5 jul 2011

Mi mano derecha y mi mano izquierda



Un relato de: Krakkenhere.

Alguien me dijo una vez que a veces yo digo frases que caen “como maldición de gitano”; yo nunca me creí que fuese posible que algo que uno dice, se volviese realidad,… hasta que me ocurrió. Fué en medio de una pelea con mi antigua pareja. Sucedió una noche, era fin de semana: Sara y yo estábamos en mi departamento, revolcándonos en la cama. Yo no estaba para nada motivada: quizás era el cansancio por el trabajo, o que Sara ya no me excitaba, no lo sé,... pero ella se percató de ello y comenzó a dar de gritos e insultos, víctima de otro de sus ataques de celos:

- …¡DÍME CON QUIÉN ME ERES INFIEL, MALDITA PUTA!,…-,me soltó.

Era la acusación que me achacaba cada noche de sexo. Yo ya estaba cansada de esa relación (si es que se le puede llamar “relación” a una fulana a la que miras una vez al mes, y sólo para tener mal sexo y terminar tirándonos cosas a la cabeza), así que decidí ponerle ya un párale al asunto:

- …Está bien,…-le decía mientras me levantaba de la cama, hecha yo un gallito de pelea-, ¿en verdad quieres que te diga la verdad?, ¡pues sí te soy infiel! (era mentira), ¿y quieres saber con quién?,…

Sara bufaba como un búfalo rabioso, toda ella muerta de rabia y tratando de contenerse.

- …¡SÏ! –dijo finalmente-, ¡quiero que me lo digas!,…
- …¡Pues te soy infiel con las gemelas!-, le dije por decir cualquier cosa.
- ¡¿QUÍENES SON?!!!,…
- Anda a averiguar: todo mundo las conoce!,… -le dije con un gesto, dándome la vuelta para vestirme.

El amor y la pasión se habían ido al tacho hace tiempo y realmente me importaba un pepino si volvía o no (bueno, los pepinos sí me importan: han sido buenos conmigo…). Apretando los puños, Sara me miró vestirme lenta, pausada e indiferente.

- …¡Pues vas a ver lo que le voy a hacer a tus benditas gemelas cuando las encuentre!-, me dijo en tono amenazante para luego salir hecha una tromba, azotando la puerta.

Finalmente se había ido; al menos eso pensé. No me sentía ni triste ni ansiosa por ello –Sara se había vuelto tan tosca que me irritaba más que mojarme-, todas las veces era lo mismo: peleábamos, se largaba y la veía de nuevo dos o tres semanas después. Además, tenía yo cosas más importantes en qué preocuparme: mi trabajo se estaba yendo al diablo. Necesitaba urgente una enfermera recepcionista para mi consultorio; soy doctora. Al día siguiente, estaba yo otra vez en mi oficina, recibiendo entre paciente y paciente, a posibles candidatas. Cero. Nada. Ninguna me era de utilidad: ex enfermeras de hospital gruñonas, recién egresadas de la facultad petulantes (que no tenían cara de aceptar órdenes), y una que otra desesperada desempleada que no sabía nada del ramo. Ninguna tenía tampoco ese carisma que se necesita para atender al público (amén que en lo físico, ninguna superaba el “pasable”), tras entrevistar a la última y ya casi dándome de cabezazos contra el escritorio, unos toquecitos tímidos se sintieron en la puerta.

-Adelante,…

Ahí estaba ella, con mirada ansiosa y una sonrisita amable. Se llamaba Malú. Bajita, blanca y risueña, ojos color caramelo, muy vivaces, larga y semiondulada cabellera castaño claro tirando a rubio, ¡parecía una muñequita vestida de enfermera!. Me cayó inmediatamente muy simpática,… aunque también debo admitir que llamó mi atención su figura: resaltaban de inmediato dos enormes pechos de pezones erectos –desproporcionados para su delgada figura-, amén de una brevísima cintura, un culito redondo y levantado, y una piernas bien torneadas; …mmmm su boquita carnosa, roja y apretada hacía antojar que te besara,… los labios de abajo. Tenía una vocecita de tono bajito y tintineante.

Tras revisar sus papeles, decidí darle unos días de prueba: me regaló por aquella propuesta con unos deliciosos saltitos que hicieron bambolear sus tetitas aprisionadas en su apretado uniforme. No me tomen a mal, no acostumbro enredarme con mi personal,… pero la chiquilla era muy apetecible. Desde el primer día, yo estaba encantada con Malú; era muy eficiente, a decir verdad demasiado eficiente en su trabajo: soy una jefa un poco tirana, lo admito, y no ha sido nada raro que mis anteriores asistentes renunciaran al poco tiempo por mi maldita manía de ordenarles tres o cuatro cosas a la vez,… pero con esta chica era distinto: todo lo resolvía a una velocidad impresionante y sin chistar. Lo único que me molestaba era su costumbre de hacer mucho ruido; prefiero el silencio en mi consultorio: ya fuese para atender a mis pacientes, pensar en mis cosas o ver una buena porno en mi laptop, a solas, en mi oficina.

Desde que ella llegó, mi consulta era un correteo de aquí para allá: escuchaba el sonido de sus zapatos de plataforma yendo a cada rato de la recepción al depósito de implementos y medicinas, y de ahí al baño. Luego una escapada rápida a la calle para comprarse una gaseosa o algo y de nuevo todo otra vez, y así por el estilo. Pero podía yo vivir con eso: jamás mis fichas ni instrumental habían estado tan ordenados. Sin contar que disfrutaba como loca viendo a Malú meneado su culito frente a mí, cuando hacía la limpieza; trataba de contenerme, tratando de disimular que me sobaba la entrepierna, a puerta cerrada, pensando en ella: ya me imaginaba yo metiéndole mi lengua por todos los recovecos de su cuerpo,… pero desistí de hacer algo: no quería perder una asistente tan eficiente. Transcurrió así un mes.

Un fin de semana, Sara me llamó para que nos veamos: quería arreglar las cosas. Yo decidí darle la oportunidad, y tomarme un día libre en el trabajo. No tenía citas pendientes. Encargué a Malú que aprovechase para hacer inventario. Todo salió mal, ¡la pelea con Sara por sus estúpidos celos fue infernal!, loca de rabia, salí de mi departamento, rumbo a ninguna parte. En algún lugar detuve mi auto y entré a una licorería: compré una botella de tequila. Luego me pasé casi una hora bebiendo sola, sentada en mi auto, en el estacionamiento del edificio donde está mi consultorio, pensando en lo mal que me iba con las mujeres. Soy muy mala bebedora, así que antes de tomarme la mitad de la botella, ya estaba completamente ebria. Un impulso me llevó a subir a mi consultorio.

Ahí encontré a Malú, diligente como siempre; a pesar de que yo apenas me podía apoyar en el dintel de la puerta, ella me sonrió:

- Buenas noches señorita Manrique –me dijo suavemente-, ya estoy terminando el inventario,...

La cabeza me hervía, al igual que mi concha: deseaba sentir el calor de un cuerpo, ahí y en ese preciso momento.

- …Helena,…-le respondí, sin dejar de mirar su cuerpo-,… me llamo Helena,…
- …Sí,…señorita Helena,…-replicó sonrojándose, ante la lujuria de mi mirada-,… termino lo que me falta y la dejaré en paz,…
- ….Trabajo, trabajo, trabajo,…-le dije-,… ahora quiero que me sirvas de otra manera,…

Me le abalancé encima, ebria de alcohol y de irrefrenable deseo. Le tomé el rostro con ambas manos, con firmeza, contra la pared, y la besé a la fuerza. Casi asfixiándola, le introduje la lengua, sorbiendo con desesperación su saliva. Malú estaba indefensa, trataba de apartarme, pero lentamente fui controlando la situación. Soltando fuertes suspiros, mi asistente comenzaba a corresponder a mi beso, abriendo su boquita y dejando que mi lengua se funda con la suya. Con mis manos acariciaba su espalda, simulando arañarle a través de su uniforme, de arriba abajo, haciéndola estremecerse. Sus pechos se inflaban cada vez con más rapidez, respirando agitadamente cada vez que separaba mis labios de los suyos, para besar su fino cuello. Casi rompiendo los botones de su uniforme, le abrí la blusa, tirando del cuello de la prenda, hasta exhibir su redondo y apetecible hombro; aparté el tirante de su sostén rosadito y comencé a besárselo y a lamérselo; la punta de mi lengua volaba por su sedosa piel, humedeciéndola. Aquello fué la perdición para Malú: cerró los ojos y tensando el cuello, volteó la cara y comenzó a gemir sin parar; yo ya acariciaba sus enormes pechos, mientras sentía sus piernecitas alzándose de rato en rato, tratando insistentemente de frotarse contra las mías.

Abrasándome por dentro de deseo, la levanté, casi sin esfuerzo; cogiéndola de ambas nalgas, y la llevé de prisa de la sala de espera a mi oficina. Cual juguete, la acosté en la camilla. La pequeña Malú trataba de taparse las piernas con su breve falda, queriendo impedir así que acceda yo a su rajita mojada. Musitaba, rogándome que pare, pero yo ya estaba decidida: le desabotoné la blusa y me quedé por un instante, viendo extasiada, sus enormes pechos: son divinos. Tiré de su sostén y expuse sus senos, para en menos de un segundo, tratar de meterme uno de ellos en la boca por completo, chupándolo con desesperación. Sus pezones erectos son realmente grandes y generosos: me hacen recordar los chupones de bebé. Con loco deleite los succioné, primero uno y después otro, mientras metí mi mano bajo su falda, tratando de acariciar su clítoris, y luchando con sus piernas apretadas una contra la otra. Malú se retorcía en la camilla, sintiendo cómo sus fuerzas disminuían, conforme su entrepierna se humedecía más y más. Sus gemidos y suspiros de desesperación me excitaban cada vez más.

Con una cuerda para saltar que tengo ahí para hacer ejercicio, le até las manos a la camilla; mi enfermera quedó así con los pechos al aire, y sin posibilidad de impedir que disfrute de su cueva de los placeres. Le destrocé las panties blancas, mientras chillaba agudamente: era un chillido en parte miedo y en parte placer. Con dificultad le subí la falda, hasta encajársela en sus anchas caderas. Usaba una tanguita blanca, de encaje. Le abrí las piernas, sosteniéndolas firmemente. Aparté la prenda a un lado con los dientes, sin quitársela, y acerqué al fin mi nariz para aspirar el delicioso olor de su rajita depilada y jugosa.

- …No por favor,… -musitaba temblorosa-,…no me haga esto,… yo no,….¡AAAHHH!!,…¡AHHHH!!!,….

Demasiado tarde; no le dejé terminar de hablar y le introduje mi lengua en su conchita. ¡Qué delicia, mmm!!!, apenas mi lengua entró en contacto con las paredes de su pequeña y estrecha vagina, la pequeña Malú me inundó la boca con una descarga generosa de sus fluidos. Los labios vaginales que tan suculentamente yo le succionaba temblaban sin control, mientras mi enfermerita se retorcía de placer a pesar de su reticencia.

- ….¡Ahhh!,….¡AAAhhhh!!!,… ¡pare!,… ¡pare por favor, pareeeee!!,… - rogó con voz dulce y temblorosa, excitándome aún mucho más.

Sin prestarle atención a sus súplicas, le quité las bragas; tomé sus piernas y las alcé con firmeza, dándome así acceso a su rajita roja y a su estrecho ano. Las piernas de Malú temblaban sin control mientras trataba yo de introducirle la punta de mi lengua en su apretado agujerito. Sus gemidos retumbaban como un eco en mi oficina. Con mi raja chorreando a mares, me subí a la camilla: casi con violencia le obligué a ponerse de costado, mientras sostenía yo fuertemente una de sus tersas piernas. Así abierta de piernas, comencé a sobar con loca desesperación mi clítoris contra el suyo, cabalgándola con frenesí, prendida de su pierna, apretándola contra mis pechos.

- …¡Ahhhh!,… ¡SIIIII!!!!,… ¡SIIIIÍ!!!! – le grité a Malú descontrolada-, ¡ME GUSTAS, ME GUSTAAAS!!!!,…
- ….¡AAAAAHHH!!!,…¡AAAAAHHHH!!!,…-gritó casi al mismo tiempo la pequeña enfermera, mientras la zarandeaba sin cesar-,…¡BASTA!!!!,… ¡BASTAAAAAA!!!!,…

No pasó mucho tiempo hasta que sentí cómo se le volvía a inundar su rajita. Yo tardé un poco más en venirme. Pasado un rato, desaté a Malú mientras la besaba sin parar. Ella, silenciosamente, recogió sus prendas, y sin decirme nada, se retiró sin verme a la cara.

A la mañana siguiente, me encontraba yo de nuevo en mi trabajo, sufriendo una horrorosa resaca. Malú llegó algo tarde, pero no le dije nada: temía perderla. Perderla como asistente y como mujer. Veía su carita asustada que me evadía la vista; yo me sentía fatal. Traté de hablarle sobre lo ocurrido, entre consultas, durante toda la mañana: no lo conseguí. Al mediodía, las cosas comienzan a tomar un cariz muy extraño: la llamé y le pedí que revisara dónde estaban unas muestras médicas. Yo estaba apoyada en mi escritorio, leyendo unos análisis de un paciente. Entró ella en silencio y se agachó para abrir un cajón en un anaquel frente mío. Como si supiese que le estaba viendo el culo, se puso en una posición que alzaba su falda, hasta casi dejarme ver su calzoncito blanco. Me encendía y me provocaba para después de mostrarme que me tenía miedo: no lo comprendía. Me trajo las muestras con una pícara sonrisa. Se me pegó al cuerpo, y mientras ponía las pastillas delante de mí, con total desparpajo sobó sus erectos pezones contra mi hombro, haciéndome estremecer del deseo.

- …Aquí tiene las muestras, señorita,….jijijiji… - me dijo con una ardiente y sensual voz, para luego salir corriendo, muerta de risa.

Ya no lo soportaba. Ardía de deseo por su cuerpo, pero no sabía cómo decírselo. De pronto, la ví cruzar el pasadizo, rumbo al depósito. Regresó rauda y sin mirarme a los ojos, otra vez temerosa. Escuché entonces, de pronto, que alguien abría la puerta del baño, al otro extremo de donde está el escritorio de Malú: no tenía yo ninguna duda; el ruido provenía de otra parte. Sin saber por qué, me atacaron de pronto unos celos incontenibles e irracionales: pensé de golpe que alguien estaba ahí con nosotras; con ella, para ser precisos. Dispuesta a llegar al fondo del asunto, salí como una loca de mi oficina; encontré a Malú sentada frente a su escritorio. Trató de balbucear alguna explicación, mientras me veía ir directo al baño. Abrí la puerta de una patada: ahí sentada en la taza del wáter, roja de vergüenza, poniéndose de pie del susto, y aún soltando un chorrito de orina de su deliciosa rajita, tratando de subirse sus braguitas blancas de encaje,… estaba Malú. Es decir,… ella estaba atrás mío,… la que estaba sentada,… era ella; más bien, igual,…o sea,….

Ya repuesta de la sorpresa, las tuve al fin sentadas frente a mí, una al lado de otra: por un instante había pensado que me había vuelto loca. Malú TENÍA UNA HERMANA GEMELA. La impresión al verlas juntas era a la vez maravillosa e inquietante. Eran total y completamente idénticas. Como estaban vestidas –ambas con el uniforme de enfermera-, era imposible encontrar algo que las diferenciase. Tomándome un vaso del tequila del día anterior, escuché a Malú y Daysi –que era como se llamaba la otra hermana-, explicarme entre sollozos, lo que pasaba: Malú no sabía nada de enfermería: Daysi mas bien sí era enfermera, pero el día que debió ir a pedirme trabajo, estaba enferma; su hermana entonces tomó su lugar. Algunos días se habían turnado, en otros -como ese día-, habían ido las dos. Así, Daysi le explicaba a su hermana qué hacer y a veces, las dos hacían las labores; es decir, cuando pasaba “Malú” frente a mí, en la oficina, no siempre era ella. Acostumbraban despistar a los demás, haciendo creer que eran una sola persona. Desde niñas se habían acostumbrado a hacer ese tipo de embustes.

- … ¡Por favor, señorita Helena, no me despida!,… -me dijo una de ellas, llorosa: era Malú-,… mi hermana no consigue aún trabajo: si me despide, no tendremos de qué vivir!!!,…

La otra hermana agregó que estaban solas en el mundo; solo se tenían la una a la otra. Siendo sinceros, Malú había demostrado lo valiosa que era. Sin saber qué hacer, les dije que lo pensaría y tomaría una decisión al terminar el día. Ya de vuelta a mi escritorio, dejé la puerta abierta y las vigilé todo el día. Eran sorprendentes: como si usaran telepatía, se desplazaban por mi consultorio, silenciosas: nunca se les veía a las dos en un mismo ambiente. Aún sin saber qué decidir, estaba sentada yo en mi silla, al caer la tarde: había visto pasar a una de ellas, rumbo al depósito. Pensando en la noche anterior, separé mis piernas y comencé a sobarme, encima de la ropa. Por un instante, bajé la vista:

- ….¡MALÚ!,.. ¿QUÉ HACES?!!!,… -, exclamé sorprendida.

A un escaso centímetro de mis piernas, estaba ella: a cuatro patas, bajo mi escritorio, me olisqueaba la entrepierna, como un animalito en celo. Su mirada lasciva, así como su sonrisa pícara, me intimidó:

- …No soy Malú: yo soy Daysi,… mmm,…-, me dijo sonriente, mientras continuaba acercando su naricita a mí, aspirando mis perfumes con deleite.

Su atrevimiento me estremecía, haciendo recorrer electricidad por todo mi cuerpo. No reaccioné cuando comenzó a desabotonarme el pantalón y a bajarme el cierre, lentamente.

- …Me dejaste muy caliente ayer, ¿sabes?,… -me dijo Daysi, mientras me bajaba las bragas con toda confianza-,… ¡estoy que ardo, mmm,…!
- …Pero, … pero,… yo estuve con tu hermana anoche,… ¡Ahhhh!,…¡mmm!!,.. - exclamé yo, mientras sentía su lengua abriéndose paso, buscando mi clítoris.
- Lo sé: yo estuve aquí –me respondió, sin dejar de hacer lo suyo-, ¿creías que mi hermanita iba a terminar el inventario ella sola?, las observé desde la puerta, mientras lo hacían: me hiciste dar ganas de ti,… mmmm!!!,… ¡MMMM!!,…

Comencé a gemir como loca: ¡su lenguita se apoderó de mi clítoris, haciéndome vibrar a mil por hora!, Daysi me tenía a su merced, sacudiéndome toda, cada vez que sus afilados y finos dientes mordían suavemente mi labios, ¡mmmm!!!,… Perdí mi vergüenza inicial y apoyé mis piernas en mi escritorio, abriéndome así para que la gemela me comiese hasta lo más profundo de mi ser. Oleada tras oleada de placer, abría yo mis labios vaginales con mis dedos, para luego acariciar su suave y ondulada cabellera castaña, prendiéndome de ella, jalándola para que no parase de darme placer. ¡Su lengua era tan maravillosa que me corrí dos veces seguidas en su rostro!,… entre corrida y corrida, ella me miraba desde allá abajo, sonriendo, con sus tiernos y brillantes ojos color caramelo.

Mojada al máximo como me tenía, comenzó a lamerme mi agujero posterior, mientras se masturbaba su conchita con la mano. Al rato alcé la vista jadeante, hacia la puerta: ahí estaba parada, jadeante también, mirándonos, su hermana, mi querida Malú: con la falda en los tobillos y su calzoncito a la altura de las rodillas, la pequeña se masturbaba rabiosamente viéndonos a mí y a su hermana. Sus ojos denotaban angustia y deseo contenido, mientras sus gemiditos apagados comenzaban a subir en intensidad.

- …¿Qué haces ahí parada, tontita?,…- le dijo de pronto Daysi-,… ven acá; tu jefa está ansiosa de gozar contigo de nuevo. No seas tímida,…

Malú comenzó entonces a caminar lentamente hacia nosotras, conteniéndose. Se puso a cuatro patas y, temblorosa, se acercó a mi raja que seguía siendo devorada por su hermana: su hermana le ordenó que me lamiera el coño, y la pequeña Malú le obedeció: al poco rato sentía mi cuerpo a punto de estallar al sentir dos lenguas devorándome. Daysi me penetraba por el culo con sus dedos, mientras su hermanita se apoderó gozosa de mi concha, besándomela como yo besé la suya la noche anterior.

Ambas se desnudaron y me levantan de la silla; yo me dejé llevar por ellas, como una zombie. Me acostaron en el suelo, boca arriba. Malú entonces se acostó encima mío; con una ternura infinita me besaba, mientras frotaba sus deliciosos pechos, suaves como duraznos, contra los míos. Su hermana se volvió a apoderar de mi coño, frotando mi clítoris ardiente, contra unos de sus erectos y gruesos pezones, desesperándome de placer, mientras al mismo tiempo lamía el ano de su hermanita. No tardé mucho en tener yo un orgasmo brutal, que me dejó tirada cual muñeco de trapo, por varios minutos de prolongado éxtasis, viendo al lado mío a las gemelitas, revolcándose hechas un ovillo, besándose, frotándose sus rajitas húmedas y sin vello.

De más está decir que no las despedí: ahora las dos trabajan conmigo: dos sueldos no estaban en mi presupuesto, pero puedo costearlos. Han sido los dos meses más locos de mi vida: aquellas niñas prácticamente se han apoderado de mí: no me dejan ni un segundo de respiro cuando no hay consultas pendientes: sin más se me echan encima y me desnudan en un santiamén, para luego revolcarme por el piso, frotando sus cuerpos contra el mío, en loco frenesí juvenil. Río de placer como nunca antes lo he hecho, mientras las hermanitas compiten con sus bocas en apoderarse de mi raja ardiente. Al terminar un día de trabajo, se van conmigo a mi departamento: es un decir por que, acostumbradas como están a hacer creer al mundo entero que son una sola persona, optan por ir por separado: una va conmigo en mi auto y la otra toma otra ruta. Así, cada noche jugamos a que una de las hermanas llega a mi depa, y nos descubre a mí y a su gemela, revolcándonos desnudas en alguna parte del mismo, ebrias de placer. La recién llegada se excita con la lasciva escena que le preparamos, para terminar uniéndosenos, ardiente de deseo. Grito con placer enfermo, cuando ambas me penetran al mismo tiempo, armadas de sendos penes con arneses, para luego ser yo la que las coja igual, una por una, penetrando sus tiernas carnes, hasta llevarlas a los más brutales orgasmos. En más de una oportunidad, he amanecido completamente amarrada y con los ojos vendados, en mi cama (tengo el sueño pesado), para luego sufrir el delicioso placer de sus juegos de gemelas: recorren con sus bocas todo mi cuerpo, haciendo que me corra varias veces, mientras me preguntan con idéntica voz: “¿adivina quién soy?”. Como actrices consumadas, paso a veces días poseyendo a la tímida Malú, para que de pronto me diga que en realidad es Daysi. Igualmente, la desinhibida Daysi se me echa encima y me coge con salvaje deseo, para luego revelarme que es Malú. Ya no puedo pensar en tener una pareja: me he vuelto una adicta a tener solo para mí, a dos coñitos jóvenes a la vez.

Una tarde, en mi departamento, disfrutábamos como locas las tres tomando una ducha: me sentía como toda una reina del oriente siendo acariciada y enjabonada por mis dos esclavas de este, mi pequeño harén personal; como una sedienta no dejaba de sorber el agua que recorría los pechos erectos de las gemelitas. Me estremecía pegada contra la pared mientras sus deliciosos deditos me exploraban por todos mis orificios, dándome un placer indescriptible.

Sonó entonces el timbre. Dejé a Daysi y a Malú bajo la regadera, penetrándose mutuamente sus culos con gruesos consoladores. Me puse una toalla encima y fuí a la puerta, soltando maldiciones. Era Sara. Estaba parada frente a mí, sucia y desaliñada como si no se hubiese quitado la ropa de encima varios días. Asimismo, lucía un inmenso moretón en su ojo izquierdo. Su cara de angustia reflejaba que estaba al límite:

- …Helena –me dijo, conteniendo su furia-,… ya no aguanto más: sé que me eres infiel. Sólo quiero que me digas con quién,...

Si bien en parte era cierto, el hecho que Sara se perdiese tres meses y después me pidiera explicaciones me cansó. Así que seguí con mi muletilla:

- …Ya te lo dije: con las gemelas. Todo el mundo las conoce,... ¿o es que quieres conocerlas en persona?
- …¿Conocerlas?,… -me respondió, para luego soltar un profundo suspiro y decir-,…está bien: quiero conocerlas. Preséntamelas.

Ni loca le iba a presentar a mis tesoritos. Era un chiste malo y viejo, pero ni modo: poniendo mis brazos en jarras, dejé que mi toalla cayese al suelo, dándole a Sara por última vez, el placer de verme desnuda. Luego alcé mis manos, con las palmas adelante y los dedos extendidos, y las moví frente a su cara, mientras le decía:

- Te presento a “las gemelas”: ellas son las que gozan como locas con mi cuerpo todo el tiempo.

Sara estaba desconcertada, así que tuve que ser más explícita. Separé mis piernas y comencé a explicárselo obscenamente, aunando los ademanes a mis palabras:

- …Siiii, Sarita: mi mano derecha se levanta así. Con los dedos bieeeen abiertos y me coge por el culo,… -, le dije mientras apretaba mis nalgas con mi mano, introduciéndome un dedo en mi agujero.

Sara me miraba perpleja, apenas comprendiendo.

- …Y al mismo tiempo, mi mano izquierda se abre así, y se posesiona de mi concha así, mmm… -agregué finalmente mientras me cogía mi raja húmeda-, y así las dos me gozan al mismo tiempo, ¿comprendes?,...

¿Alguna vez han visto a una persona que se le ponga morada la cara de cólera?, ¡pues eso es lo que le pasó a Sara!: desencajado su rostro por la ira, con una mirada asesina, comenzó a vociferar:

- …¡MIERDA ,CARAJO, IMBÉCIL ESTÙPIDA DE PORQUERÍA: ME PASÉ TODO ESTE TIEMPO, DE ANTRO EN ANTRO BUSCANDO A LAS MALDITAS GEMELAS!!!!,… ¡ME PELEÉ CON CADA PUTA INFELIZ QUE SE ME PUSO ENFRENTE Y ERA ESA COJUDEZ!!!!!,…
- …Te dije que todo el mundo las conoce… –le respondí con falsa inocencia, haciéndome la tontita-,… le podías haber preguntado a cualquier tortillera solitaria,…

Hecha una furia y avergonzada por haberla puesto yo en ridículo, Sara se retiró, echando pestes. No hacía falta aclarar que nuestra relación ya había terminado. Hay gente que no tiene sentido del humor, ni modo. Mientras recogía mi toalla del suelo, pensé en que no le había mentido del todo a Sara: le fui infiel con “mi mano derecha” (Malú, mi tímida y fiel asistente, sin la cual no funcionaría mi consultorio), y con “mi mano izquierda” (Daysi, decidida y siempre dispuesta a comerse mi coño); pero la verdad es que ya no me importaba: había invertido años en Sara y ahora tenía que recuperar el tiempo perdido, y ser feliz,… por partida doble. Adentro, desde el baño, Malú y Daysi me pidieron entonces que me les una de nuevo en la ducha: ni siquiera se preocuparon ni un poquito por los gritos de Sara.

- …Helena, amooor,… –me dijo alegremente y deseosa, una de las gemelas-, ven pronto: esta belleza te quiere comeeer,…
- ¿Cuál belleza?! – replicó la otra, dirigiéndose a mí-, yo soy la más bella: Daysi es la trompuda,…
- ¡Mentira: Malú es la del culo caído!,…

En medio de su pelea de hermanas, me metí dichosa, riendo, de nuevo a la ducha: no me importa si no las diferencio: soy feliz gozando como nunca del placer que las tres nos prodigamos.

Ahora ellas viven conmigo. Todos los días, se turnan; una para ir conmigo al trabajo, y la otra se queda en el departamento para arreglarlo. Disfrutan por que aún no logro saber quién se queda y quien va conmigo al consultorio: la hermana que se queda en casa se pone para mí, un infartante y diminuto disfraz de sirvienta, para cuando vuelva. En el trabajo, disfruto de mi enfermera caliente; al regresar, le toca el turno a mi sirvienta erótica,…mmm,…y en la noche, las tres hacemos un gran concierto de gemidos de placer, hasta dormirnos… aunque todo esto durará poco: en tres semanas vendrán a visitar a mis gemelas dos primas suyas, que viven en Estados Unidos. Daysi me dice que son unas soberanas depravadas: eso me gusta. Malú, por su parte, agrega que no se parecen en nada a ellas,… pero que también son gemelas idénticas.

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