero respirando agitadamente, la enorme mujer pegó su cuerpo contra el mío; la gélida tarde de abril dejó de serlo para mí,… ¡pero igual el calor de su cuerpo me era desagradable!; Frau Gretha me arrinconó contra ese dintel de puerta; descolgó el arma de mi hombro y en ese momento, ya mas bien acariciándome, recorriendo por completo mi rostro con ambas manos, temblorosa, ansiosa,… ¡sin ningún pudor arrimó su enorme cuerpo contra el mío:

- …¡Bellooo,… mmmm,… hermosoooo!,… ¡mmmhhh!,… -, susurraba una y otra vez, enterrando su nariz en mi cabellera,… aspirando sin parar: ¡me tenía completamente aterrado! 

Comprimido contra el umbral de la puerta, me desespero al sentir sus gruesas piernas –mucho mas gruesas que las mías-, frotándose con desespero contra las mías: sus jadeos de mujer ansiosa y deseosa de mas se incrementan a cada segundo que pasaba. La gruesa y pesada tela de nuestros capotes militares no pudo impedir para nada lo inevitable: sus macizas piernas y sus anchas caderas calentaban mis enclenques piernecitas y casi todo mi ser de la cintura para abajo, sofocándome, endureciéndome en la entrepierna,… haciéndome llegar a toda esa gama de desconocidas sensaciones para las que ni mi viejo padre me supo aconsejar antes de irme yo a la guerra, ni tampoco me sirvieron de aclaración esas verdades a medias de los soldados veteranos en las barracas,… 

Era yo simplemente lo que era en ese momento: un chiquillo aterrado,… usado, abusado por una mujer mayor, veterana, segura de lo que quería y que buscaba y que no se detendrían en obtenerlo. La cabeza me daba vueltas,…. ¡a pesar de todo, lo que más me embotaba era el olor del cabello de Frau Gretha!!!,… ¡uhhmmmmm!,… no olía “a limpio”, ni mucho menos a exóticas flores o a algo parecido: sólo olía deliciosamente “a vivo”,… y en esos tiempos en que todo olía a muerte y destrucción, era un embriagante alivio. 

La respiración caliente de la madura mujer me envolvía por completo; grandes e intensas bocanadas de vaho ansioso, de vapor deseoso, que me rodeaban y que a cada segundo que pasaba impactaba contra mi aterida piel, sobresaltándome en el primer instante, para luego escarapelarme el cuerpo, llenándome de temblores de excitación y luego inundándome de una extraña paz,… 

Apenas me adaptaba a la suma de extrañas sensaciones, Frau Gretha se me abalanzó encima y me hizo caer en el más completo terror: ¡tiró con furia su cristina a un lado, despeinándose cual una loca por completo y se lanzó con sus manos por delante, hacia mí!!!; jadeante, hecha más un animal que un humano, con ambas manos cual zarpas, atacó mi uniforme, haciéndome real daño con sus uñas, ¡sus dedos crispados no se detenían porfiando con rabia en abrir los botones de mi capote!, ¡Y NO SE DETUVO AHÍ!!!,… tras abrirlo, siguió con furia con el resto de mi uniforme: mi camisa quedó abierta por completo, dejando expuesto ante sus ojos –y a sus manos que me acariciaban desesperadamente-, mi pecho imberbe e inexistente de músculo alguno, blanquísimo como un papel,… ¡y luego atacó mis pantaloneeeess!!!; lo admito: lloré,… ¡sí, empecé a llorar de vergüenza!!, al verme ante ella así,… flaco de hambre y de frío, mis pantalones cayeron sin esfuerzo al suelo,… dejándome ante sus ojos de hembra gustosa,… mis piernas huesudas y enclenques,… temblorosas,… y mi penecito apenas erecto de adolescente aterrado,… sin saber qué hacer,… 

Sus manos me recorrían por completo: mi pechito, mis piernas, mi cara llorosa y consternada,… ¡mis nalguitas delgadas y temblorosas y mi pene, el cual Frau Gretha sobaba, frotaba con ambas manos, porfiando para ponérmela como estaca!!! Con su boca grande, inmensa de labios delgados, me besaba la boca hasta metérsela por completo dentro,… ¡cerraba los ojos y me metía la lengua hasta lo más hondo, hasta ahogarme, para luego sacar su boca de dentro de mi, gozando como loca, tragándose mi saliva y para luego lamerme la cara casi por completo, sorbiéndose mis lágrimas mientras gemía y sin importarle mis ruegos:

- …¡Por favor!,… ¡por favoor!!!,… -sollozaba yo cual una nena. 

Sus manos me recorrieron todo, aumentando mi vergüenza: se atenazó una y otra vez de mi verga con una mano y me masturbó con furia, hasta hacerme llorar,… comprimió mis huevos y cual gusanos expertos, me introdujo sus dedos largos en mi ano cuantas veces quiso,… Su lengua recorrió toda mi boca, con sus dientes finos y perfectos mordisqueó a su antojo mis tetillas casi infantiles,… era yo un muñeco para ella. 

Ya desesperada, las manos-garras de Frau Gretha atacaron de nuevo, ¡pero está vez a sí misma!; cual una loca, una salvaje, se empezó a abrir su capote militar con furia: casi nada tardó en abrírselo. Yo temblaba, con los ojos abiertos al máximo e inmóvil ahí como una estatua. Instantes después tenía ante mis ojos una escena irreal para mi hasta ese momento; su blusa militar abierta, su brassiere colgando y sus enormes y blanquísimas tetas de pezones rosa pálido, subiendo y bajando alocadamente ante mi, junto con su medalla de identificación. Su falda de cuerpo militar femenino estaba en el suelo, y sus enormes bragas blancas apenas colgaban de sus tobillos: su sexo era enorme, estaba mojadísimo, y de su grande velludez dorada parecía salir un vapor tan ardiente como toda ella. 

¡Frau Gretha se me abalanzó de nuevooo!!!; ¡no le importó que mi pequeño pene juvenil estaba semiflácido del puro terror!!!. Hecha una loca, con la cabeza estallándole de deseo, me cubrió con su capote, cual una capa y empezó a frotar con salvajismo su desnudez caliente contra la mía. No puedo negar que se me puso tiesa, pero aún asi no dejaba yo de llorar y gemir cual criatura: su sexo enorme, jugos, chorreante, subía y bajaba por encima de mi, casi desde el ombligo hasta las rodillas. Más alta que yo, más fuerte que yo, Frau Gretha no tuvo impedimentos a partir de ese momento, tuvo completo control de mi; abierta de piernas a medias, e prendió con una mano con firmeza de mi verga y se la introdujo en su raja enorme y humedísima, de mujer experta; ¡y abrazándome con el otro brazo por el cuello, empezó a cabalgarme con furia, con desespero, obligándome a la vez que le besara las tetas!!! Las sienes me querían explotar, me mareaba el aroma de sus cabellos rubios revueltos que me ahogaban la respiración,… ¡el sabor de su piel,… de la piel de sus tetas de hembra madura y sudorosa, me embotabaaaa!!!; todo mi cuerpo sudaba como nunca en mi vida y sentía cómo su abdomen y el mío se pegoteaban en medio de semejante y delicioso jadeo, ¡TODO ESO ERA NUEVO PARA MÍ!!,… pero lo que me estremecía de la cabeza a los pies era lo que me hacía su entrepierna madura me hacía: 

- …¡Aaaah!!!,… 

¡Su vagina ancha y jugosa hacía que mi pene con cada movimiento se volviese más y más tiesoooo!!; Frau Gretha me olbigó a prenderme de ambas manos de sus nalgotas firmes, ¡y en cada ascenso de sus caderas sentía yo cómo su vagina se comprimía al máximo, apresando la cabeza de mi pieza, haciéndola inflar como un globo que iba a estallaaaaarrr!!!! 

- …¡Bellooo,… mmmm,… hermosoooo!,… ¡AAAHHHH!,… ¡PRECIOSOOOOO!!!,….-, no paraba de decir mientras tanto. 

Frau Gretha me mordía con rabia, me arañaba hasta hacerme salir sangre,… y no tuvo pudor alguno en clavarme los dientes hasta moretearme el cuello y el pecho; no fue una cogida con amor o pasión: fue una violación, violenta y salvaje,… y no duró un instante ni me vine sin remedio por ser un chiquillo llorón y asustado: ignoro cómo en medio de mi pánico –pánico genuino a resultar un fracaso en esa extraña primera vez o a ser descubierto, no lo sé,…-, duré y duré muchísimo: al menos y rememorando los esfuerzos y jadeos de Frau Gretha, como para hacerla llegar un par de veces. 

En medio de ese destrozo, de ese montón de muerte y destrucción que era la ciudad devastada, estuve a punto de desmayarme, las piernas me fallaron (¿se sentí asi el llegar de la muerte?, pensé), y finalmente antes que la cabeza me estallara, sentí esa sensación por primera vez en mi vida; mi pieza explotó en medio de mi total vergüenza y desazón, creyendo que descargaba mi vejiga dentro de Frau,… y llenándola por completo con una enorme carga de ardiente lechada,… Frau Gretha soltó un gemido gutural que se notó que le salió de lo más hondo del ser y por un instante, vi que su rostro de mujer madura se transformó en dulce sonrisa de quinceañera. Fue la única vez que, curiosamente,… me sentí vivo,… 

Pasados unos minutos, me sequé las lágrimas, mocos y babas del rostro, y lleno de infinita vergüenza del saberme violado, empecé a subirme los pantalones y mis interiores y sin cara para poder verla. Frau Gretha a su vez, en silencio se arregló el cabello, y alzó con parsimonia sus enormes bragas por sus piernas blancas como la nieve; hasta su enorme ropa interior blanca estaba húmdea al extremo y eso que estuvo casi todo el tiempo en el piso,… 

Nadie nos había visto. Pasado un rato, Frau Gretha se me quedó mirando de una pieza, su rostro se consternó de golpe,… ¡y empezó a llorar!; ¡diablos: yo tenía la cabeza hecho un mundo y eso para mí ya era demasiado!. Hablaba entre sollozos. Sólo le entendía dos palabras: “bello” y “precioso”. Al rato se controló y me miró fríamente y me dijo, prendiéndose con ambas manos de mi rostro: 

- …Escúchame bien: tú no tienes ya nada qué demostrar,… apenas veas que el cielo se ponga rojo y caen bombas, ¡no te hagas el héroe!,... tira todo y corre. Vete a casa. Recuerda: ¡tú no tienes ya nada qué demostrar!,… 

Quedé más atontado que lo que estaba antes; de repente, un grito nos sobresaltó: ¡era el imbécil de Joseph que me llamaba a grandes voces! Frau Gretha no tuvo más gestos de afecto para mi: me descargó un sopapo en la cabeza (nunca lo había hecho) y yo corrí a reunirme con mi rala unidad. 

Joseph no me dijo nada al verme aparecer entre los escombros,… pero me miraba raro,… y asi lo hizo todo el resto del día. En la noche, empezó a martirizarme; en la improvisada trinchera de una esquina cerca del zoológico, donde pasamos la noche, los dos ancianos que integraban nuestro grupo se porfiaban en dormir y darse calor,… mientras el idiota de Joseph se quedó sentado frente a mi, mirándome fijamente con rabia, sin pestañear siquiera, y soltando de vez en cuando: 

- …Pervertido,… -, me dijo después cenar. 
- …Asqueroso,…-, soltó antes de la primera guardia nocturna.
- …Depravado,… -, me dijo cuando, rendido por el sueño, desperté en medio de la noche,… ¡y el idiota seguía ahí, mirándome!,… 

Me hizo sentir culpa,… me hizo así sentir realmente mal,… 

De repente, a eso de las 4 a 5 de la mañana, ocurrió lo que Frau Gretha me dijo: el cielo se volvió rojo por completo mientras un tremendo estruendo que no terminaba nunca y que procedía de todas partes,…y que nos dejó sordos de inmediato: arriba de nuestras cabezas, pasaron volando, unas como vigas,… unas saetas que derrumbaban edificios –con gente o vacíos-, allá atrás nuestro, y sin que lo pudiésemos evitar: el aullido horrendo de los “órganos de Stalin” aún me aterra: no puedo escucharlo sin dejar de llorar de miedo, hoy por hoy, como lo hice e ese momento. El imbécil de Joseph empezó a gritar órdenes, pero yo no le escuchaba: los dos ancianos de nuestro pelotón se pusieron de pie, obedeciéndole: sólo senti como que cientos de tábanos me pasaban zumbando a ambos lados de la cabeza. No los ví morir; tan solo sentí claramente que dos bultos, cual sacos de papas, caían tras de mi. Joseph siguió gritando, saltó de la trinchera y blandiendo su “Panzerfaust”, se metió en medio de la bruma de polvo frente a nosotros, corriendo como loco, sacando el pecho, orgullosísimo de esa crucecita de mierda que el demente de Hitler le había dado la mañana anterior: Joseph era un reverendo imbécil, crédulo total de unas ideas que no eran más que mierda. No volvi a verlo más. 

Ya solo en mi trinchera, a lo único que me aferré fue a las palabras de Frau Gretha; repitiéndolas entre dientes, aterrado, me incorporé apenas vi en medio de la nube de humo negro y polvo, la silueta de fría torreta que avanzaba hacia mi, apuntando hacia mi su cañón: alcé mi arma, apunté y apreté el gatillo. Soy sincero: no sé si le di y si maté a alguien; sólo sé lo que me dijo Frau: “no tenía yo ya nada qué demostrar”. Tire el tubo al suelo y empecé a correr, ¡Y corrí y corrí y corrí sin parar!!,… corrí como el niño que en realidad era: con los ojos cerrados, los puños igual y la cabeza gacha, llorando, rogando llegar a casa, al lado de mamá,… ¡sólo Dios sabe porqué ni una bala ni una esquirla me pegó!. No me detuve, pero a ratos hice lo más sensato del mundo: empecé a quitarme y a dejar tirado por ahí, mi uniforme de Hitlerjugend. A las horas y ya de puro agotado, paré y abrí los ojos: era ya solo un mocoso en camiseta y calzoncillos,… parado en una esquina de un suburbio de Berlín, sembrado de muertos: atiné a lo mejor y empecé a abandonar la ciudad, rumo a casa,… 

De Frau Gretha nunca supe más: ignoro si murió, ese día, después, o si vivió muchos años; solo volví a recordar lo que pasó entre ella y yo esta tarde, parado en esta esquina de Colonia, mi ciudad natal: sí, sobreviví, amé, tuve mucho sexo, me casé y tuve hijos y nietos,… ¡y vine a rememorar todo como si hubiese ocurrido ayer viendo pasar frente a mis ojos, tras 60 años, al imbécil de Joseph!!!,… no me importa que todos ahora le digan Benedicto XVI,… para mí, siempre será “el imbécil de Joseph!,… en realidad, estoy convencido de que, gracias a Frau Gretha, en esa guerra, aprendí mas del amor y de la pasión de que lo que aprendió en esa época y en toda su vida, ese reverendo zamarro!

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