14 jul 2011

Yo no soy Camila



Un relato de: Krakkenhere.

Mi vida siempre estuvo desprovista de cualquier suceso emocionante: soy de las muchas que pasan del colegio a la universidad y luego al trabajo casi sin dejar huella. Nunca me ha llamado la atención el ser el centro de las miradas; más bien yo prefería vivir la vida a mi manera: de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Punto. Nada más; y cuando en mi empresa me ofrecieron ir a ocupar un puesto administrativo en mi área –soy contadora a nivel internacional-, en una ciudad del sur del país, no lo pensé dos veces: me daba pena dejar a mis padres, pero la idea de vivir en una ciudad donde nadie me conocía e sedujo. No me interesaba conocer gente, más bien, lo veía como una oportunidad para comenzar de nuevo: "desaparecer" en el anonimato, y sólo tratar a las personas gente por mi trabajo de oficina. Entonces no era yo para nada sociable.

Apenas llegué a la ciudad, la empresa me buscó un alojamiento: era un diminuto departamento en pleno centro de la ciudad, era un tanto pequeño sí, pero satisfacía todas mis necesidades. El alquiler era cómodo, la zona ajetreada, algo movida, pero segura y estaba yo cerca de todo.

- …Le va a encantar vivir aquí –me dijo sonriente el propietario-, está usted cerca de todos los restaurantes, pubs y discotecas de la ciudad: los fines de semana los pasará muy divertidos, señorita…
- Uhú,…

Lo que menos me interesaba era eso: yo era trabajólica. No conocía otra cosa que trabajar hasta tarde para luego llegar a casa y trabajar hasta la madrugada. Mientras caminaba por el mini-departamento, trataba de hacerme una idea quién estuvo ahí antes: las paredes estaban pintadas de un intensísimo color melón – demasiado alegre para mi gusto, pero ni modo-, y en la cocina estaban apiladas decenas de botellas vacías; en una caja de cartón en el dormitorio habían pedazos de fotografías de chicas –que se adivinaban todas muy hermosas-, rotas en pedazos. El colmo fué cuando, al abrir el ropero, encontré colgada frente a mis ojos, en un perchero, uno de esos atrevidísimos (para mí), baby-dolls de encaje, diminuto, de color rojo fuego. ¡Diablos, me daba arcadas de pensar en qué pervertido había hecho qué cosas ahí!. El casero miró para otro lado, tratando de mostrarse distraído.

Tras traer mis cosas, me dediqué por dos días a acondicionar el depa a mi gusto: el primer sábado en la noche en mi nueva casa fue insoportable: a pesar de las gruesas paredes de aquel edificio antiguo, la bulla de las tremendas bocinas de varias discotecas cercanas casi no me dejaron dormir: tendría que acostumbrarme a eso, a mi pesar. Al llegar el lunes, todo volvió (para mí), a la normalidad: fui a trabajar y me zambullí en mi amada rutina. Nada de particular me ocurrió, hasta la noche del jueves: fui al supermercado a hacer las compras del mes. Fui del trabajo de frente a hacer compras, por lo que llevaba puesto mi uniforme. Nunca me he considerado una mujer de llamar la atención: mi larga cabellera negra siempre la mantengo ajustada con una cola o recogida en moño. Luciendo el uniforme gris claro de la oficina no creo llamar mucho la atención: desde chica me consideraban alta, y los tacos me ponen un poco encima del promedio. Lo único que detesto son mis caderas (herencia de mi madre), las cuales no puedo disimular con la falda tubo que de rigor se usa en el trabajo. Mis piernas son torneadas –dicen que muy bonitas-, pero que yo preferiría tapar con algo más que las panties negras que debo ponerme día a día.
En fin, estaba esa noche en un pasadizo del súper; pensaba yo si debía escoger detergente con aroma a limón o a lavanda cuando sucedió. Por el corredor vacío, sentí los pasos de alguien. Apenas de reojo le dí una mirada: era una muchacha, de unos 24 años, esbelta, de pechos grandes y bamboleantes. Vestía un polito de tiritas y un jean apretado. Me costó trabajo no volver a voltear a ver sus ojos celestes y ansiosos. Volteé la mirada, tratando de disimular mi turbación, mirando el estante con detergentes. Apenas me vió, comenzó a caminar resueltamente hacia mí.

No la conocía, y me turbaba el motivo de tan extraño proceder de esa chica. Apenas estuvo atrás mío, acercó su cuerpo, casi pegando sus carnosos labios a mi oreja:

- ….Hola Camila,… -me dijo con una voz ronca y sensual que me estremeció toda-,…mmm,… ¿por qué tan seria?,… llámame: estoy que muero de ganas de ti,…mmmm!,…

Un irrefrenable temblor me estremeció por completo, pero la desconocida no quedó contenta con eso: antes de retirarse, pegó su cuerpo contra el mío, causándome un espasmo al sentir su calor, mientras sobaba una de sus piernas contra mi cola. Casi al mismo instante una de sus manos se atenazó en uno de mis pechos, apretándome contra su pecho, y haciéndome cortar la respiración por un instante,… me da vergüenza admitir que me mojé irremediablemente ante tal abordaje. Cuando siguió su camino, me dejó ahí, en el pasadizo, sola, totalmente azorada. Las piernas me fallaron y caí de rodillas al suelo, jadeante.

- …Yo,…ahh,…yo no soy,…Camila,…-, musité para mí misma, totalmente descompuesta.

Aquella noche, ya en mi depa, después de muchísimo tiempo –desde el colegio para ser exacta-, me pasé buena parte de la noche repitiendo la escena mentalmente, hecha un ovillo bajo las sábanas, en la oscuridad, sobándome la entrepierna con desesperación con una almohada, descontrolada y llorosa, ansiosa por tener una mujer a mi lado. El amanecer llegó y yo estaba insomne y con un horrendo sentimiento de culpa, con el pantalón de pijama totalmente mojado, al igual que la almohada.

Aquel suceso me tenía turbada por completo, ¿con quién me confundió?, ¿se dió cuenta aquella muchacha con una mirada nada más, de mis deseos más ocultos?, ¿acaso soy yo tan obvia?,… traté aquel fin de semana de hacer mi trabajo como de costumbre, pero dudo que lo haya hecho bien. El sábado por la noche llegó y otra vez estaba yo en mi departamento, frente a la computadora, absorta en mi trabajo. De la calle llegaba otra vez la potente música que me anunciaba que la vida nocturna de la ciudad había comenzado. Tenía mucho trabajo por hacer, pero aún así no dejaba de pensar en el suceso de dos noches antes, en el súper. Dejé el trabajo por un momento y tomé una ducha fría: la necesitaba. Al salir del baño, me senté en la cama, secándome, dispuesta a ponerme el pijama. ¡No sé qué pasó por mi mente!: fui al ropero y saqué una caja de cartón, donde había metido ese infame baby-doll ese, supuestamente para después botarlo a la basura. Tomé la prenda y comencé a observarla.

¡Era escandalosa: el encaje dejaba más a la vista que tapar siquiera algo!, me entró de la nada una morbosa curiosidad; ¿qué tal se me vería puesto?. No tardé casi nada en atreverme a ponérmelo. Ya de pie frente al espejo, me sorprendí: ¡parecía que hubiese sido confeccionado a mi medida!,…, yo sobaba mis piernas, en parte de vergüenza, en parte excitación contenida al verme; la prenda me ajustaba los pechos y la cintura de tal manera que me veía yo –con sorpresa mía-, que hacían ver mis pechos mucho más grandes y juntos, como los deliciosos pechos de las chicas de las revistas pornográficas, al mismo tiempo que mis enormes caderas –mi martirio-, se me veían ahora inmensas,… casi lascivas, mientras que yo lucía, para mí misma, sin pudor (cosa rarísima en mí), mi sexo desnudo, sin bragas, con mi abundante mata de vello. Girando mi cuerpo ante el espejo, las delgadísimas tiritas que sostenían la prenda a mí los mis hombros, hacían resaltar mis redondos hombros, mientras que, por detrás, mi espalda quedaba expuesta, pudiéndose ver en ella, mis pecas vergonzosas,... les mentiría si me sentía poderosa o erótica, ¡me avergonzaba de verme a mí misma tan putarrona!,… pero a pesar de mi malestar, me sentía como recorrida por una corriente eléctrica, mientras sobaba con mis manos la seda de esa diminuta vestimenta.

De pronto sonó el teléfono; ¡por nada del mundo, ni loca, me permitiría a mí misma caminar por mi depa vestida así!; tomé la bata de baño y corrí a contestar: era una compañera del trabajo que me preguntaba sobre unos documentos. La llamada duró unos buenos minutos. Cuando acabé de hablar, había pasado casi un cuarto de hora y yo, trabajadora compulsiva, me quedé vestida así, sentada frente a la compu. Absorta en mi trabajo, ya casi a medianoche, me sobresalté al escuchar que tocaban el timbre, ¡quién me busca a esta hora!, pensé con cierto temor: nadie sabía dónde yo vivía. Cuando entreabrí finalmente la puerta, me llevé la primera sorpresa de mi vida.

Frente a mí estaba una muchacha: no tendría más de 23 años a lo sumo: era preciosa. Bajita, vestía un polo de tiritas, azul brillante, que casi no le cubría nada; no llevaba sostén debajo y sus pechos, redondos, con los pezones erectos, se alzaban desafiantes. Sus caderas firmes y sus delgadas piernas apenas estaban cubiertas por una minifalda negra. Su piel bronceada se hallaba perlada por el sudor, al igual que su cabellera negra, larga y ondulada: se podía adivinar que acababa de salir de una discoteca. Su mirada ansiosa, ebria de alcohol y de deseo me turbaba. La joven me miraba con ansias contenidas, apoyándose con dificultad en el umbral de la puerta.

- …Hola Camila,… -me soltó con una voz melosa y sensual que me estremeció-,… hace mucho que no te veo,… ¡mmm!,… ¿no te alegras de verme?,… ¡mmm!,…
- …Disculpe,… se ha equivocado de persona,… -le respondí temerosa-, yo no me llamo Camila. Mi nombre es Paola,… disculpe,…
- …¿Ehhhh? –me replicó extrañada, para luego, decidida, empujar la puerta y entrar sin mi permiso a mi depa-, jeje, ¡qué graciosa, Camila!,… en la disco todas preguntan por ti,… ¡qué milagro que se te encuentra en tu depa,… al menos tan temprano,…

La insólita visita me tenía casi en su poder, ¡Dios, era preciosa!,… su seguridad y desparpajo era demasiado para mí; admito que tengo muy poco carácter, y a pesar que no suelo hacer entrar a mi casa a desconocidos, no tenía yo la más mínima capacidad de largar a aquella chiquilla, que ahora recorría la sala de mi depa bamboleándose de un lado a otro de borracha, riéndose de todo.

- …Perdona, pero,… -le dije yo azorada-, tienes que irte, por favor: yo no te conozco,…
- …Sabes bien que no me importa que te acuestes con todas las putas perras de la ciudad,…- me dijo mientras me rodeaba, cual ave de rapiña-,… solo quiero pasarla contigo una vez más,…

Yo temblaba sin control, escuchándola, mientras apretaba con mis manos mi bata contra mi pecho, sin saber qué responderle:

- … ¿Crees que no sé que quieres coger?,… – me dijo la chica mirándome fijamente, para luego abalanzarse encima mío y de un tirón me quitó la bata, dejándome semi-desnuda-, ¡sino por qué estás así vestida!, ¿ah?,…

Avergonzada, solté un gritito y traté pudorosamente de cubrir mis carnes expuestas ante la desconocida, ¡nunca dejé que una mujer me viera desnuda, y menos vestida de tal manera!; aquello era demasiado para mí. Me quedé ahí de pie, temblando, cubriéndome con mis manos mis pechos y mi sexo, mientras sentía la mirada de aquella muchacha que recorría, casi acariciándome con sus ojos, cada centímetro de mi carne expuesta: podía sentirlo,… y me desesperaba aquella sensación. La joven desconocida entonces soltó una carcajada tremenda, para luego sin decir nada meterse a mi dormitorio.

Apenas tomé del suelo la bata y traté de cubrirme a medias, fui tras ella; ¡me quedé de una pieza en la puerta del dormitorio: estaba acostada boca arriba, en mi cama, SE HABÍA QUITADO LA MINIFALDA, NO LLEVABA BRAGAS!!,… ¡sonriente se abrió de piernas ante mí, mostrándome desvergonzada su raja depilada y entreabierta!. Yo temblaba sin control, sintiendo mi concha inundada de calor, temiendo que me mojaría como nunca al ver a aquella hermosa chiquilla que se me ofrecía, como ni en mis más locas fantasías hubiese imaginado.

- Ven,… cómete mi coño,…-, me ordenó con dulzura.

No sabía yo qué hacer; abría su rajita mojada con sus dedos para mí, aumentando mi turbación. Apenas podía yo dar un paso: simplemente las piernas no me respondían:

- …Tienes que irte,… -le dije tartamudeando-,… yo no te conozco,… yo no soy,…
- …¡Carajo Camila, déjate ya de hacerte la pudorosa, so puta!,… -me soltó entonces, mientras se quitaba el polito que llevaba, quedando desnuda ante mis ojos-, ¡ven para acá!,…

Se puso de pie y con violencia me arrancó la bata de las manos, para luego aventarme con fuerza contra la cama. 

Caí boca abajo, aterrada: no podía reaccionar, apenas caí en la cama, mi cuerpo comenzó a vibrar sin control; como toda una experta, la chica esa se apoderó con uñas y dientes de mi culo e introdujo su larga lengua jugosa en mi concha, ¡Dios, me estaba violando!!!,… me prendí de las sábanas, inmóvil, sintiendo por primera vez en mi vida cómo mi vagina hervía, soltando sus jugos con cada lenguetazo salvaje que recorría mis labios vaginales, mi clítoris, mi ano, mis nalgas, toda mi entrepierna. Alcé mi culo sin ya ninguna vergüenza mientras de mi garganta salían a la vez gemidos de gozo y sollozos al estar yo ahí, siendo deliciosamente sometida contra mi voluntad,… pero gozando como nunca en mi vida.

- …Yo no soy,.. yo no soy,…¡ahhhh!,…¡ahhhh!!!!,… -repetía yo sin cesar.

La muchacha no me escuchaba: no le importaba. Sólo le interesaba comerse mi coño como si fuese lo último que haría en su vida. Me corrí rapidísimo, sintiendo vergüenza de inundarle la boca con mi venida, pero ella más bien se rió con fuerza de nuevo, para luego sobar sus pezones erectos contra mi clítoris a punto de explotar, mojando con mis jugos sus pechos por completo. Tirada en la cama, yo era el juguete de aquella chiquilla divina: se apoderó de mí toda la noche: no satisfecha aún, me abrió de piernas e incansable, frotó su raja mojada contra la mía, haciéndome gritar del gozo de sentir su clítoris recorriéndome la concha, hasta casi irritarla. Me desnudó por completo, para luego morder y lamer todo mi cuerpo, mientras gemía y gritaba que me amaba; como si fuese mi ama, se sentó encima de mi cara, ordenándome lamerle su juvenil conchita, cosa que hice gustosa por lo que a mí me pareció que fueron horas de horas,… me corrí infinitas veces, al igual que ella. Terminé tirada en la cama, mareada de tanto placer vivido, con mi anónima amante enroscada con dulzura a mi cuerpo.

Al día siguiente desperté sola en mi cama. Ella se había ido. Nunca supe su nombre. Me pasé todo el domingo tirada en la cama, repasando en mi mente una y otra vez aquella fantástica noche. El lunes llegué tarde al trabajo; no hice mis labores el fin de semana y me gané una buena llamada de atención por eso.

A partir de aquella experiencia, comencé a darme cuenta de algo que tal vez había estado sucediendo desde antes, pero no le había prestado atención: ya sea en la calle, en el súper, en las tiendas o en los colectivos, diferentes mujeres –todas desconocidas para mí-, me miraban en silencio, sonriéndome, viéndome con mirada pícara, suspirando. Maduras y jóvenes, altas y bajas, delgadas o exuberantes,… pero todas muy hermosas. Mi cuerpo vibraba cuando más de una, tímidamente, se acercaba a mí, y de una manera u otra, trataba de sobarse contra mi cuerpo. No dejaba de pensar en la tal Camila y en mi desconocida visitante, pero no sabía qué hacer al respecto,… hasta unas semanas después.

Mi jefe me pidió hacer un trabajo especial: debía yo convencer a la Gerente de una empresa a que firmase contrato para que nosotros le hagamos la contabilidad. María del Carmen –la Gerente en cuestión-, era una bella mujer madura, de curvas incitantes, muy elegante para vestir y segura de sí misma: todo lo opuesto a que era yo. Cuando debía presentarle el proyecto, ella sugirió que se lo presentase en su casa, mientras cenábamos. Acepté pensando en que debía obtener esa cuenta, a pesar de mi timidez.

La casa era hermosa, muy elegante, una de esas casas que uno ve en revistas de arquitectura o de decoración. María del Carmen me ofreció una cena espléndida sólo para las dos, la cual degusté casi en silencio, mientras sentía su mirada posada a cada segundo encima mío. Cuando acabamos, yo comencé a exponerle el proyecto: ella tomó dos copas de champaña y se me acercó, mientras que yo iba diciendo mi presentación memorizada con gran esfuerzo.

- Entiendo que tu trabajo es tu trabajo –me dijo dulcemente, mientras me tendía una copa-, pero estamos solas, Camila: hace mucho que no nos vemos,… te extrañé muchísimo,… ¡mmm!,…

Tomando mi rostro con ambas manos, María del Carmen me besó con fuerza, con una mezcla de pasión y desesperación,… sus labios carnosos casi me comían la boca, mientras su lengua exploraba hasta el último recoveco de mi boca. Yo respiraba con dificultad, pero por nada del mundo dejaría de disfrutar de labios tan deliciosos: ¡su experticia de mujer madura me enloquecía!; casi temblando tendí mis manos sobre sus pechos que casi reventaban su blusa, acariciándoselos con desesperación, mientras María recorría con su lengua todo mi cuello haciéndome estallar el deseo de arrancarle la ropa a tirones y gozarla desnuda.

- …¡Siiií, Camilita, hummmm!!!,… -exclamó ella, mientras le chupaba los pezones y sus enormes tetas-, …¡después de tanto tiempo todavía me hacer vibrarrr!!!!, ¡SIIÍ!!!!,…

El resto de la deliciosa velada fue una mezcla de lascivia incontenible y decadente gozo: ya desnuda, María del Carmen tomó unos finos chocolates de una fuente de plata y se los embadurnó en las tetas, para luego embadurnarme completamente a mí también, para luego revolcarnos las dos gozosas sobre las alfombras persas de su sala, lamiéndonos mutuamente el coño, las tetas, el culo, ¡todo!, en un delirante festín lascivo y afrodisíaco de chocolate bañado por nuestros jugos!!,… No dejó que me vaya esa noche: pasamos el resto del día siguiente amándonos, desnudas en su inmensa piscina, bebiendo champaña. Un día después, el contrato fue firmado y yo recibí un jugoso aumento: comencé a pensar en que no era tan malo ser confundido con la tal Camila.

Mi vida había tenido un giro dramático y estaba realmente dichosa, pero comenzaron a atormentarme las dudas; 

¿Quién era la tal Camila?, ¿una come-mujeres?, ¿una loca depravada?, ¿la mujer más deseada de la ciudad?, tenía que averiguarlo. Comencé a salir a los bares, tratando de encontrarla, o de saber más de ella: craso error. Inmediatamente era confundida con ella y terminaba –dichosa, eso sí-, revolcándome como una demente con una nueva admiradora de mi infame sosías. Probé con el Internet y ahí tuve más éxito: entré a un foro adecuado y tras presentarme –total, nadie sabía quién miércoles era Paola-, pregunté por ella; las respuestas fueron sorprendes:

"…¿Qué quién es Camila?,…" –me respondió una-, "¡si no sabes quién es Camila, ESTÁS EN NADA!; es la hembra más hembra de la ciudad: ¡qué digo yo, de todo el país!!!".
"…Yo escuché que se lo monta de a tres o cuatro a la vez y a todas las deja hechas polvo…"-, agregó una chiquilla.
"…¿No la vieron cuando se comió en la disco, enfrente de todas, a la Miss Hawaian Tropic?"-, soltó otra.
"Yo sé que tiene un clítoris tan enorme que te hace correrte en un tris,… deseo conocerla"-, dijo otra.
"Yo pasé un fin de semana con ella,… ¡y la extraño mucho, DÍGANME DÓNDE ESTAAÁ!!!",… -, sentenció una desesperada.

Eran increíbles las cosas que esas mujeres decían de ella,… pero se me heló el espinazo cuando comenzaron a referirse a mí:

"..Yo fui a su depa borracha saliendo de la disco,… ¡y disfruté de su coño insaciable como nunca!; ¡Camila es una diosa en la cama!!!!,…"

¡Era la chica desconocida del otro día!; cuando por ahí saltaron chismes sobre una cena entre Camila y una mujer adinerada, teclée desesperada preguntando dónde podía encontrar a Camila; las respuestas me dejaron en nada: que una la vió en las playas del norte, que en las Islas Bahamas, que se fué a vivir a Holanda, que participó en un concurso de camisetas mojadas,.. en fin. Navegué por el ciberespacio hasta el amanecer: buscando sin cesar, dí con algunas fotos de Camila, bailando en una disco: era bella,… nos parecíamos en algo, pero,… su vida era todo lo que no era la mía; aventurera, decidida, sexual,… no había ni punto de comparación entre las dos. Aunque había gozado una pequeña parte de su tren de vida, no me consideraba yo a su talla, hasta unos días después.

Era sábado por la noche: otra vez estaba yo trabajando hasta muy tarde. De pronto, se escuchó desde el pasadizo del edificio, todo un concierto de risotadas alegres. De pronto, sin que yo pudiese evitarlo, la puerta de mi departamento se abrió de par en par, ¡nada me pudo preparar para lo que ocurrió!!!, casi abatiendo la puerta, ingresaron cuatro hermosas chicas, totalmente desconocidas para mí: todas eran preciosísimas, rubias, altas, con cuerpo de modelos, portando paquetes y botellas de licor. No tuve tiempo de decir nada:

- …¡FELIZ CUMPLEAÑOS CAMILAAA!!!!-, me gritaron todas al unísono.

¡No sabía qué hacer ni qué decir!,… pero tampoco me dejaron hacer absolutamente nada. Como una tromba, se me echaron todas encima, besándome en la boca y estrujando sus níveos cuerpos contra el mío, ¡me encendí como una tea en un instante!, mas mi desazón dio paso al mayor de los pánicos: ¡me tomaron de pies y manos y en vilo me llevaron al dormitorio!!, sin poder yo hacer nada, me arrancaron mis ropas, pese a mis gritos: sus risotadas me retumbaban en la cabeza mientras sentía mis carnes desnudas eran acariciadas, lamidas, mordidas, magreadas sin cesar,…No tardaron casi nada en atarme a la cama y vendarme, dejándome impotente ante lo que me harían.

¡Dios mío, esto no puede estar ocurriendo!!,… entre risas y suspiros contenidos, ellas comenzaron a hacer conmigo lo que quisieron, ¡ohhhhh!!!!, ¡qué delicia!; ¡por primera vez sentí dos lenguas largas y jugosas penetrándome por mis dos agujeros a la vez!; …. ¡piedaaaad!!!, ¡dos boquitas golosas se apoderaron de mis pechos, mordisqueando mis pezones ya como piedra, haciéndolos crecer inmensos en sus bocas!!!,…¡ahhhh!!!!, ¡se turnaron para comerse mi coño sin importarles que me corría sin una y otra vez, sin pausa!!!: yo estaba descontrolada; con una fuerza inaudita para mí, me solté de mis ataduras y me le abalancé a la primera preciosa rubia desnuda que tuve enfrente. Sin medir mi fuerza la tiré boca arriba y abriéndole las piernas, comencé a comerme su raja sonrosada como una loca; no les importaba mi desespero por una concha en mi boca: reían y lo consideraban parte del juego. Entre el resto me arrancaron de la entrepierna de mi presa, mientras me inmovilizaban de nuevo; ¡todas estaban provistas de arneses con penes y vibradores, listas para violarme cuanto quisiesen!,….¡AUHHHHH!!!!, ¡comencé a gritar como una cerda, mientras era penetrada por primera vez por una hembra que me cogía de las caderas, apretando y frotando sus tetas contra mi espalda!

Mientras yo me sentía morir de gozo por tal cogida, las demás disfrutaban de mí introduciéndome sus dedos en la raja y acercando sus conchas depiladas y jugosas a mi boca, que yo recibía como agua un sediento, ¡me iban a volver loca con tanto sexo de hembra y del bueno a mi disposición!!!,… traté de detenerlas en todo momento, pero fue inútil: la fama de Camila que me precedía dictaba que aquella noche fuera la noche de las noches, y así fué: mi boca, tetas, ano y vagina fueron inundadas en interminable sucesión por oleadas de doloroso, dulce y húmedo placer. Al amanecer, solo una de las chicas se quedó conmigo, descansando un rato. Yo estaba tirada boca arriba, bañada en olor a sexo de mujer, mirando el techo, como ida.

- …Tengo que ir a trabajar, mi amor; es tarde –me dijo la rubia desconocida, mientras me besaba-,… tenemos que volver a repetirla, Cami,…

En ese momento comprendí que ya nada sería igual en mi vida,… y me encantaba la idea. Comencé a sentirme más segura de mí misma; ahora me atrevo a todo. En una ocasión, me atreví a sentarme en un bar a tomarme una copa, después del trabajo. Tras otear a la concurrencia, mi mirada se posó en una pequeña adolescente que bebía alegremente con un grupo de amigas. Su mirada y la mía se cruzaron un instante, sonriéndome ella, para luego ruborizarse. Como toda una experta, me puse de pie y la seguí al baño, hacia donde ella se dirigió al cabo de un rato. No hubo palabras: cerré la puerta, me abrí de piernas y me bajé las bragas, enseñándole mi sexo ansiosa. La chiquilla no dijo nada: solo se puso de rodillas y comenzó a comerme la raja con desesperación, sorbiendo cada gota de mis jugos abundantes, hasta hacerme correr deliciosamente.

- …Hasta luego, Camila,… -, me dijo al retirarse, tras darme un beso.

No solamente confiaba en ser confundida con mi famosa y supuesta doble: comencé a tomar valor para atreverme a ir aún más allá; por primera vez en mi vida me arriesgué a seducir a una desconocida. Una vecina de mi mismo edificio, me tenía obnubilada hacía tiempo con su enorme trasero y sus gigantescas tetas. Era casada, y eso no me importó: con seguridad le hablé, la encandilé y la conduje con engaños a mi depa; con total osadía la acorralé contra la pared, mientras la besaba apasionadamente, mientras le bajaba las bragas para coger con mi mano su coño caliente y mojado. Con total lascivia descontrolada froté mi raja contra la suya, haciéndola delirar de placer:

- …Noooo,….¡ahhh!,…¡ahhhh! –decía ella azorada, moviendo sus caderas al ritmo de las mías, mojándome los muslos-, ¡es la primera vez que lo hago, Paola!,…¡ahhhh!,….
- …Camila –le dije gimiendo-, llámame Camila,…

Tras meses de intensa búsqueda, finalmente dí con Camila: lo logré gracias a que me había enviciado con el Internet, gracias a una de mis ocasionales "conquistas". Al ver ahora una foto de su rostro, en el chat, descubrí con sorpresa que, en verdad, éramos muy parecidas. Le contacté y ella aceptó de inmediato. Puse la foto de una prima lejana mía y Camila me propuso una cita. Nos reunimos en un bar alejado del centro de la ciudad. Me vestí de la manera más impactante posible: una blusa blanca, casi transparente y muy escotada, luciendo abajo descaradamente un sostén de encaje rojo, rematando mi traje con una diminuta micro-mini negra que resaltaba aún más mi culo; ¡si mis colegas del trabajo me hubiesen visto!. No tenía miedo de conocerla, ¡ardía en ansias de verla!.. desde la puerta le ví de espaldas: vestía un jean negro apretado y una blusa apretada y también negra, que dejaba ver sus redondos y incitantes hombros. Cuando llegué a estar frente a ella, me faltó la respiración al verla sentada en la barra: era,…era,…¡ERA IDÉNTICA AMÍ!; como si fuésemos dos hermanas gemelas, como copias fieles la una de la otra. Estábamos ambas sorprendidas. Tras reír y no dejar de mirarnos como si no lo creyéramos, le dije que no le mostré una foto mía verdadera por timidez; ¡tras conversar unos minutos ya era como si fuésemos amigas de toda la vida!,… aunque nuestras vidas eran totalmente opuestas: ella vivía un alocado día a día; yo preocupada siempre por el mañana.

Casi no tomamos nada; palpitando mutuamente nuestros corazones, ni siquiera tuvimos que proponerlo: salimos disparadas al hotel más cercano. Ya encerradas en una habitación, nos arrancamos las ropas la una a la otra, besándonos con desenfreno. Ya desnudas, comenzamos en silencio un extraño ritual: comenzamos a revisarnos nuestros cuerpos desnudos, centímetro a centímetro, comparándonos cada peca, cada lunar, cada vello de nuestras conchas, cada olor de cada parte de nuestro ser. Con delicadeza comenzamos a besarnos, a lamernos, cada pedacito de piel que era idéntico al de la otra; ¡Camila era una Diosa del sexo!,..¡me hacía vibrar de manera enloquecedora: sabía perfectamente qué punto besar, tocar, lamer o morder para excitarme a mil!!!,… igual ocurría con ella: cada beso mío era seguido de un profundo y sentido gemido de placer. Como en una coreografía, nos enlazamos en un 69 perfecto, gozando de nuestras conchas y sus fluidos con enloquecedor placer por horas y horas de orgasmos que se detenían apenas iban a llegar, y para recomenzar todo de nuevo,… fue una tarde de sexo inolvidable, que terminó con algo que jamás pensé en llegar a tener: un orgasmo simultáneo con una hermosura que en realidad,… era yo, y yo ella: ustedes me comprenden.

Nunca le conté a Camila que me confundían con ella, y que eso había transformado mi vida: pasamos muy poco tiempo juntas: tres días después, Camila se marchó; su personalidad inquieta la había motivado a recorrer mundo. ¿Me apené por verla partir?, la verdad es que sí: era extraño, mientras miraba el avión elevarse, cuando fui a despedirla al aeropuerto, pensaba que estaba bien: ella era una tremenda mujer y esta ciudad en realidad ya le quedaba muy chica. Sentía también como que una parte de mí partía con ella,… y que una parte de Camila se quedaba conmigo: decidí en ese momento que, al día siguiente, haría los trámites para cambiarme de nombre,…"Camila", ahora ya me gustaba como sonaba. En eso pensaba, apoyada a una baranda de la terraza del aeropuerto cuando me sentí observada: a mi lado, una preciosa morena enfundada en su uniforme de azafata me miraba sonriente, mientras se acercaba a mí, contoneándose:

- …Excusez-moi,…- salió de su divina boca-, ¿Camila-vouz?,…
- Oui, mon amour –le respondí-; je suis Camila, ...

(¡por fin me sirvió el maldito francés que aprendí en el colegio!)

FIN

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